La dibujante colombiana ha creado un colorido mundo en sus obras que ahora son leídas en diferentes idiomas.
De pequeña, Lorena Álvarez (Bogotá, 1983) jugaba a dibujar en la penumbra de su cuarto. En la cama, cuando las luces se apagaban, intentaba capturar las volutas de luz que se filtraban entre la oscuridad. Alargaba los brazos e imaginaba que podía agarrar esas partículas luminiscentes para moldearlas, retorcerlas y darles color a su voluntad. Era su ritual diario, lo último que veía antes de dormir: luces nocturnas brillando sobre su cabeza, bailoteando con destellos multicolores para formar las ilustraciones que eran la antesala del sueño.
“Mis noches eran la oportunidad de estar conmigo misma, el momento para tomar lo que había hecho durante el día y transformarlo. Para reelaborar todas las imágenes que había visto, todas las cosas que había aprendido”, relata Lorena. Desde entonces ha dibujado en el aire y en papeles, con paciencia y desesperación, con miedo y confianza. Desde entonces ha dibujado porque allí, entre colores y formas, encontró su lenguaje particular, el idioma de su propia patria, que es colorida, brillante y profunda.
“No soy muy buena hablando, el texto a veces me cuesta mucho, pero soy buena dibujando. Eso ha atravesado mi forma de relacionarme con los demás y me genera más preguntas que respuestas”, cuenta. Y mediante ese lenguaje fue canalizando una serie de obsesiones que se plasman en la trilogía de libros conformada por Luces nocturnas, Hicotea y un título próximo, del cual prefiere no hablar, pues es agorera, dice con cautela, como si sus palabras pudieran arruinarlo todo y estropear el encanto de sus cómics.
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Lorena soñaba con crear la gran historia, con escribir y dibujar un relato épico. Empezaba proyectos de los que se aburría con el paso del tiempo. Se frustraba porque sentía que su trabajo no estaba a la altura de sus ambiciones. “Me costó darme cuenta de que lo mejor es empezar desde lo pequeño: contar lo cotidiano, el sueño que se tuvo, la experiencia que se vivió un día”, dice. Ese cambio de perspectiva coincidió con el viaje de su pareja a Fayetteville, un pueblo de Arkansas al que él planeaba irse a estudiar una maestría. Lorena lo acompañó a ese pueblo muy pueblo, como de película gringa, muy tradicional y pequeño. Allí, desde la distancia geográfica, empezó a ir cada viernes a la biblioteca pública: “Había días en los que no pasaba nada. Abría el cuaderno, leía libros para inspirarme y no me salía una idea”. Pero luchó contra la abulia de la página en blanco y contra la ansiedad estéril para no dejar inacabado un proyecto más.
Al regresar a Bogotá continuó con la rutina que había dejado atrás. Cumplía con sus obligaciones como ilustradora trabajando con escritores, discutiendo con editores, acompañando con sus dibujos los textos de otras personas. Pero en medio de estas obligaciones cotidianas, Lorena visitaba la Biblioteca Virgilio Barco para sacarle punta a sus propias historias y dibujar.
Pacientemente, Lorena edificaba los cimientos del universo de Luces nocturnas, donde el sueño y la realidad se amalgaman hasta el punto de ser casi inseparables. Un mundo en el que Sandy, una niña que comparte momentos de la biografía de Lorena, intenta canalizar su impulso creativo a la par que asiste a la escuela y obedece a sus padres.
“Jamás me preocupó si en la historia Sandy estaba soñando o en otra dimensión o en un mundo fantástico. Me gusta mucho la idea de que hay diferentes mundos interconectados fluidamente, sin tener que explicar cómo”, dice. Más allá de la ambigüedad, lo que esta tensión espaciotemporal crea es una delgada línea entre los sueños y el horror, la imaginación y el desasosiego. Y, sobre todo, entre los espacios de oscuridad que se crean al realizar una obra, los sacrificios que se hacen y las ansiedades con las que se enfrenta un artista. Esta veta terrorífica de Luces nocturnas sorprendió a su autora, que solo se dio cuenta de esto al publicar el libro y recibir comentarios de lectores: “Lo tenebroso fue algo que se dio solo, sin ningún tipo de cálculo de mi parte”.
