Mientras el cerebro aprende con una mano, con la otra está borrando información para hacer espacio a lo nuevo. Descubrimiento confirma vieja intuición.
Rodrigo Lara Serrano. Suele decirse que Dios inventó el tiempo para que no todas las cosas del Universo ocurran en un mismo segundo. Lo cierto es que habría fracasado si, a continuación, no hubiera creado la memoria. Por suerte, justo cuando el ser humano echaba a andar por el mundo, el diablo aportó el fuego del olvido.
En realidad, la memoria es el resultado de la evolución, porque sin memoria es imposible el aprendizaje. Y sin aprendizaje, la supervivencia. Por eso, la sabiduría popular suele decir qué hay aprendizajes que nunca se olvidan: no meter los dedos en los enchufes y andar en bicicleta, por ejemplo.
Sin embargo, un nuevo trabajo realizado en la universidad Pablo Olavide Sevilla y el EMBL (European Molecular Biology Laboratory) ha venido a remecer un poco esta última certeza. Y a reforzar una intuición que cualquier ex enamorado/a que escucha boleros, tangos o baladas de amores tristes tiene: si se quiere aprender en la vida, el olvido es esencial.
Un equipo dirigido por Cornelius Gross en el EMBL (European Molecular Biology Laboratory), ha descubierto un proceso que parece apuntar hacia allí. Durante éste, en el mismo momento en que se realiza el aprendizaje, el cerebro comienza a borrar activamente partes de sus memorias.
El equipo investigador lo pone en simple: al nivel más básico, el aprendizaje consiste en hacer asociaciones y acordarse de ellas. Trabajando con ratones, estudiando sus hipocampos, una región del cerebro que se sabe ayuda a formar los recuerdos, se focalizaron sobre la información que entra en esta parte del cerebro a través de tres vías diferentes. Resulta que, a medida que se "cementan" los recuerdos, las conexiones entre las neuronas a lo largo de la ruta "principal" se hacen más fuertes.
Sin embargo, en este caso, cuando los científicos bloquearon la ruta principal, descubrieron que los ratones que ya no eran capaces de aprender una respuesta pavloviana, asociar un sonido a una consecuencia (una campanada a la llegada de la comida, como en el célebre experimento), y anticipar, luego, esa consecuencia (salivar aún cuando no llegara la comida). Ahora, si los ratones habían aprendido que la asociación antes de que los científicos detuviera el flujo de información por esa ruta principal, todavía podían recuperar tal memoria. Esto confirmó que esta ruta está involucrada en la formación de recuerdos, pero no es esencial para recordar esas memorias. Este último implica probablemente la segunda ruta en el hipocampo, conjeturaron los científicos.
No parece algo demasiado impresionante.
Pero, de inmediato apareció lo inesperado: el bloqueo de esa ruta principal tenía una consecuencia: las conexiones a lo largo de ella se debilitaron, lo que significaba que algunas memorias se estaban borrando.
"Simplemente, el bloqueo de esta vía no debería tener un efecto en su fortaleza", dice Agnès Gruart de la Universidad Pablo de Olavide. Y agrega, "cuando investigamos más, descubrimos que era la actividad en una de las otras vías conducía a este debilitamiento". La mente sí estaba borrando activamente lo recordado.
Lo más impactante es que este empuje activo para olvidar sólo ocurre en situaciones de aprendizaje. Cuando los científicos bloquearon la ruta principal hacia el hipocampo, en otras circunstancias, la fuerza de sus conexiones no sufrieron modificaciones.
Gross especula que, "una explicación para esto es que, hay un espacio limitado en el cerebro. Por lo que, cuando se está aprendiendo, usted tiene que debilitar algunas conexiones para hacer espacio para los demás". Así, "para aprender cosas nuevas, hay que olvidar las cosas que ha aprendido antes".
El problema con esta posibilidad es que se ha calculado que el cerebro pude almacenar hasta 2,5 petabytes. Cantidad que bytes que "serían suficientes para sostener tres millones de horas de programas de televisión. Usted tendría que dejar el televisor en funcionamiento continuo durante más de 300 años de uso para copar todo el almacenamiento", ha dicho Paul Reber, profesor de psicología en la Northwestern University de EE.UU., al respecto
Esto último suena contradictorio con lo descubierto. Entonces, es posible que la analogía no sea válida. O, quizás, las neuronas tengan que dedicar una cantidad enorme de su capacidad a almacenar lo que podríamos llamar "memoria procedimental física" (las diferentes formas de caminar y correr, por ejemplo) o memorias no conceptuales: todos los usos semi inconcientes de olores y aromas. Un dato que puede avalar la primera de las opciones es que es muy raro encontrar músicos que sean eximios al nivel de maestría en más de un instrumento. Hay muchos que pueden tocar bien muchos de ellos, pero pocos que llegan al dominio total de sólo uno; y casi ninguno que sea un maestro en dos.
De hecho, la interpretación musical se conecta con algo también dicho por Reber: "Ciertos recuerdos implican más detalles y por lo tanto ocupan más espacio. Otros recuerdos se olvidan y así liberan el espacio". Si esto es así, el nuevo misterio a dilucidar es ¿cómo selecciona la mente/cerebro lo que será borrado? ¿de qué manera asume el "riesgo" de apostar a qué material no será relevante en el futuro? El humor, o ironía, detrás de todo este asunto es que, sino se quiere volver a tropezar con la misma piedra, hay que olvidar algo: no la piedra, otra cosa, para poner allí la nueva forma (sólo entonces aprendida de verdad) de caminar sin tropiezos.