Según una investigación de The New York Times, el presidente buscaría proteger a los fabricantes de leche sustituta que mueve más de US$ 70.000 millones al año.
La lactancia materna fue uno de los temas de discusión más controversiales durante la Asamblea Mundial de Salud, que se realizó el pasado mes de mayo en Ginebra, Suiza.
Todo estaba listo para que los delegados internacionales aprobaran sin problemas una resolución de las Naciones Unidas, diseñada con el doble propósito de invitar a las madres a amamantar a sus hijos, sobre todo, durante los primeros seis meses de nacidos, y de limitar el mercadeo engañoso de las empresas de productos sustitutos de leche materna. Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos hizo todo lo posible para evitar que la directriz fuera aprobada.
El documento presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue el resultado de 40 años de estudios científicos que confirman que los bebés amamantados por sus madres tienen mejores condiciones de salud que los bebés alimentados con leche en polvo o artificial. Estudios recientes confirman, además, que la lactancia materna reduce el riesgo de cáncer de seno en la madre y, a la vez, le ayuda a reducir en promedio 500 calorías por día, mientras amamanta.
De hecho, la OMS hizo énfasis en que incentivar la lactancia de las madres, además de mejorar el desarrollo de los recién nacidos, podría ahorrarles a los gobiernos hasta US$ 300.000 millones al año en costos de prevención y atención en salud.
A pesar de las evidencias científicas y de los posibles beneficios tributarios de la resolución, los representantes del presidente Donald Trump trataron de transformarla y de cambiarle sus dos artículos fundamentales.
De acuerdo con una investigación de The New York Times, el motivo del boicot fue simple: Trump quería beneficiar y proteger los intereses económicos de las empresas fabricantes de leches y alimentos sustitutos, una industria que mueve más de US$ 70.000 millones al año.
La primera jugada de Estados Unidos para frenar la aprobación del documento fue intentar eliminar una parte que invitaba a los gobiernos a “proteger, promover y apoyar la lactancia materna”. Ante la negativa del resto de países, los funcionarios de Trump buscaron borrar la frase que sugería restringir la promoción engañosa de productos sustitutos de la leche materna. Una vez más, las trabas del gobierno norteamericano no tuvieron éxito.
La última estrategia de disuasión de EE. UU fue amenazar a los representantes de Ecuador, uno de los países encargados de presentar la propuesta. “Los estadounidenses fueron directos: si Ecuador se negaba a olvidarse de la resolución, Washington desataría medidas comerciales punitivas y retiraría la crucial ayuda militar. El gobierno ecuatoriano cedió de inmediato”, denunció The New York Times.
“Lo que pasó fue equivalente a un chantaje, con EE. UU. tomando al mundo de rehén y tratando de revertir casi cuarenta años de consenso sobre la mejor manera de proteger la salud de los bebés y los niños pequeños”, aseguró Patti Rundall, directora de políticas del grupo británico Baby Milk Action, quien participó activamente en la propuesta de resolución.
Las amenazas se extendieron a otros países pobres de África y de América Latina que, por presión, decidieron no apoyar la medida. Sin embargo, cuando parecía que el gobierno de Trump lograría imponer su voluntad, Rusia apoyó la resolución, y consiguió su aprobación. “No estamos tratando de ser héroes –sostuvo uno de los delegados del gobierno de Putin–, pero sentimos que está mal que un país tan grande trate de manipular a los países pequeños, especialmente en un asunto tan importante para el resto del mundo”.
La relevancia de la resolución radica en que, en la actualidad, menos de la mitad de los niños del mundo pueden consumir leche materna al nacer, y solo un 40 % de ellos sigue siendo amamantado una vez cumple los seis meses de edad. Ahora, solo queda esperar que la salud pública se sobreponga a los intereses de unas pocas las empresas privadas.