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Al igual que Sandy, Lorena estudió en un colegio de monjas. Lo recuerda como un sitio sombrío y gris en el que se respiraba una atmósfera opresiva. Pero en ese terreno estéril la imaginación brotaba como una flor entre las grietas del concreto. “Allí intentaban condicionar hasta nuestra forma de imaginar, pues solo podíamos pensar en este concepto de Dios. Sin embargo, la misma religión te hace pensar en dos niveles: en el primero, es la realidad religiosa con la que te condicionan; en el segundo, lo que se construye es todo un halo mágico que se queda contigo y es tu propia ruta de escape”, explica.
Allí, Lorena y sus compañeras leían la Biblia como si se tratara de una saga épica. En especial las apasionaba el Apocalipsis, con sus dragones, ángeles y demonios que se disputaban el fin del mundo. Entre todas, además, inventaban historias de terror para contarse en los recreos. Pequeños escapes que servían para enfrentar el andamiaje rígido de la escuela. “Más allá de enseñarte datos y fechas, ¿el colegio para qué está? Para meterte en unos moldes, enseñarte a hacer filas y que así puedas ‘funcionar’ dentro de una sociedad. Finalmente, en un ambiente así, imaginar es una forma de resistencia”, dice.
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Si Luces nocturnas es una exploración de la ansiedad y el terror que genera crear una obra, Hicotea, el segundo libro de la serie, es una mirada a la manera en que arte y ciencia se relacionan. Este tema es algo que desde niña ha interesado a Lorena. “Si el dibujo no se me daba, quería ser bióloga, científica”, afirma, “tenía esta idea romántica de la ciencia al servicio de la humanidad, pero luego me di cuenta de que, como toda invención humana, tiene sus vicios. Es complicado, pues se usa para explotar y dominar, y no para construir”.
En esta historia, Sandy va de excursión con sus compañeras y se encuentra el caparazón de una tortuga que dentro de sí tiene un mundo que funciona como una especie de museo de la naturaleza.
Más que anteponer uno antes del otro, lo que Lorena propone es una conciliación entre el pensamiento artístico y el científico. “Por ejemplo, las relaciones entre la astronomía y la astrología se pueden ver también desde sus valores estéticos y la capacidad que tienen para crear conocimiento. Cuando volvemos a considerar el conocimiento ancestral, en algunas cosmogonías indígenas no existe esta línea entre hacer arte y hacer ciencia del universo. Ambas cosas van ligadas, de una forma más holística”, expresa Lorena, para quien ese es el equilibrio ideal: tomar de ambas aristas lo mejor, no para resolver y buscar respuestas, sino para preguntarse por la realidad, por su inmensidad efímera y por la pequeñez del ser humano, que “debería sentirse feliz por ser pequeño, porque entonces significa que todavía tiene mucho por aprender”.
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"Siento que hay dos Lorenas. Una es la que trabaja, mientras que la otra es la que da entrevistas, participa en festivales, recibe reconocimientos”, lo dice con timidez porque todavía no se acostumbra a la atención recibida después de que Luces nocturnas recibiera dos candidaturas a los Premios Eisner, una de las menciones más prestigiosas en el cómic internacional. La primera fue a Mejor autor completo; la segunda, a Mejor publicación infantil (de 9 a 12 años). Además, hace apenas una semana Lorena recibió por parte de la Comic Con de San Diego (Estados Unidos) la noticia de su candidatura al Premio Russ Manning 2019 como una de las mejores autoras promesa de la actualidad.
La prensa especializada también ha tenido elogios para la obra de Lorena. Imogen Russell Williams reseñó en The Guardian a Luces nocturnas como “escalofriante, extraño y maravilloso, un relato donde el terror es agudizado por su luminosa y policromática belleza”. Por su parte, Antoni Guiral comentó para El País, de España, que Hicotea es “un libro que reivindica la curiosidad como medio para llegar al conocimiento, y que lo hace con un inteligente equilibrio entre la síntesis narrativa y la evocación estética”.
Sin embargo, esta temprana buena acogida de su obra no desvive a Lorena. Ella piensa que su trabajo se tiene que defender solo y que es dibujando y escribiendo donde se juega quién es como autora de cómic. Si algo produce en ella el estar en el foco de atención sería nervios: “Yo soy muy ansiosa y a veces pienso que tengo que seguir trabajando porque ya tengo muchos ojos encima. Como si ya no solo se tratara de mis propios objetivos, sino de las expectativas que ya hay sobre mi trabajo”. Un pensamiento que es solo eso, una idea que rápidamente borra. Sabe que sus historias no necesitan de la grandilocuente aprobación, sino de la curiosidad vital que la inspira: la naturaleza, la ciencia, los recuerdos de la infancia, los sueños, los colores y las luces con las que ha dibujado desde que era una niña.