Los expertos conocen sus efectos secundarios –que van desde trastornos mentales hasta la malformación del feto en mujeres embarazadas–; sin embargo, lo siguen recetando, ya que consideran que aún no existe un tratamiento igual de efectivo.
Este es quizá mi relato más íntimo. Cuando era adolescente tuve problemas de autoestima a causa del acné. Los comentarios y las miradas de la gente me marcaron. Me sentía insegura y siempre lo quería tapar, eliminar, erradicar. Con cremas, con maquillaje e incluso con mis manos, que en vez de ayudar me dejaron cicatrices. Luego crecí y los granitos se fueron. O eso creía hasta hace aproximadamente un año.
Ya no tenía 15 sino 22, y el acné volvió, y peor. Mi profesión me exige estar en contacto con la gente y era inevitable que las personas observaran los barros que sobresalían a pesar del maquillaje. Las preguntas detestables de mi adolescencia regresaron. “¿Qué es eso?”, “¿qué te pasó?”. Me sentía de vuelta al pasado, cuando me creía inferior a mis amigas porque ellas tenían una piel tersa y suave.
Lloraba todas las noches y quería quitarlos, pero nada funcionaba. Era agosto del 2016 cuando decidí ir al dermatólogo. El doctor Palacios, con un espejo más grande que mi cara, observó mis imperfecciones. También me hizo preguntas relacionadas con el estrés, el ciclo menstrual y mi genética.
—Usted tiene un acné nodular. Lo que puede servir para tratarlo es un medicamento que se llama Roaccutan.
—¿Roaccutan? ¿Qué es eso? ¿Cómo funciona? –le pregunté–.
—La isotretinoina, más conocida como Roaccutan, es un medicamento que se utiliza para tratar el acné severo y otras enfermedades dermatológicas. También es un derivado de la vitamina A y su función es acabar las glándulas sebáceas. Antes de empezar a usarlo debe hacerse unos exámenes para ver si es apta. Debe planificar, porque uno de los efectos secundarios más fuertes es que puede producir malformaciones en el feto. Vuelva cuando tenga los resultados.
Mientras él seguía explicándome y observándome la cara, me hice mil cuestionamientos internos. Me decidí. “¿Cuándo empiezo?” –le dije–.
Me fui con una mezcla de sensaciones. Había encontrado la cura, pero tenía miedo de los efectos secundarios. Pedí la cita para los exámenes, me los hicieron y regresé. El dermatólogo los miró mientras yo me moría de ansiedad. La dosis es diferente para cada persona, va de acuerdo con su peso y estatura. Me pesó, me midió, y luego de aplicar una regla de tres me indicó la dosis adecuada.
— Empiece la otra semana. Debe conseguir un almanaque para que anote lo que va tomando: los días pares se toma dos, y los impares, una. Compre vaselina y protector solar y labial. Tome mucha agua y bájele a las grasas. No puede beber alcohol. Vuelva en tres meses para ver el progreso y con nuevos exámenes. No se vaya a asustar si el acné empeora: es normal los primeros meses.
Estaba lejos de mi objetivo y de saber todo lo que el Roaccutan me produciría. Empecé el 29 de agosto del 2016. La caja es grande y adquirirla es difícil, pues solo se vende con fórmula médica. En su interior tiene una hoja enorme con recomendaciones, datos farmacéuticos y posibles efectos secundarios, que van desde resequedad hasta insuficiencia renal y hepática, trastornos gastrointestinales y, en casos extremos, síndrome de Stevens-Johnson, una reacción que causa hipersensibilidad en la piel.
También advertía sobre el efecto secundario más peligroso en las mujeres y por el cual el embarazo se prohíbe: “El mayor riesgo es el efecto teratogénico en mujeres en edad reproductiva, lo que ocasiona deformidades fetales severas y mortales en quienes queden en embarazo”, afirma José Becerra, médico dermatólogo de la Asociación Colombiana de Dermatología. Son tres tabletas por caja, cada una con 10 cápsulas pequeñas, ovaladas y rosadas con blanco.
