Shanghái, la capital financiera de China, en el maremágnum de sus vertiginosos y futuristas rascacielos de acero y cristal, oculta un curioso barrio que dio cobijo a miles de judíos en la II Guerra Mundial.
Durante la II Guerra Mundial, un conflicto que asoló a casi toda Europa, la emergente ciudad china de Shanghái se convirtió en una versión moderna y humanitaria del Arca de Noé, ya que amparó a todos aquellos refugiados judíos que llegaron, sobre todo en barco, huyendo del nazismo.
Al este de la urbe, en el distrito de Hongkou, y a escasos treinta minutos en metro del centro, se encuentra el antiguo "Sector Restringido para Refugiados Apátridas.” En este barrio llegaron a vivir en torno a 20.000 judíos exiliados, en su mayoría procedentes de Alemania y Austria, aunque también llegaron desde Rusia y otros países ocupados.
Durante más de 20 años las dos poblaciones convivieron en un ambiente de paz e intercambio, lo cual fomentó que, en poco tiempo, esa zona se convirtiera en un centro comercial de referencia dentro de la capital china que hoy cuenta con más de veinte millones de habitantes. También conocido como "gueto de Shanghái", este barrio se construyó a finales de los años 20 del pasado siglo siguiendo los parámetros occidentales de viviendas adosadas de estilo clásico. Está atravesado por dos avenidas principales, llamadas Huoshan y Zhoushan y, debido a sus características arquitectónicas propias, toda esta área se la denominó como “la pequeña Viena”.
Pero no solo le valió este nombre por su estructura sino que, durante los años de convivencia de occidentales y orientales, florecieron multitud de pequeños negocios de corte europeo, como cafeterías, tiendas de ultramarinos e, incluso, clubes nocturnos, que dotaron al barrio de una vida muy diferente a lo conocido por los habitantes chinos hasta la fecha. Este apelativo es aún palpable en sus fachadas de ladrillo rojo, en las escalinatas de las entradas a las casas o en los arcos de sus ventanas.
Algo que sorprende al visitante son sus estrechas callejuelas, a modo de pasillos comunicantes entre las diferentes zonas de este enigmático barrio. Hacinados en el pasado debido a la gran afluencia de judíos y a las limitaciones del espacio concedido, los residentes se veían abrumados para dar cobijo a las familias más humildes recién llegadas. Actualmente, estas calles se han visto versionadas por la cotidianeidad de su población china residente.
El corazón del barrio es la antigua sinagoga de Ohel Moshe, ahora reconvertida en museo. Fue construida en 1927 por judíos rusos emigrados y, durante la II Guerra Mundial, sirvió como centro religioso y educacional judaico para los exiliados. Las vitrinas del museo, distribuidas a lo largo de tres plantas, almacenan una gran variedad de reliquias culturales y de pergaminos que relatan las circunstancias vividas en el gueto.
Y como vestigio inmóvil de aquella época, en sus salas se encuentran las historias de muchos de sus habitantes, así como algunos testimonios estremecedores de personas que se vieron obligadas a abandonarlo todo en busca de la salvación.
Pero si algo queda meridianamente claro es la eterna gratitud de este colectivo a una ciudad que les tendió la mano en un periodo en el cual no tenían donde ir. De hecho, en una de sus placas se recogen las palabras del exprimer ministro israelí, Isaac Rabin, en su visita al museo en 1993 quien, al finalizar, comentó emocionado: “El pueblo judío fue protegido por la gente de Shanghái, cuando fueron asesinados y expulsados por los nazis y anduvieron errantes por el mundo. El gobierno de Israel, el pueblo judío y yo, os damos las gracias por vuestra ayuda desde el fondo de nuestro corazón".
Otro de los rincones más atractivos de la barriada es el pequeño parque de Huashan, situado a pocos metros de la sinagoga, que sirvió como desahogo y punto de encuentro para los habitantes de la judería. Éste es el lugar donde se ubica el memorial de los refugiados y donde, hoy día, entre sus frondosos árboles, niños y mayores se juntan para disfrutar de momentos de descanso o para disfrutar de una animada partida de naipes.
Como consejo, la mejor opción para el visitante es perderse por sus callejones de ropas tendidas, cableados eléctricos y carteles de colores. Desde luego, algo de aquella exótica atmósfera aún sigue latente en su trazado aunque, como cualquier otro barrio, ha evolucionado, transformando las huellas de sus antiguos moradores extranjeros en negocios nuevos, entre los que destacan las innumerables peluquerías chinas, los restaurantes de "noodles" a pie de calle o los kioscos de frutas frescas.