El vino continúa siendo un buen caso de estudio para el libre comercio, ya que hay muchos productores con pocas restricciones comerciales.
El negocio mundial de vino es un buen caso de estudio de libre mercado, ya que hay muchos productores y pocas restricciones al comercio. En los últimos años, el coste del vino ha sido un reflejo de ese mercado global, en general libre, de dos maneras: una de ellas de forma positiva y otra, negativa, según explica George M. Taber en el presente artículo. Taber es autor de cuatro libros sobre vino. El último de ellos, "Un brindis a los vinos baratos: Cómo innovadores, iconoclastas y productores de vino revolucionarios están cambiando la manera en que el mundo bebe". [A Toast to Bargain Wines: How innovators, iconoclasts, and winemaking revolutionaries are changing the way the world drinks].
El mercado internacional de vino era uno de los temas predilectos de los economistas clásicos de los siglos XVIII y XIX, y se recurría siempre a él cuando necesitaban un buen ejemplo para explicar los beneficios del libre comercio. Adam Smith defendió el libre comercio en su obra "Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones" [An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations]. Smith lo escribió teniendo como telón de fondo el mercantilismo, que urgía a los países a exportar productos para acumular oro e importar lo menos posible, de manera que pudieran conservar el metal dorado.
Smith insistía que era posible producir vino en su Escocia natal. "Con cristales, suelos y paredes calentados, sería posible producir uvas de buena calidad en Escocia y, con ellas, buenos vinos también por un coste 30 veces superior a la adquisición de vinos, como mínimo, de la misma calidad de otros países", dijo. El escocés, siempre austero, añadió: "Si un país extranjero nos proporciona una mercancía más barata de lo que nos cuesta producirla, lo mejor es comprársela con parte de la producción de nuestra industria usada de tal manera que nos proporcione alguna ventaja". Sus ejemplos más incisivos eran vinos y tejidos. Los portugueses pueden producir tejidos, pero son mucho más eficientes en la producción de vinos; mientras que los ingleses podrían producir vinos, pero son mejores fabricantes de tejidos. Smith decía que sería mejor para ambos países si ellos se concentraran en sus respectivos puntos fuertes e importaran el producto que el otro fabricaba mejor.
Cerca de medio siglo después, el economista político David Ricardo refinó la teoría de Smith al introducir el concepto de ventaja comparativa. Un país no tenía que ser mejor que el otro. Bastaba con ser comparativamente mejor en un sector. Los productos citados por Ricardo, una vez más, fueron los tejidos ingleses y el vino portugués. "Inglaterra exportaba tejidos a cambio de vino porque, de ese modo, su industria se volvía más productiva desde el punto de vista interno; había más tejido y vino en el país que si éste los hubiera producido por cuenta propia. Portugal importaba tejidos y exportaba vino, porque la industria portuguesa generaría mayores beneficios si fuera empleada en la producción de vino".
El vino continúa siendo un buen caso de estudio para el libre comercio, ya que hay muchos productores con pocas restricciones comerciales. El vino es un negocio mundial que se extiende de Alemania a Sudáfrica, de Canadá a Nueva Zelanda. Actualmente, se produce en todos los Estados de Estados Unidos, inclusive en Alaska y en ambas Dakotas. México y Brasil, jóvenes productores de vino, se han unido a los productores tradicionales. Los viticultores de todos los países constituyen un grupo independiente que no recibe órdenes de nadie, lo que explica la enorme superproducción mundial. Navíos inmensos transportando vino cruzan hoy el mundo listos para desembarcar su producto allá donde puedan obtener el mejor precio.
Algunos Gobiernos, o grupos empresariales, intentaron que los precios subieran interrumpiendo la producción de los viñedos, sin embargo los resultados fueron modestos. La Unión Europea tomó tal decisión debido al descenso del consumo de vino en vista del aumento del consumo de cerveza y de refrescos. En 2009, los productores de champán de Francia redujeron drásticamente la producción en un intento de aumentar los precios. Los productores australianos disminuyeron la producción en algunos viñedos, sin embargo el impacto sobre el mercado mundial fue pequeño.
