Científicos encuentran cura para la peor “enfermedad” que aqueja a los dólares. No son los especuladores argentinos, sino el sebo humano.
Seguro que muchos, más que trazas de cocaína, mostraban trazas de dulce de leche y dulce de batata o camote. Con casi US$60.000 millones habitualmente en sus bolsillos, los argentinos deterioran los billetes de US$50 o US$100 tanto o más que los estadounidenses, ya que es su segunda moneda. El problema viene cuando alguno se rompe o se mancha. Justamente, hace décadas, un próspero negocio de las casas de cambio (y “cuevas” ilegales) en Buenos Aires consiste en pagar menos que la cotización por los billetes en real o presunto mal estado; acumularlos y luego enviar una cantidad importante para ser canjeados en la Reserva Federal de EE.UU. a US$1 por US$1, embolsándose la diferencia.
En relación a lo anterior, en enero pasado salió a la luz que uno de estos envíos derivó en un litigio judicial, bautizado como “Estados Unidos contra US$4.245.800 en moneda norteamericana mutilada”. Agentes federales estadounidenses habían confiscado, en 2012, esa cantidad en billetes en estado deplorable que el Banco Piano, de Argentina, enviaba a ese país para cambiarlos por otros nuevos. Sospechaban que se trataba de un lavado de dinero metafórico más que literal. Fue el comienzo de una telenovela. Según el San Francisco Chronicle, “determinar si los billetes entraban en la figura criminal de dinero sucio que usa Estados Unidos o si correspondían a la figura literal de sucio porque estaban en condiciones inmundas llevó 18 meses, con intervención del Servicio Secreto y de la División de Dinero Mutilado del gobierno federal”. Al final resultó que sólo estaba “inmundo” y el banco recobró el control de los fondos. Se calcula que las casas de monedas del mundo imprimen 150.000 millones de billetes al año, mientras que, en ese mismo lapso, 150.000 toneladas de billetes inutilizables van a dar a la basura. Sólo la impresión tiene un costo de US$10.000 millones.
Lo irónico del asunto es que el principal elemento que deteriora los billetes no es el polvo, la tinta ni, muchos menos, el dulce de leche: es la grasa humana. Reacciona con el oxígeno de la atmósfera durante los tres a 15 años de vida media de un billete y es fundamental para su decadencia. En enero, los investigadores Nabil M. Lawandy y Andrei Smuk propusieron la solución al problema: lavar los billetes con lo mismo que exhalamos al respirar: dióxido de carbono. Pero no hay que ponerse a suspirar sobre los billetes, sino usar CO2 en estado “supercrítico” (a 31 ºC y 73 atmósferas de presión que lo convierte en un fluido), elemento que ya se usa para tareas de limpieza. Según ellos, los resultados –que incluyeron testeos de varias monedas del planeta– removieron el sebo oxidado. Y no sólo eso, también otras sustancias, como aceite de motores, sin dañar tintas fosforescentes y hologramas. Si se llega a universalizar, los argentinos especuladores deberán encontrar otro negocio.