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"Un pueblo repleto de falsas verdades es casi un paraíso para un escritor"
Martes, Abril 17, 2018 - 04:46

La última novela de Boris Izaguirre, "Tiempo de tormentas", se devora como una especie de homenaje a su madre, Belén Lobo.

Para los cubanos que llegamos a España al comienzo del siglo XXI, el venezolano Boris Izaguirre era un referente en la televisión de la nación ibérica. Mientras preparaba esta entrevista sabía que eso teníamos en común: España como destino de escape.

Luego me percaté de que fue en el año 1992 cuando Boris eligió marcharse de Venezuela. También por coincidencia en ese mismo año ocurrió en mi vida una pérdida, ni pensada ni planeada: murió mi padre e irremediablemente una parte de mí.

Por azar, nuestras existencias tenían estos dos puntos comunes. Inexplicablemente, este par de casualidades, aumentaron el deseo de tenerlo frente a frente. Boris Izaguirre es “un caramelo” para cualquier periodista que sienta pasión por entrevistar. El destino quiso que por su ajetreada agenda no pudiéramos vernos frente a frente. Mas, le agradezco su benevolencia de encontrar un hueco para contestar vía e-mail mis preguntas.

- Tiempo de tormentas, tu última novela, es un homenaje a Belén Lobo, tu mamá. ¿Crees que los vínculos de los hombres homosexuales con sus madres son diferentes?
- No creo mucho en los homenajes, ni mi mamá era una mujer a la que le gustaran. Tiempo de tormentas es una novela que se alimenta de la extraordinaria relación que mantuvimos, hasta su muerte. Creo que esa relación tuvo mucho de supervivencia: ella luchó porque yo no cambiara mi modo de ser; lo defendió a ultranza. Al hacerlo, tenía que luchar porque le permitieran criarme, educarme, como ella creía, que era también una lucha por defender una diferencia.

- Rodolfo Izaguirre, tu padre, fue la otra mitad vital en la formación del hombre que eres. ¿Cómo es tu padre en las distancias cortas?
- Es un ser humano maravilloso, enamorado y romántico. Vivió cada día al lado de mi madre envuelto en amor, y ahora, con el mismo ardor, defiende quedarse en su país, Venezuela, esperando a que, como él dice: “la película se acabe y yo salga del laberinto con la cabeza del Minotauro en mis manos”.

- Cuentas en la novela que en 1989 los saqueos del Caracazo te cogieron en la calle con tu mamá. ¿Qué se rompió dentro de ti?
- El Caracazo aparece en casi todas mis novelas. Ya en mi primera novela, El vuelo de los avestruces, es un capítulo importante. Ese día el país se quebró, para nunca jamás recomponerse. Siempre me resultó insólito que haya salido a la calle ese día. De alguna manera creo que fue un peligroso instinto periodístico. Iba a ser testigo presencial de uno de los sucesos que marcarían a mi país por el resto del siglo XX y el XXI.

- En la novela narras episodios de celos que provocaba Sofía Imber en tu mamá. ¿Son invenciones para la ficción? ¿Fue Sofía la principal responsable de que te marcharas de Venezuela?
- Sofía Imber siempre fue una presencia en mi casa, como en la de miles de venezolanos, debido a su influencia mediática. Pero en el caso de mis padres, habían sido muy amigos porque el primer esposo de Sofía, Guillermo Meneses, era una persona muy importante para mi papá. Crecí escuchando su nombre y viéndola en la televisión. Y, de repente, un día nos hicimos amigos. Compartimos un gin tonic y me dijo: “Cómo puede ser que un niño que he ayudado a nacer no pueda ser mi amigo”. A partir de ese día fuimos inseparables, casi indivisibles. Por una razón: Sofía representaba lo que más admiro en las mujeres: inteligencia. Clara, radical, a veces arbitraria pero siempre una fuerza por encima de todas las circunstancias a las que se somete a las mujeres.

Mi mamá tenía lo mismo, pero no el poder de Sofía. Los celos en la novela son un poco mi explicación a mi mamá, tardía, de por qué me fascinaban y me continúan fascinando las mujeres poderosas.

- “Animal de frivolidad” era el título de tu primera columna en la prensa venezolana. ¿Alguna vez has tenido el temor de que tu apego a cierto tipo de frivolidad, le quite lectores a tus libros?
- No, para nada. Mis libros tienen sus lectores y cada uno aporta nuevos. Y esa columna me dio los primeros lectores de mi vida. A muchos les atraía la idea de que el hijo de los Izaguirre contara que iba a bares gay siendo menor de edad. Entendí, a muy temprana edad, las posibilidades que me ofrecía lo que a muchos parecía banal para engrandecer mi punto de vista y hacer de lo superficial una potente información. Por eso siempre digo que la frivolidad ha sido una lupa para mí, algo que engrandece las cosas.

