Los alimentos suben de manera desmesurada. China e India no son los responsables en el corto plazo, sino los US$260.000 millones del mercado de las inversiones temáticas y la debilidad del dólar.
El aumento vigoroso de los precios de los alimentos en todo el planeta en los últimos meses ha hecho más difícil para mucha gente disfrutar de los desayunos sin que su billetera o bolsillo se quejen o lloren. No es una gran sorpresa: los commodities agrícolas retomaron la carrera alcista que ya corrían en 2008, antes de la crisis mundial. Pero ¿por qué ahora? El enfoque convencional dice que, con la recesión atrás, es lo normal: la demanda por alimentos del mundo retomó su senda creciente. Luego, los precios suben. Sin embargo, un argumento distinto comienza a tomar fuerza: ni China ni India sufrieron la crisis, Europa (excepto Alemania) y EE.UU. siguen dentro de ella, ni los latinoamericanos (si se excluye a México) ni los japoneses bajaron su consumo. Entonces ¿quién, de pronto, está comiendo tanto más? Nadie. El problema proviene de tres factores: la debilidad del dólar, la explosión del mercado desregulado de derivados financieros basados en commodities y la caída momentánea de la oferta debido a problemas climáticos.
Con este diagnóstico, el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, sorprendió a todos –semanas atrás– al pedir una “estrategia global destinada a asegurar la estabilidad de los precios de los alimentos”. Su propuesta inicial incluyó la creación de fondos regionales con topes de precios y la regulación agresiva del mercado de derivados. De inmediato se encontró con la oposición de EE.UU., Brasil, Canadá y Argentina, grandes exportadores, que aseguraron que tratar de regular los precios derivaría en menos producción y mayores problemas.
“La regulación de los commodities no es la respuesta”, sentenció el ministro de Economía argentino, Amado Boudou.
Enrique Dentice, economista del CIME (Centro de Investigación y Medición Económica) de la Universidad de San Martín, en Argentina, concuerda en gran parte: “Pretenden que nosotros regulemos lo que cultivamos y ofrecemos. Es el grito de una potencia decadente”. Y recuerda que Europa es parcialmente responsable también del alza. “Está muy metida en la demanda de biocombustibles”, dice el experto. A su manera de ver, el problema base es que “la demanda no es constante, es creciente”. Ricardo Baccarin, operador del Mercado de Futuros en la Bolsa de Cereales en Buenos Aires, coincide. “La demanda es bastante inelástica”, dice. Y recuerda que la de soja “en los últimos 11 años se ha sextuplicado y los precios se han triplicado”. En ese contexto, “las cosas no vuelan por los aires gracias a la respuesta tecnológica a la subida de precios, porque la tierra disponible no ha aumentado tanto”.
El problema es que la tecnología no actúa como las habichuelas mágicas y, de hecho, podría estar cerca del límite de su potencial. La oferta total de soja ha venido aumentando en un 15% a 20% anual, pero “todo indica que los rendimientos volverán a ser decrecientes a escala en algún momento del tiempo”, dice Dentice.
ETF en boga
Pero eso está en el futuro. ¿Qué hacer ahora? “Soy un amante del mercado, pero también sé el problema que está trayendo este crecimiento descomunal del precio de los alimentos”, dice Jesús Valdés, experto en finanzas y académico del Departamento de Estudios Empresariales de la Universidad Iberoamericana.”Éste “puede traer grandes consecuencias en los países de la región. Sobre todo en los de Centroamérica y el Caribe”.
A diferencia de otros especialistas, Valdés cree que la situación es lo bastante grave. “Valdría la pena, en el corto plazo, mantener cierto control en los precios”, dice. “Los países con altas tasas de desempleo exportan flujos de liquidez hacia los mercados emergentes, porque ésa es una manera de tener un tipo de cambio bajo y fortalecer su reactivación”. El dólar débil y abundantísimo, a su vez, alimenta mercados de futuros de commodities, “más allá de la oferta y demanda de los mercados físicos e, incluso, de la influencia (alcista) de los biocombustibles”. Es decir, especulación.
Baccarin, que también es secretario del Centro de Corredores de Cereales, concuerda en que los bienes de los alimentos son ahora una fuente de renta financiera. “A fines de los 90 los fondos en materias primas gerenciaban US$ 13.000 millones. Ahora gerencian US$ 260.000 millones”, dice. No se trata de cuatro villanos en una torre: “Esto se origina en un público que cada vez pide más de lo que se está llamando inversiones temáticas. Se trata de todas las que tienen determinadas cosas en su cartera: metales preciosos, petróleo, alimentos”. Para ello se usan instrumentos financieros creados en la última década: acciones que expresan futuros. Son los Exchange Traded Funds (ETF). “¿Se pueden limitar?”, pregunta el corredor. “Sí, se pueden limitar. El punto es ¿a dónde va a ir esa plata? La gente podría tratar de poner ese dinero en stocks físicos, con lo cual el remedio podría llegar a ser peor que la enfermedad”, responde.
El experto pone el dedo en la llaga: “Lo que subyace a todas estas operatorias es que la gente no quiere tener dólares: quiere tener cosas”. O, mejor dicho, se sienten más seguros ganando dinero comprando y vendiendo opciones sobre cosas que ahorrando en dólares. “Hace 10 o 15 años el porcentaje de los operadores en mercados de futuros era 70% arbitradores y 30% especuladores. Hoy es al revés”.
El corto y el largo
“Son las consecuencias especulativas de este exceso de liquidez”, dice Jesús Valdés. La solución del problema, a su juicio, supone la reforma, hasta ahora fallida, de la arquitectura financiera global. El economista dice que naciones como Brasil y Argentina deberían ser más cautas en su posición y no confiarse en que precios demasiado altos no tendrán externalidades. “A mediano plazo deberían evitar el estallido de grandes problemas sociales entre sus compradores, que afectaría a las exportaciones a estos países”. Porque hay una solución de patas cortas. Como dice Baccarin: “Una recesión en China solucionaría este problema, pero crearía otros”. Quizá terribles. Pensando en una medida transitoria, Valdés es partidario de “garantizar lo que son bancos o fondos de alimentos a nivel regional”. En el caso de México, “permitiría que casi el 40% de la población que es pobre acceda a la comida si los precios siguen aumentando”.
Sucede que el planeta depende ahora demasiado de azares. “En Sinaloa y Sonora, debido al crudo invierno, casi el 70% del maíz blanco para tortilla se perdió. Y hubo una replantación”.
Sin ser alarmistas, el mundo se encuentra en una situación bastante difícil. Evidencia de ello son las declaraciones del presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick. Recientemente enumeró nueve medidas que el G-20 debería adoptar de aquí a un año. La más asombrosa fue el pedido de lograr un sistema de información en tiempo real sobre las existencias de cereales.
Un camino de reformas más activo es el planteado por Olivier De Schutter, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación. Se trata de impulsar la producción bajo todas sus formas y, a la vez, establecer normas para que la operatoria de derivados se limite a inversores “que basen sus actividades comerciales en las perspectivas relativas a los fundamentos de los mercados, y no principal o exclusivamente en la obtención de beneficios especulativos a corto plazo”. No hay solución fácil. O ponemos pan en las bocas o corremos el riesgo de vivir con el corazón en la boca.