Aunque tenía dudas sobre mi capacidad para concentrarme con una vista panorámica del oriente de Santiago y las amenidades incluidas en la suite ejecutiva de 42 metros cuadrados, la cosa funciona.
Es raro. Es el mismo lugar que he visitado decenas de veces en distintos eventos de ministerios, instituciones multilaterales, empresas y embajadas, solo que diferente. Es el mismo olor a fresco, levemente cítrico. Las mega alfombras de dibujos interminables, el mobiliario trendy con colores neutros, el aroma al café de grano recién tostado. Las luces cálidas… Pero son los pisos de porcelanato los que trastocan la escena; no pueden ocultar, en ausencia de música ambiental, el eco que producen los pocos tacones que los pisan.
Es octubre de 2020 y el Marriott Santiago reabre tras seis meses.
Fueron 26 semanas en que el hotel completo y sus 25 pisos, 30 mil metros cuadrados de salones, áreas comunes y habitaciones, como en el Overlook de Steven King, estuvieron solo resguardados por un pequeño contingente de cuidadores que – me atrevo a pensar - recorrieron cada rincón y se imaginaron tanto pernoctando en las mejores suites como celebrando en fiestas lujosas.
No ha sido fácil. Hoy América ostenta el nada deseable primer lugar en contagios y muertes del mundo. Y los efectos económicos en el sector turismo y hotelería fueron estimados en US$3.900 millones, en Chile solamente.
Pero un negocio no sería negocio sin la reinvención. Conforme la sociedad aprende sobre el tiempo de incubación o latencia del coronavirus, desarrolla testeos rápidos, trabaja en vacunas y antivirales, también el rubro de la hospitalidad se adecua a convivir con este virus.
En esa línea, Marriott ha diseñado promociones para dar un uso alternativo a sus suites, apuntando a personas que desean solamente descansar, hasta parejas que buscan una escapada romántica.
Su más reciente invento son las workations. Una promoción de habitaciones ejecutivas del hotel, pensadas como centro de trabajo, con los servicios que demande el cliente - wifi, sistema de TV con descarga de contenidos, bluetooth y ciberseguridad – pero además con garantías de seguridad para evitar el COVID-19, como room service sellado y mínima manipulación de los alimentos.
Aunque tenía dudas sobre mi capacidad para concentrarme con una vista panorámica del oriente de Santiago y las amenidades incluidas en la suite ejecutiva de 42 metros cuadrados, la cosa funciona. Increíblemente la soledad, el silencio, la temperatura adecuada y un entorno agradable a la vista – mucho más que mi improvisada oficina-habitación del último semestre- inciden positivamente en mi productividad reporteril.
Entre sesiones de trabajo- llego un miércoles temprano y me voy el jueves tras el almuerzo- recorro los espacios del hotel, constatando cómo retorna la vida a sus instalaciones. Hay personas que buscan un desayuno continental o cena temprana en la terraza del restaurant Latin Grill, oficinistas que van por un café y croissant en el Akun ToGo. También han vuelto los pasajeros, por supuesto, aunque solo se trate de turismo local.
Las medidas de higiene son lo principal: nada de buffet, cero gimnasio – aunque sí se habilitó para pasajeros un salón individual, adiós al spa y toda su oferta de masajes por ahora, y ni hablar de una zambullida en la piscina, que es solo para baños de sol.
El bar y su entorno lounge también han sufrido un cierre. Toda reunión de más de dos personas debe ser al aire libre. Tampoco se puede usar el business center vip del piso 23. El ciclo completo desde la reserva, el check-in, los pagos y la retirada se hacen con el celular o vía chat, para asegurar la mayor cantidad de etapas contactless. Todos los pasajeros deben presentar un PCR negativo para la reserva y guardar rigurosos 2 metros de distancia entre sí. Hay gel y desinfección a cada paso y en cada hito del recinto, además de luz UV para desinfectar los documentos y, por supuesto, la ubicua mascarilla y el termómetro en el cuello o la muñeca para entrar a cada sector.
Los taxis siguen en la entrada, esperando los esquivos pasajeros hasta que se pone el sol. La terraza del restorán se llena en la tarde, aunque es mitad de semana. Por un rato, hasta las 8 al menos, las risas de los comensales avivan el entorno junto a la fuente de agua y las luces.
Al otro día, una sesión de fotos para un catálogo de modas concentra las miradas de los curiosos que desayunan tardíamente.
Al realizar el check out al día siguiente debo esperar mi turno tras una comunicativa madre de tres que, aunque sola en el hotel y con apenas un bolso de mano, comparte con los pocos pasajeros presentes su deseo primordial: “solo quiero estar dos días sin niños que me pidan cosas; ver televisión y dormir”.
El hotel, en cambio, tal como muchos negocios, pero en especial el turismo, solo desea despertar del mal sueño que ha significado la pandemia.