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Los siameses inesperados
Lunes, Diciembre 17, 2012 - 11:11

Bajo la apariencia de dilemas económicos tan grandes como opuestos, Barack Obama y Xi Jinping enfrentan un desafío político–ideológico similar: evitar la ruptura del sistema.

EE.UU. le debe a cada santo una vela. Conscientes de eso, muchos ciudadanos estadounidenses patriotas han donado este 2012 dinero de su bolsillo para reducir su deuda nacional: US$ 8 millones a noviembre recién pasado. El problema es que las acreencias suman alrededor de US$ 16 billones. Esto es, 16 millones de millones de dólares en notación latina o 16 trillones en notación anglosajona. Sabiendo que con la buena voluntad no iba a alcanzar, el Congreso estadounidense se puso, más de un año atrás, una trampa a sí mismo. Si gobierno y oposición no lograban un acuerdo en cómo reducir tal deuda, a partir de enero de 2013 entraría en vigencia una mezcla de ahorros y aumentos impositivos obligatorios. Lo bautizaron como “el Precipicio Fiscal”. Se trataba de meterse miedo para llegar a un acuerdo, pero había elecciones entre medio y nadie cedió. Así el reelecto Barack Obama se enfrenta a un desafío doble: se le van a vaciar los bolsillos y el crecimiento podría ser de un dramático 4% a 6% negativo y el desempleo subir hasta el 10%, poniendo a casi tres millones de personas en la calle. Para colmo, en estos días su administración se dará con la cabeza contra el “techo fiscal” de US$16,4 billones de millones, sobre el cual el gobierno no puede endeudarse legalmente.

Muchos dicen que los republicanos, derrotados, serán ahora más razonables. Un memo privado de la administración de Obama, que el famoso periodista Robert “Bob” Woodward difundió hace poco, muestra que la situación es más compleja. En él Obama ofrece un acuerdo para cortar 4 billones a 10 años. Es casi una rendición: los cortes van a seguro social, seguro de salud, subsidios agrícolas, subsidios de conservación, reforma postal, retiros de funcionarios públicos y militares. También incluyen, como bien señala Woodward, “algunas líneas acerca de: ‘queremos bajar los impuestos, no sólo para los individuos, sino para las empresas’”. El dilema para Obama es claro: si ofrece ahora menos, los republicanos podrían pedirle ese “piso” e incluso más, pero si acepta tantos recortes maniatará sus cuatro años de gobierno. Si no los acepta y no hay acuerdo, el país entrará en recesión. En ambos casos su capital político se arruinará. Los republicanos, victoriosos, descubrirían -en 2017- que ahondaron las diferencias tanto que el sistema político quebrado llevaría a la latinoamericanización de EE.UU.

Aunque no lo parezca, y se diga que su principal desafío es aumentar el consumo interno y equilibrar la economía, en el otro extremo del mundo, el nuevo líder chino, Xi Jinping, arriesga esa misma situación, pero debido a un escenario opuesto: la uniformidad doctrinaria esencial del nuevo Politburó del Partido Comunista de China. Según Scott Kennedy, académico de la Universidad de Indiana, en el East Asia Forum una cosa es segura: “No hay un Gorbachov entre ellos”, por consiguiente, “vamos a ver una serie de reformas para mejorar el funcionamiento de este sistema”, pero todas se harán “para que este sistema funcione mejor, no para preparar a China a avanzar hacia otro sistema (democrático multipartidista)”. A su juicio, los escépticos de que este plan funcione, verán un liderazgo chino que va “a tratar de demostrar que todos (sus críticos) están equivocados”. ¿El resultado? “O tendrán éxito, o habrá una crisis política profunda”. El mundo no será un lugar mejor si ello ocurre.