El coste del vino en los últimos años reflejó de dos maneras ese mercado global prácticamente libre: una de ellas de forma positiva; la otra, negativa. Primero, la negativa.
El aumento de la renta de las poblaciones residentes en los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) despertó un fuerte interés de ese grupo de población por el consumo de vino, lo que elevó de forma drástica los precios de los productos de mayor prestigio en todo el mundo. Los precios de los vinos más sofisticados, sobre todo franceses, excedieron todas las expectativas, sobre todo como consecuencia de la demanda china. Un Château Latife Rothschild, el Burdeos más famoso, se vende a precios astronómicos. Hace diez años, un consumidor americano pagaba cerca de US$ 100 por una botella. Hoy, en Nueva York, una botella de Lafite cuesta US$ 1.600.
La razón del fuerte aumento de los precios se debe simplemente a la oferta y a la demanda. Mercedes-Benz puede fácilmente aumentar la producción de coches para atender a una fuerte demanda. Los viticultores no pueden incrementar la producción de vino de una vid de primera línea cuyo tamaño no ha cambiado en años. El crecimiento del número de consumidores compitiendo por el mismo número de botellas premium permite a los productores aumentar los precios. El Château Lafite, vino favorito de la nueva clase de ricos chinos, se agota hoy en día de forma más rápida que en el pasado. En realidad, se ha creado en China un mercado clandestino muy dinámico de botellas vacías de Lafite de etiqueta muy bien conservada. Empresarios chinos sin escrúpulos llenan las botellas recicladas con vino de calidad inferior que es vendido luego por el precio de un Lafite.
A mediados de diciembre del año pasado, en el duty-free del aeropuerto Charles DeGaulle, de París, un consumidor descrito simplemente como "asiático" pagó 50.000 euros por seis botellas francesas de prestigio. Parte del mercado mundial de vino parece estar moviéndose hacia una situación similar a la de la fiebre de los tulipanes.
Los consumidores de vino de los BRIC parecen estar comprando preferiblemente algunos vinos: las primeras cosechas del Burdeos del margen izquierdo, los vinos más célebres del margen derecha, como el Château Pétrus, Burgundies de primera línea, como el Domaine de la Romanée-Conti, y el champán más caro, entre ellos Louis Roederer Cristal y Don Perignon. Mientras más caros sean esos vinos, más se venden. Algunos pocos consumidores acaudalados, sin embargo, se aventuran a ir más allá de los vinos de prestigio y compran miles de productos franceses por US$ 25 o menos. Por lo tanto, mientras un grupo bien pequeño de productores prospera, el sector de vinos franceses, en general, pasa por dificultades.
Regalar vinos de prestigio
Yang Bin, presidente de DSH Auto de Pekín, concesionario de General Motors en la capital china, es un típico consumidor de vinos franceses. Él dijo que sus vinos favoritos eran el Château Pétrus, Château Cheval Blanc y Château Ausone, todos vendidos a precios bastante elevados. Aunque dijo que bebe a diario el Château l'Évangile, que cuesta US$ 200 la botella, y que tiene una bodega con 6.000 vinos.
En noviembre de 2011, Jim Clerkin, consejero delegado de Moët Hennesy USA, la gran productora de champán francés, dijo que los precios subirían después del 1 de enero en gran medida a causa de las ventas espectaculares de la región de Asia Pacífico y de Rusia. Añadió que, por primera vez en medio siglo, las ventas de Moët estaban creciendo de forma sustancial a pesar de la frágil situación de la economía americana.
Uno de los productores de vinos más famosos de Francia afirmó recientemente que el mercado internacional de vino está experimentando un fenómeno que él ya tuvo la oportunidad de vivir tres veces y ocurría siempre que países recién enriquecidos comenzaban a consumir vino. En las décadas 50 y 60, fue el turno de los americanos; los años 70 y 80 fueron de los japoneses; ahora son los chinos.
En primer lugar, el consumidor adquiere vinos de prestigio para regalar, en vez de disfrutar de ellos personalmente. La característica más importante de tales vinos es su reputación. Quien regala, no quiere que su regalo parezca barato o sin sofisticación alguna. En este caso, el precio es irrelevante, mientras que la reputación lo es todo. Ese productor francés dijo que podría vender la producción de todo el año a China a precios mucho más elevados de los que sería posible obtener en cualquiera otro lugar, pero después de hacerlo durante algunos años, acabaría perdiendo sus mercados tradicionales. La solución fue dividir la producción entre consumidores nuevos y antiguos.
