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Tjeknavorian y el placer del violín
Martes, Enero 8, 2019 - 09:00

El austriaco de 23 años es uno de los músicos que estará presente en el Cartagena XIII Festival Internacional de Música.

Además de su feroz capacidad musical, Emmanuel Tjeknavorian tiene la virtud de sonreír al tocar su instrumento: un violín Stradivarius modelo 1968 que le prestó un patrocinador de la Beare’s International Violin Society para sus presentaciones. Pocos como él demuestran en el escenario tanto placer al momento de tocar. Tal vez esa armonía que surge entre sus expresiones faciales y sus movimientos con el arco sea el secreto del encanto de su performance. Aunque, claro, él les lleva una amplia ventaja a los de su generación.

Nacido en 1995, la primera vez que se presentó ante el público fue a los siete años en Viena, su ciudad de origen. Además desciende de una familia con una amplia galería de músicos austríacos, por lo que la efervescencia por la música ya estaba en sus genes y el talento se atiborraba en sus venas. Lo único que Tjeknavorian necesitó fue cultivar sus capacidades.

Emmanuel Tjeknavorian es el hijo de Loris Tjeknavorian, gran compositor y director de orquesta famoso por saltar a la escena en Armenia en la década de 1990. Desde que el joven violinista de Viena comenzó a tomar lecciones de música a los cinco, su talento no ha parado de crecer.

En 2011 decidió inscribirse en la Universidad para la Música y las Artes de Viena, en donde ha tomado clases con el maestro Gerhard Shultz, reconocido miembro del prestigioso Cuarteto Alban Berg Alban. Tras su paso por la academia, el momento más brillante de Tjeknavorian, hasta ahora, llegó en 2015, cuando ganó el Premio a Mejor Interpretación del Concierto para Violín de Sibelius, uno de los más prestigiosos para los nuevos talentos. “En términos de virtuosismo, intensidad, fraseo, tono de color y profundidad en el conocimiento musical, Tjeknavorian lo tiene todo”, escribió el crítico Robert Mather-Walker luego de que el artista recibiera su galardón.

En dicha presentación, el violinista realizó una magnífica interpretación de Fantasía de Carmen del compositor Pablo de Sarasate, pieza basada en la ópera de George Bizet, en versión para violín y piano, junto con la japonesa Naoko Ichihashi en el teclado. Gracias a ese reconocimiento, la organización The European Concert Hall lo invitó a que diera una gira por las salas más famosas de Europa.

Se ha presentado desde Múnich hasta Moscú y también en Norteamérica. Ha tenido el orgullo de tocar con grandes colectivos artísticos, como la Sinfónica de Viena en su país, la Orquesta Filarmónica de Helsinki y la Orquesta de Boston. Pero ese no fue el único galardón que recibió. Entre otros destacados, el Festival de Música Rheingau le entregó el premio Lotto, por el que también recibió grandes elogios. “Él hace brillar el violín”, decía una de las reseñas. “Su técnica y su increíble sentido de sutilezas interpretativas lo hacen merecedor del reconocimiento. Tanta naturalidad, carisma, simpatía y modestia agradable, junto con un gran virtuosismo, rara vez se experimentan con un gran músico”, concluyó el jurado.

Los aplausos para Tjeknavorian en sus presentaciones duran minutos. La pausa es suficiente para que el violinista recupere el aliento y vuelva a su trabajo con más fuerza a medida que avanza, aunque no permite que la efervescencia de la audiencia vuele. Lo más sorprendente de verlo en escena es notar su apariencia despreocupada, que denota naturalidad en su trabajo, y su precisión, que no descuida ni una nota ni un arreglo. Tjeknavorian sonríe pese al frenesí que le exigen los movimientos de su brazo. En toda su presentación conserva la compostura, el control de su cuerpo, de la afinación y del público. Escucharlo es como hacer un viaje por carretera, donde el único momento aburrido es llegar al final.

Su trabajo personal como solista incluye la publicación del álbum Solo en diciembre de 2017. Aquí abre con una interpretación limpia de Chaconne Ciaconna en re menor de Bach y concluye con las Variaciones Ernst, en una presentación en la que sus dedos van tan rápido como las piernas de un atleta y operan con la elegancia de una bailarina de ballet. Lo más destacado es su ejecución brillante de la pieza Baron Oppenheim, de Stradivari, de 1716. Por su manejo del violín, se ha convertido en una nueva estrella en el firmamento de la reconocida ciudad de la música, Viena, que solo por un breve momento se podrá observar en el cielo cartagenero.

Autores

Camila Builes / El Espectador