Por José Luis Gómez López-Egea, profesor emérito en IAE Business School.
Al empresario se le supone una practicidad, condición de éxito para conseguir sus objetivos. Dice a sus colaboradores: “¡Vamos con todo para allá!, ¿me acompañan?”. De inmediato, la gente se agolpa a su alrededor y contesta, aún sin palabras: “¡Te seguimos!”. Porque se trata de un hábito contagioso.
El empresario es claramente un realizador, un constructor, un dinamizador de ideas asumidas como propias, aunque eventualmente hayan sido heredadas. Sabe que lo esencial en una empresa es ser capaz de transformar una idea en un proceso complejo de producción de algo útil, para luego presentarlo a un cliente y que se interese por su adquisición. Se debe terminar por ofrecer algo beneficioso y muy concreto a personas determinadas.
En el camino de la implementación, el directivo empresario debe ir desarrollando algunos hábitos que le permitan desempeñar esa función, a pesar de las dificultades que sobrevienen, y que no deben desanimarle. Él está siempre firme en su puesto, para hacer posible algo que, a los ojos de otras muchas personas, parece imposible.
Estudio, reflexión, consejo
El empresario mira y define los detalles que aparecen como condición de éxito. Escucha los pareceres de otras personas. Estudia y cavila antes de decidir. Pero después debe desarrollar otras capacidades: entra en la etapa del necesario contacto con la realidad, que le obliga a medir su habilidad para producir resultados. Eventualmente deberá ajustar sobre la marcha, tendrá que rectificar lo actuado para ponerlo a punto. Los clientes lo irán exigiendo.
Constancia y paciencia
Se me ocurre sellar este hábito de “tirar para adelante”, con el nombre de “Constancia, Continuidad, Coraje y Paciencia”.
La energía que precisa el directivo es algo así como una corriente continua de agua, aire o electricidad. Hay que estar siempre presentes y disponibles, aun cuando no se le pida una atención efectiva.
El Directivo desarrolla el hábito o la obsesión sana por seguir siempre empujando la realidad hacia una situación favorable, sabiendo que las circunstancias son cambiantes por definición. A veces, el viento es favorable. Otras, hay que atravesar borrascas o huracanes. Con su empeño, es capaz de superar el puro azar, por eso intenta colocarse por encima de los razonamientos chatos de los promedios estadísticos, y goza superando las ideas deterministas de quienes se agotan en una mirada fatalista.
A esto le llamo adoptar una actitud dinámica y constructiva que, además, implica estar permanentemente “detrás del mostrador”, pero con la mirada puesta en el cliente y en la propia organización.
Coherencia y energía
Una vez que se está en algo, hay que ser consecuente con lo que se programó, lo que se ordenó, lo que se comenzó a implementar y no abandonarlo en la primera dificultad. Con ello, no se descartan los cambios estratégicos de rumbo cuando se crean necesarios, o el ajuste de las políticas, aunque hay que analizarlos, justificarlos y formalizarlos. Rectificar es de sabios, pero ello no implica justificar con facilidad; el vicio del abandono es sólo coherente con el capricho o el simple cansancio.
Por otro lado, en cualquier negocio se requiere energía para desarrollar el impulso inicial. En ese momento, el Directivo se parece al sembrador, que esparce la semilla sobre la tierra con fuerza, optimismo y generosidad.
Se precisa energía para observar lo que se sembró y luego actuar de formas diversas al compás de las circunstancias y, de esa forma, la semilla no se pierda, sino que se desarrolle y dé su fruto. El Directivo debe tener la paciencia de esperar activamente a que llegue el momento de la cosecha y, para ello, necesita armarse de una fuerza que es empuje y aguante al mismo tiempo, pero que no se agota en puro voluntarismo.
Resumen: aprendizaje continuo
Sólo se es fuerte cuando, luego de proyectar, se permanece un día tras otro afrontando la rutina, siguiendo los acontecimientos de cerca, aprendiendo de ellos y rectificando, si se ve necesario. Hay que estar vigilantes en cualquier lugar, a cualquier hora y cualquiera sea la temperatura. Estar atentos a todo aquello que nos obliga a ajustar los planes. Bebiendo la realidad con una sed insaciables, para transformarla en algo más humano, más amable. En algo que permanece al servicio de mucha gente. En algo que se puede utilizar no sólo para satisfacer la imperiosa necesidad de muchas personas, sino también para el crecimiento interior de todos aquellos relacionados con la apasionante aventura en que consiste cualquier empresa.