Al mismo tiempo, sin embargo, que el coste de los vinos de prestigio está explotando, el lado positivo del libre mercado es que hay ahora, más que nunca, mayor número de productos, y más baratos, a precios atractivos. Los dos vinos más buscados en el mercado americano durante los últimos años son el australiano Yellow Tail -o, [yellow tail], según la grafía oficial del producto (incluyendo corchetes)- y Charles Shaw, de California, también conocido como Two Buck Chuck. El primero se vende por cerca de US$ 7; el último, por US$ 1,99 en California y US$ 2,99 en la mayor parte de los demás Estados. Cerca de US$ 700 millones en botellas de Charles Shaw se vendieron desde que la marca llegó a las tiendas en 2002. Además, centenares de otros vinos baratos se venden por menos de US$ 10 la botella. Wegman's, por ejemplo, una cadena de supermercados del nordeste de Estados Unidos, comercializa actualmente una línea de vinos de todo el mundo a US$ 6.
Aunque los precios de las principales marcas de champán, como Roederer Cristal, tengan un precio de cerca de US$ 200 la botella, los espumosos baratos han tenido una óptima salida. Esos vinos son hechos utilizando las mismas técnicas de los vinos de prestigio, pero con uvas cultivadas en Alemania, España, Italia, California y en el Estado de Washington. Se venden, en general, por menos de US$ 15 la botella y suelen ser muy buenos.
La calidad de esos vinos mejoró bastante durante los últimos años gracias, sobre todo, a la utilización de tecnologías desarrolladas en otras regiones. Los israelíes hicieron florecer el desierto con la ayuda del sistema de riego gota a gota; en California, están usando la misma técnica para producir vinos cada vez mejores en regiones calurosas como la del Valle de San Joaquín. La realización de cosechas nocturnas y el transporte de uvas a los viñedos por medio de camiones refrigerados bajo condiciones ideales también contribuyeron a la mejora de la calidad del vino, y no sólo en California, sino también en Chile, Argentina y Australia.
La gran historia jamás contada de la industria del vino tiene que ver con el perfeccionamiento de los productos más baratos del sector. Los medios americanos especializados se concentran principalmente en los vinos de prestigio, que poca gente está en condiciones de comprar actualmente, pero se habla poco de los productos más baratos. Las publicaciones que cubren el sector, por lo tanto, no recogen la mejora de calidad de los productos menos caros.
Las marcas más baratas han tenido un desempeño excelente en las competiciones de degustación a ojos vendados. En la competición promovida por la Feria Provincial de California, un chardonnay Two Buck Chuck, de 2005, salió vencedor de la categoría compitiendo con vinos cuyos precios alcanzaban US$ 55. El año pasado, Charles Shaw Pinot Grigio ganó el mismo premio en la Competición de Vinos de la Costa del Pacífico, mientras otros vinos baratos -Beringer, Cupcake y [yellow bracket]- también obtuvieron una excelente puntuación en la competición.
Los precios de los vinos franceses están en niveles tan elevados que muchos consumidores no podrán tomarlos. Una botella de Château Lafite de US$ 1.600 sale a US$ 267 la copa. ¿Algún vino del mundo vale ese precio? El fabricante de Screaming Eagle, un vino californiano de culto, después de una subasta de media docena de botellas de la marca por US$ 10.417 la botella de 118 ml. "Es una locura", dijo. "Bebes y, de pronto, se acabó. No consigo entenderlo".
Adam Smith y David Ricardo habrían entendido lo que sucede cuando la oferta es limitada. Algunos consumidores pagan el precio que fuera por comprar un producto escaso. Al mismo tiempo, sin embargo, los economistas clásicos se quedarían igual de satisfechos con el hecho de que el precio y la calidad de los vinos que la mayor parte de las personas bebe de forma regular jamás ha sido tan buena. El mercado está haciendo su parte. Para mucha gente, ésta es la época dorada del vino.