Expertos subrayan que lo básico en el tema es transmitir una cultura de seguridad en las familias. “Los niños son imitativos”, dice especialista.
“Una aceleración y desaceleración del cuerpo en la que, dentro del cráneo, el cerebro choca con la misma estructura ósea, produciendo una inflamación que suele ser fatal”. Así explican los médicos lo que comúnmente se denomina el “efecto latigazo”.
Es la situación más repetida cuando ocurre un accidente automovilístico y el hecho genera un fuerte impacto en las personas, especialmente en los menores.
Y es que los accidentes automovilísticos constituyen un peligroso mal de las sociedades en desarrollo. En México, por ejemplo, se ubica como primera causa de muerte en niños de 4 a 12 años, mientras que en Chile casi 300 menores de 18 años mueren anualmente en este tipo de circunstancias.
El hecho oculta una ecuación, además, perturbadora: por cada uno que fallece, cuatro quedan con daño neurológico permanente o bajo complejas hospitalizaciones.
La situación es compleja. Los expertos siempre ejemplifican que un menor de dos años que choca en un auto que va a 40 kilómetros por hora y sin ninguna protección, se estrella contra el parabrisas y lo traspasa. Tal como si cayera de un cuarto piso.
El pediatra chileno Carlos Hinzpeter es especialista en pacientes críticos. Con formación de cuidados intensivos en el California Lutheran Hospital de Los Ángeles, Estados Unidos, explica que en vez de “accidentes” hay que referirse a estos hechos como “lesiones no intencionales”.
Según su experiencia y estudios, el 70% de los accidentes de tránsito ocurren en la ciudad, mientras que el 60% de ellos son dentro de un radio de 20 kilómetros cercano a la casa de los afectados. Así, comentarios como “yo sólo protejo a mis hijos cuando salgo de la ciudad” o “para qué tanta complicación si voy aquí cerquita” no resultan válidas a la luz de los crudos datos duros.
Hablar de “accidentes” alude más bien a una lógica de “siniestralidad” o “mala suerte” que no corresponde a la realidad. Se trata de hechos no intencionales que, en rigor, no debieran ocurrir. Detrás de la mayoría de estos tristes eventos, hay algún aspecto que podría haberse previsto.
Ni siquiera los famosos “airbags” son sinónimo de prevención en el caso de un niño que va sentado adelante en un auto. Estos elementos están diseñados para golpear a un adulto de 1.75 metros en el pecho. Salen a 300 kilómetros por hora y su inflado dura décimas de segundo. Lo suficiente para frenar a una persona grande en el minuto del accidente.
Si un niño de ocho años se sienta de copiloto, al momento del accidente va a ir hacia adelante y en el instante del impacto el airbag va a salir a 300 kilómetros por hora, pero no le va a pegar en el pecho, le va a pegar en la cara, lanzándole el cuello hacia atrás y provocándole una fractura a nivel cervical de altísimo riesgo.
“Tanto así que algunos autos vienen con letreros advirtiendo y otros más sofisticados tienen un sensor de peso, si no da el equivalente mínimo requerido, que son entre 55 y 65 kilos aproximadamente, automáticamente el airbag se desconecta”, explica el médico.
La filosofía de la prevención se centra en que es imposible evitar el cien por ciento de los imprevistos. Pero hay que concentrarse en evitar los que causan la muerte. En el caso de los menores, usando bien las sillas para niños en los autos. Y si ya están más grandes, en el uso correcto y permanente del cinturón de seguridad.
Lo importante es transmitir una cultura de seguridad en las familias. “Los niños son imitativos”, dice el especialista. “En la medida de que los padres muestren una actitud apropiada de seguridad, los niños la van ir adquiriendo de manera natural”, asegura.