El director chileno, y ganador del Oscar, habla sobre su trabajo y las figuras femeninas en el cine.
“Yo la hago si la dirigís vos”. “Y yo la hago si vos la protagonizás”. Y la hicieron. Así de fácil fue. Así de sencillo llegaron a un acuerdo Sebastián Lelio y Julianne Moore para embarcarse en un proyecto atípico: el remake de Gloria, una de las películas chilenas más destacadas de los últimos años, que también había sido escrita y dirigida por el realizador trasandino. Para Lelio, la Gloria chilena (2013) fue una consagración; con su mirada fresca y punzante sobre la vida de una mujer en el eje de sus cincuenta, el director alcanzó reconocimiento fuera de fronteras, en especial en la Berlinale de aquel año, de donde se volvió con tres premios abajo del brazo. Sin embargo la verdadera explosión mundial llegaría en 2017, cuando el Oscar a Una mujer fantástica lo hizo subir al escenario del Dolby Theatre junto a los hermanos Larraín a dar la cara por el cine sudamericano.
Dos películas después de aquella primera Gloria –incluida Disobedience (2017), una producción gestada en el seno de Hollywood– Lelio presenta esta historia que se ve muy parecida a la anterior, pero que guarda un espíritu y una esencia propia. Y, claro, una actuación magnética de Julianne Moore en un papel inolvidable. Ella es fundamental en esta nueva versión y Lelio, que atiende el teléfono durante una de sus breves estancias en Chile, lo tiene muy claro. “No hubiese hecho Gloria Bell si no fuera por Julianne”, dice.
En esa primera reunión, ¿Julianne Moore le comentó por qué la historia la había conmovido tanto?
Tuvimos la oportunidad de hablar durante muchas horas sobre la historia y la complejidad del personaje, sobre el hecho de encarnar el heroísmo de la vida diaria, la épica de la gente común, que es lo que tiene Gloria. Y sobre todo del desafío de ese retrato absoluto de este personaje que es visto desde todos los ángulos posibles, cruzando todo su espectro emocional. Eso la motivaba mucho. Es un rol muy demandante que requiere de una actriz de gran talento. Así como Paulina (García, la Gloria chilena) logró sostener al personaje, ella tenía que tener la misma fuerza. Julianne es una gran actriz, está en una etapa en la que tiene absoluto control de sus muchos recursos actorales y fue muy emocionante trabajar con ella.
¿Cuál fue la principal complejidad que enfrentó al volver sobre la historia?
Una película no se puede rehacer. Yo nunca fui al set a rehacerla, yo fui a hacer una película desde cero, con actores distintos, locaciones distintas, una cultura distinta. El hecho de que yo ya conocía la historia y a los personajes me ayudó a estar preparado, a entender mejor los resortes que hacen funcionar a la historia y a la personalidad profunda de Gloria, pero eso no garantizaba que las escenas lograran ser de nuevo vibrantes, que lograran estar vivas por sí mismas. Ese era el gran desafío. Era peligroso que la película no viviera. Pero esa peligrosidad fue justamente el motor de la excitación que nos provocaba el proyecto.
En ambas versiones la música está muy presente. ¿Por qué?
Haciendo Gloria Bell comprendí que en realidad la primera Gloria ya era una especie de musical encubierto, y esta lo es aún más. La música aparece cada dos o tres minutos, los personajes viven las canciones, y ellas con su letra o su emoción revelan dimensiones nuevas de sus propios procesos. Tal y como sucede en las películas musicales.
Sus últimas películas se enfocan en mujeres con problemas y miradas sobre la vida diferentes. ¿Es coincidencia o hay una búsqueda particular de ese punto de vista?
