El cereal andino es cada vez más demandado por EE.UU. y Europa.
“En Bolivia, un pollo Broaster con papas fritas cuesta aproximadamente US$ 2,5, con eso se compra quínoa para cinco personas”, dice Miguel Choquellanos, gerente comercial de la Asociación Nacional de Productores de Quínoa de Bolivia (ANAPQUI). Con esta afirmación busca contrarrestar la reciente publicación de un artículo en el New York Times en el que saltaban las alarmas con respecto a la producción de este cereal andino: La exportación masiva estaba provocando un aumento de precios tal que los sectores populares ya no podían darse el lujo de adquirirla, afirmaba.
“Sí, están aumentando las exportaciones y con ello los precios, pero la demanda aún no supera a la oferta, así que estamos dentro de los límites”, dice Choquellanos. Para Salomón Salcedo, Oficial Principal en Políticas Agrícolas de la FAO, la situación tampoco es alarmante: “Realmente no está generalizado el consumo de quínoa”, dice. “Lo que buscamos es darla a conocer más. Estamos rescatando los cultivos de este producto, que llegó a perderse por completo, llevando la semilla de vuelta a las comunidades”. Por su parte, la ANAPQUI ha conseguido insertarla en los paquetes de subsidio familiar destinados a mujeres embarazadas.
Conocida como un alimento de los pobres en el mundo andino, ahora es cada vez más demandada en EE.UU. y Europa como alimento ecológico beneficioso para la salud. Posee todos los aminoácidos esenciales, oligoelementos y vitaminas, y no contiene gluten. “No llegará a ser un alimento commodity como el trigo”, dice Choquellanos, ya que su procesamiento es complicado.