La semana en que empecé el tratamiento noté los primeros cambios, que me acompañarían por los siguientes nueve meses. Los labios se me resecaron tanto que con solo reírme se me partían. Los ojos también se sentían áridos, así que utilizar maquillaje era imposible porque el delineador y la pestañina me irritaban. Ese fue mi primer reto: dejar que los demás vieran mi piel al natural.
Todo el tiempo tenía sed. Algunas veces me despertaba a la madrugada para tomar agua. La piel se me resecó de pies a cabeza. En el caso de las mujeres, el medicamento dificulta las relaciones sexuales. Sentía la cara tiesa, como si fuera una momia. Efectivamente, los primeros meses el acné empeoró. No me podía extirpar los granitos porque esta era otra de las recomendaciones. Fue difícil. Evitaba mirarme al espejo.
Cometí un grave error durante el primer mes: era mi grado, así que fui a tinturarme el pelo y a depilarme las cejas. No se me ocurrió averiguar y la depilación me arrancó la piel. Como todo mi cuerpo estaba reseco, la tintura me quemó el cuero cabelludo. Aparte del dolor, la frustración fue insportable. Lo consulté con el médico, pero ya era tarde. “Durante el tratamiento debe evitarse cualquier procedimiento que requiera cicatrización, como la depilación, las cirugías o el uso de láser para rejuvenecimiento facial, debido a que este procedimiento altera el proceso de cicatrización”, explica Becerra. Qué bueno habría sido saberlo antes.
El ánimo me cambió y en algunas ocasiones explotaba por cualquier cosa. No quería hacer nada, me pesaban el cuerpo y el alma. Pero continué. Pasaron tres meses y volví a los exámenes de sangre y a mi control con el dermatólogo. Tuve una pequeña sensación de triunfo al ver los avances y al saber que mi organismo estaba reaccionando bien.
Los siguientes meses fueron más fuertes. Tanto, que en una de las consultas de control quise suspender el tratamiento, pero el doctor Palacios me recomendó terminar. El dolor muscular era insoportable, el esfuerzo físico quedó restringido y, por lo menos unas dos veces al mes, tenía hemorragias nasales producto de la resequedad de la mucosa. La comida pesada me provocaba náuseas.
En los últimos tres meses los exámenes salieron bien. Me cuidé lo mejor que puede y soporté el dolor hasta el último día: el 29 de junio del 2017. Nueve meses, 405 pastillas y 13 cajas de Roaccutan de 20 mg.
Logré mi objetivo: se fue el acné y sobreviví al Roaccutan, ya que otro grave efecto secundario es la “aparición de síntomas y trastornos psicológicos. El más frecuente es la depresión y, en algunos casos, la ideación suicida”, cuenta Becerra.
Tuve el apoyo de mis seres queridos, que siempre estuvieron pendientes de mi estado de ánimo y de mi salud. “Después de terminar el tratamiento, el medicamento puede desaparecer del organismo en un mes. Lo ideal es esperar entre 3 y 6 meses para quedar en embarazo”, sugiere Becerra.
Existen personas que no entienden lo que pasa por la cabeza de alguien que no se siente bien con su cuerpo. Muchos te juzgan y te hacen la molesta pregunta de siempre: “¿Para qué tomas algo que te está haciendo daño?” No solo es cuestión de vanidad. Tiene que ver con la manera en que caminas por la vida, en que te relacionas con la gente y en que te imaginas el futuro.
Una vez terminado el tratamiento, los efectos secundarios se van paulatinamente. La piel vuelve a su estado natural y es necesario esperar unos meses para que el cuerpo se desintoxique. Lo ideal es seguir con una dieta saludable y retomar el ejercicio. Terminé hace tres meses y hasta ahora mi organismo ha reaccionado bien. En unos días debo ir a mi último control para poner punto final a mi experiencia. Si usted se decide por este tratamiento y tiene algún problema, busque a su dermatólogo. Mi cuerpo aceptó el medicamento, pero no todos lo hacen. En algunas personas las consecuencias pueden ser fatales.