Gloria, Una mujer fantástica, Disobedience y Gloria Bell conforman un cuerpo de trabajo que tiene mucho en común. Cuando empecé a hacer las películas, en especial las últimas tres, lo que me emocionaba y me parecía desafiante, excitante y conmovedor era el gesto de tomar personajes femeninos que no suelen estar en el centro de las narraciones más mainstream. Poder mirar a estas mujeres que, entre comillas, no merecen una película y decirles “tú eres una película”. Eso me pareció muy movilizante. No es que me puse a pensar qué películas son las que hacen falta, ni estaba siguiendo una agenda. Los proyectos se piensan dos o tres años antes de filmarse, y lo que pasó –para sorpresa para todos los que hicimos la primera Gloria– es que la película de alguna manera se adelantó a la discusión social que situó a la mujer y a sus problemas en el centro, así como Una mujer fantástica conectó muy bien con el zeitgeist, con la temática trans que al momento de salir la película había explotado en la cultura y en la sociedad. En Chile, incluso, devino en la creación de una ley de identidad de género, la película ayudó a reactivar una discusión dormida. Con esto quiero decir que no estaba persiguiendo un cine político con mis películas. Se dio así.
Filmó las últimas tres películas casi de un tirón. ¿Cómo fue alternar Chile y Hollywood en su trabajo diario?
Fue un período muy demandante. Una mujer fantástica, una película bellísima para filmar por la mezcla de géneros y temas y que además era en español, se alternó con mi primera película en inglés, Disobedience, en la que trabajé con actrices muy reconocidas. Fueron tres años extenuantes, pero estoy y estaré eternamente agradecido por ellos. Me permitieron poder filmar, que es lo que un cineasta busca. Fue un regalo haber podido hacer estas películas de esa manera, haber podido dar el salto al inglés de manera tan orgánica, incluso antes del Oscar, porque Disobedience se filmó antes de todo lo que pasó con Una mujer fantástica. Fue agotador, pero estoy agradecido.
¿Qué respondería si el día de mañana le ofrecen hacer un remake de Una mujer fantástica?
Bueno, han habido conversaciones al respecto, y yo no me opongo. Nada está estipulado ni hablado, ni hay nada concreto pasando al respecto, pero no me opongo a la idea de que un material tenga una segunda oportunidad en una vidriera y que la gente que esté detrás sea gente con tenga el talento y la pasión para llevarla a buen puerto.
¿Le costó amoldarse a las rutinas de la industria hollywoodense viniendo del cine latino?
Yo no sabía bien cómo ir el primer día. Uno no sabe ni cómo vestirse, ni qué hacer. Pero fue bastante sorprendente comprender que al final del día el cine es el mismo en todas partes; está la complicidad con los actores, está la cámara y está el tiempo en el que tenés que hacer el trabajo. Me sentí como en casa. Yo necesito cierto tipo de relación con los actores, necesito sentir que tengo su confianza y ellos la mía, y estoy muy agradecido de que eso haya ocurrido con Rachel Weisz, Rachel McAdams, con Julianne Moore o John Turturro de la misma manera que con Daniela Vega o Paulina García. Además, allá uno también siempre está atrasado, lo que me hizo sentir todavía más en casa (risas).
El Oscar lo recibió hace ya dos años ¿Cómo sigue resonando hoy en su cabeza y en su carrera?
El Oscar marca un antes y un después en la vida profesional y en la personal. Es tanto el significado que se le otorga, que modifica muchas cosas en distintos niveles. Se abren puertas, hay más oportunidades, hay más interés en financiar las ideas que uno anda trabajando. Es fuerte y es rotundo, pero al mismo tiempo el verdadero premio es ganarse el derecho a poder seguir filmando.
Creo que estamos todos expectantes. Imagino que se podrá evaluar mejor con un poco más de distancia. En el Oscar nos tocó a nosotros tocar la campana, pero es un proceso colectivo de toda una generación que fue creciendo y aprendiendo junta a ensayo y error. No es casual que los productores de estas películas hayan sido los hermanos Larraín. Con ellos hemos venido trabajando desde el 2006, que fue cuando Pablo (Larraín) y yo estrenamos nuestro primer largometraje. Es un proceso colectivo, y es un libro al que le quedan muchas páginas por escribir. El Oscar ayudó a que se nos escuche más, a que se nos ponga más atención. Esperemos que se mantenga con los compañeros que están filmando en Chile.