La mediocridad tiene un costo; afecta a tu trabajo y al de tus compañeros. No obstante, no es fácil identificarla en uno mismo. Hace autocrítica, no te conviertas en el odiado colega tóxico.
Si el talento lleva a las empresas a la eficiencia, la innovación y la productividad, es evidente que la mediocridad tiene el efecto contrario. La consultora suiza Stern International, fundada por el empresario relojero Ronald C. Stern, ha ideado una ecuación matemática para calcularlo.
Conocida como TCA (total cost of assholes, o coste total de idiotas, siendo políticamente correctos), consiste en una suma de 35 posibles efectos adversos de la ineficiencia. Por ejemplo, el ausentismo laboral, la pérdida de motivación del equipo o el tiempo que pierde el propio cantamañanas en distracciones de cualquier tipo y en quejarse de todo en los corrillos con colegas.
Otros factores que afectan al resultado de la ecuación son la pérdida de eficacia derivada de un equipo poco cohesionado –especialmente si el mediocre se niega a preguntar a los demás–, el tiempo que el jefe dedica a supervisar y asesorar a sus peores empleados, el tiempo destinado a reorganizar los departamentos para que el estúpido de turno moleste lo menos posible, o los costos legales derivados de posibles demandas.
Criticar es fácil
"En estas manos estamos"; "fíjate, ahora se va dos días a un congreso, que seguro que al final ni aparece por ahí, y me deja a mí aquí con todo"; "si es por Fulano, hace tiempo que estaríamos en la quiebra". Posiblemente hayas oído éstas y otras muchas frases similares por los pasillos de tu oficina.
El jefe debe asumir que es inevitable que exista un cierto nivel de críticas en el entorno laboral. Es algo que no tiene por qué ser negativo si éstas tienen una voluntad constructiva, y siempre y cuando ocupen una parte reducida de la jornada y no afecten al ambiente que se respira en la oficina.
En los casos más graves, no obstante, un compañero puede padecer el síndrome de Superman, o síndrome del superhéroe incomprendido, por el que siente que sería capaz de hacer las cosas mucho mejor que sus colegas y responsables, pero por algún misterio su gran talento permanece invisible a los ojos de los demás.
La mediocridad existe y no siempre es culpa de quien la procesa. El Principio de Peter establece que una persona tiende a ascender hasta alcanzar su nivel máximo de incompetencia. "Son muchos los casos de buenos comerciales que luego no son buenos jefes de ventas, o de directores comerciales que no destacan como managers", comenta Juan Carlos Álvarez Campillo, coach y profesor de Esade.
Aislar a ese profesional tampoco es la solución. La calidad del talento tiene un efecto dominó: así como la mediocridad de una o varias personas afecta a la motivación de todo el equipo, "la excelencia nos lleva a hacer siempre las cosas lo mejor que podemos con los recursos que vamos aprendiendo. Y nuestra conducta inspira a otros a realizar esos mismos cambios positivos y necesarios en su vida", afirma Juna Albert, coach y fundadora de Inno+.
Ser autocrítico
Ahora bien, ¿eres tú el promotor de esas críticas? ¿No te habrás convertido en ese odioso compañero tóxico al que todos rehuyen? Y aunque no compartas tus impresiones en voz alta, reflexiona: si estás haciendo todo lo que puedes por mejorar la situación o, en cambio, te acoges a alguna excusa, como "no tengo tiempo", "no dispongo de los recursos que necesitaría" o "mis jefes no me dejarían".
Independientemente de lo acertados que sean tus argumentos –se dice que quien no tiene razón, tiene razones– conviene que, de forma más o menos periódica, analicemos la calidad de nuestro propio trabajo.
Piensa, o incluso redacta un pequeño esquema: ¿qué tipo de empleo soñabas con tener mientras estabas en la universidad? Aunque tu puesto no sea exactamente como el que imaginabas, ¿has seguido tus principios? ¿Estás satisfecho con tus logros hasta la fecha y con la calidad del trabajo que desempeñas en la actualidad? ¿Crees que estás dando el 100% o quizás te has acomodado últimamente?
Se trata de un ejercicio complejo, pues la autocrítica es la más difícil de todas. Es muy difícil ser racional con uno mismo y evitar que la subjetividad pese en tus conclusiones. "Somos muy indulgentes con nosotros mismos y, en cambio, hacemos una crítica despiadada e implacable a los vicios, defectos y errores de los demás", expone Albert.
"Como humanos, las personas tenemos la necesidad psicológica de mantener nuestra autocoherencia. Para mantenerla necesitamos poder validar y revalidar en cada acción el concepto que tenemos de nosotros mismos. Pero eso podemos hacerlo desde la responsabilidad y el compromiso personal con nuestra mejora continua. O comparándonos de un modo absolutamente parcial con los demás", continúa.
Si no sabes, preguntá
De ahí que cada vez más empresas realicen encuestas entre la plantilla sobre la efectividad y el comportamiento del resto de compañeros. Para que éstas sean eficaces, las respuestas deben ser anónimas y sinceras. Si bien no siempre es fácil aceptar las críticas, recapacitar a qué responden y pensar en el modo de subsanar algunos de tus errores es un ejercicio que puede ayudarte en tu futuro profesional.
Todos aspiramos a un cierto nivel de excelencia. Cabe reconocer, pese a todo, que actitudes teóricamente erróneas no siempre derivan en un fracaso estrepitoso.La citada ecuación TCA tiene su base en los estudios de un reconocido veterano profesor de la Universidad de Stanford, Robert I. Sutton, autor del libro The No Asshole Rule. Para Sutton, el fundador de Apple, Steve Jobs, era un exponente claro de lo que se puede considerar un "tonto de primera".