Hace pocos días, Argentina vivió uno de esos contrastes que la caracterizan. Por una parte, un joven gremialista murió asesinado por un disparo en un enfrentamiento entre dos sindicatos. Por otro, Cristina Kirchner inauguró una planta de enriquecimiento de uranio que le permitirá unirse a la decena de países que cuentan con tal industria estratégica.
No conectados directamente, ambos hechos ocurrieron como un efecto del movimiento político que el ex presidente Néstor Kirchner inició en la Argentina arruinada de 2003, cuando asumió el poder. Esto es, el fortalecimiento del poder y la influencia de los sindicatos, a la vez que una visión económica en la cual se decidió intentar la reindustrialización del país.
La verdad sea dicha: ni los sindicatos dominan hoy la política, ni la economía es liderada por la producción de manufacturas industriales, pero la diferencia con la realidad en ambos campos respecto de una década es más que vigorosa. La pregunta es: ¿fue efecto ello de la voluntad del ex presidente y su esposa, impuesta sobre una sociedad fragmentada? ¿O se trata de un giro más permanente de la sociedad argentina? En parte esto iba a dilucidarse en las próximas elecciones presidenciales, en las que se descontaba que Néstor Kirchner sería el candidato oficial a ser elegido en internas abiertas y que ganaría en la primera vuelta, pero que podría perder en la segunda si la oposición lo enfrentaba unida. Aún en este caso, el líder peronista se habría ungido como un temible jefe de la oposición.
Su sorpresiva muerte arrasó con todas estas perspectivas, creando menos un vacío de poder (es probable que Cristina Kirchner dé un giro a una mayor dureza para evitar mostrarse como una mujer débil, que no lo es) que un “vacío de expectativas”. Porque, pese a que el sentido común dice que la oposición puede beneficiarse de la desgracia del ex presidente, la ausencia de Néstor Kirchner pondrá a prueba las ya frágiles alianzas y consensos entre los diversos sectores de la derecha, el radicalismo y el mismo peronismo conservador que se oponía al temido “pingüino”.
La forma y el contenido con que el sistema político argentino resuelva esta situación definirán si el escenario político va hacia más fragmentación o logra un nuevo equilibrio en que los conflictos nada menores del país, se procesen de la mejor manera posible: entre adversarios y no entre enemigos.