Casi como un guiño a la agrupación que integró junto a David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason, el disco es atravesado por voces y sonidos de relojes, que suelen enlazar las canciones, al modo en que ocurría en el recordado “Dark side of the moon”.
Roger Waters hace una lectura “floydeana” de la vida moderna en su nuevo disco
Miércoles, Mayo 31, 2017 - 10:48
A 25 años de “Amused to death”, su último trabajo discográfico, el músico británico Roger Waters vuelve a publicar un nuevo disco de estudio con canciones originales, un trabajo producido por el célebre Nigel Godrich, en el que con una atmósfera sonora que remite a Pink Floyd, la banda que lideró hasta 1982, realiza una descarnada lectura de la realidad política y los males de la vida moderna, temáticas recurrentes en toda su obra.
“Is this the life we really want?”, que verá la luz pública este viernes 2 de junio, contiene doce cortes en los que Waters resigna aspectos melódicos y apela a sumar capas de teclados, en lugar de recurrir a virtuosas instrumentaciones, para crear sus tradicionales climas intensos y angustiantes, en este caso, magistralmente elaborados por Godrich, la mano detrás de joyas como “OK Computer”, de Radiohead, y “Chaos and creation on the backyard”, de Paul McCartney.
Casi como un guiño a la agrupación que integró junto a David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason, el disco es atravesado por voces y sonidos de relojes, que suelen enlazar las canciones, al modo en que ocurría en el recordado “Dark side of the moon”.
En tanto, el ex Pink Floyd le pone voz a la locura, se convierte en el histriónico orador que encarnaba cuando interpretaba “In the flesh”, en “The Wall”, o apela a su desgarrador tono para volver a cantarle a las mismas cuestiones que interpelan su alma desde los primeros años con su histórica banda.
De este modo, Waters vuelve a poner el foco en la situación política, con alusiones a líderes “sin cerebro”, a las incursiones armadas de las potencias a los países del Medio Oriente, y al drama de los refugiados, entre otras cuestiones; como así también a la alienación, la locura y la muerte.
El disco abre con “When we were Young”, precisamente una suerte de collage sonoro, con voces, como si estuvieran pronunciando discursos, que crecen en volumen e intensidad, junto a un enloquecedor “tic-tac”, que finalmente se funden con un colchón de teclados, en lo que puede ser considerado el inicio de un inquietante viaje.
Un rasgueo de guitarra acústica que logra imponerse a ese caos sonoro abre paso a “Deja vu”, una balada a la que se le suma un piano, a mitad de camino entre los pasajes más melódicos de “The Wall” y “Wish you were here”. Algunos efectos sonoros y un arreglo de cuerdas le agregan dramatismo a la canción sobre el final, hasta que da paso al siguiente corte.
Se trata de “The last refugee”, que comienza a armarse con un groove de batería y distintos teclados que van dando forma a una melodía que se revela con la entrada de la voz de Waters. Estos tres primeros cortes conforman una especie de introducción homogénea cuyo carácter cambia de manera radical con la cuarta canción, que presenta un tono distinto al que venía mostrando el disco.
“Picture that” consiste en una larga diatriba política en donde Waters escupe toda su rabia sobre uno de los climas más rockeros del disco, con un tempo alto, en el que pinta una rabiosa aldea global en la que destacan Afganistán, la Bahía de Guantánamo, político corruptos y jueces “sin leyes”.
Las texturas suaves regresan con “Broken bone, una canción acústica con un aire a “Mother”, en donde vuelve a aparecer el fantasma de la guerra en el universo Waters.
El sexto tema es el que le da nombre al disco, un lamento sobre lo soñado y lo que realmente fue, que suena a blues trunco, sugerido en el ritmo de la batería, pero disipado de inmediato con la aparición de algunos sutiles sonidos de guitarra y la sumatoria de teclados,
Un final abrupto con el sonido de una alarma da paso al siguiente corte, “Bird in a gale”, una lunática interpretación de Waters sobre una pesada atmósfera rockera, en un combo que le pone sonido a la locura.
Con “The most beatiful girl” vuelve el romanticismo, de la mano de un piano y un arreglo de cuerdas que oficiará de bálsamo hasta la llegada de “Smell the roses”, la canción más furiosa y lograda de todo el disco.
Un poderoso ritmo bien marcado de batería, una gran interpretación vocal, la aparición de algunas guitarras distorsionadas, unos breves fraseos como lamentos y una parte media en donde se logra una notable collage sonoro conforman un cocktail que hacen de este tema el punto más alto del álbum.
Como al inicio, el cierre del disco está dado por tres canciones que, adrede, presentan similitudes de modo que conforman un todo de tres partes. Se trata de “Wait for her”, “Oceans apart” y “Part of me died”, las cuales remiten levemente a “Nobody home”, sobre todo por el tratamiento del piano y los teclados.
De esta manera, Waters redondea quizás su disco más “floydeano” desde su alejamiento de la banda, con la sutil pero determinante diferencia de que prescinde del virtuosismo de sus ex compañeros.