- ¿Qué temas estaban en la lista de Spotify que te hiciste para escribir Tiempo de tormentas?
- Me los guardo. Mucha mezcla: Taylor Swift, Paulina Rubio, Kraftwerk… Una variedad tremenda. “Nostalgia”, que es una canción de los tempranos ochenta y que, a mi modo de ver, marcó la década. La escuchaba todos los días que escribía.

- En la novela, tu mamá dice algo así como que no quiere permanecer encima de un escenario a cualquier precio. ¿Alguna vez hablaron tú y tu mamá de la bailarina cubana Alicia Alonso?
- Muchísimas veces. Mi mamá tuvo una relación profesional con ella, sobre todo en la segunda parte de su carrera como encargada del departamento de danza del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) de Venezuela. Mi mamá entendía que Alonso se aferrara a los escenarios durante tantos años. No lo hizo ella, pero sí entendía que lo hiciera Alicia Alonso. Eso sí, cada vez que bailaba, yo veía los nervios en mi mamá.

El Boris más cercano

- Has manifestado que la vida es una tormenta tras otra. ¿Piensas que tu peor tormenta ya pasó, o está por venir?
- Me gusta lo que dice Ernesto, el pintor autor del cuadro que se llama Tiempo de tormentas: el tiempo de tormentas jamás se va. Creo que es una buena idea vivir así, sobrevivir. Creo que he llegado a una edad donde entiendes mejor que toda vida es una supervivencia.

- Si un late night como “Crónicas Marcianas” fuera posible en la televisión hispana de EEUU, ¿lo harías? ¿Con quién compartirías mesa? ¿Te traerías a Xavier Sardà?
- No, no, no. “Crónicas” terminó hace trece años. Fue un gran momento, delicioso, y lo mejor de todo es que tuvo un final.

- ¿Qué fue Terenci Moix para ti?
- Muchas veces me sentí como un elegido. Para disfrutarlo y quererlo pero sobre todo para disfrutarlo: cada una de sus cosas, esa locura de ver los créditos iniciales de las películas, uno tras otro, de pasarnos horas discutiendo del país, Barcelona, Madrid, los chismes de amigos y enemigos, analizar programas de televisión, discutir sobre Hollywood. Terenci tenía una capacidad única de mezclar y seguir, y volver a mezclar. Y yo sabía escucharle, creo. Estoy convencido de que nos volveremos a encontrar en el cielo y será como el jardín de su casa de campo, que estaba lleno de tecnicolor. El tecnicolor de las películas de Hollywood.

- ¿Sigues frecuentando a Isabel Preysler? ¿Qué crees que ha aportado ella en la relación con Vargas Llosa? ¿Y él a ella?
- Cada vez me cuesta más hablar de Isabel en público. Terenci me presentó a Isabel e Isabel me ha presentado a Mario. Encuentro que es un círculo perfecto.

- ¿Qué crees del revuelo que se ha armado por el desencuentro entre las dos reinas, Letizia y Sofía?
- Bueno, he escrito sobre ello en mi columna de El País. Ninguna de las dos ha estado bien, pero ya predije que al final todo se saldaría con una foto juntas.

- La Duquesa de Alba y Eugenia Martínez de Irujo, ¿qué lugar ocupan en tus afectos?
- Adoro a Eugenia y ella disfruta mucho con la admiración que siempre sentí por su madre. Villa Diamante, mi novela que fue finalista del Premio Planeta 2007, está dedicada a Eugenia.

- ¿Madrid es solo un recuerdo de tu pasado reciente, o allí podría estar tu futuro?
- Madrid es mi casa. Lo sentí así desde el primer día que la conocí. Escuchaba a través de las paredes los diálogos de “La Dama de Rosa”, la primera telenovela en la que escribí. Pasaron cuatro años hasta que por fin me mudé y mi vida se engrandeció. No es mi origen pero es mi casa. Y mi destino.

- ¿Cómo llevan tú y Rubén, tu esposo, vivir separados?
- Vamos aprendiendo. Creo que de tanto cruzar el Atlántico, adquieres la misma profundidad que esconde el océano. Y entonces, aprendes que el secreto en la vida es la profundidad. Yo, el “Animal de Frivolidad”, he aprendido a dejarme tragar por la profundidad y ahora amo de esa manera. Y la distancia es la que me permite atravesar esa profundidad, verla desde el aire y entender su abismo. Y así es mi relación con Rubén. Más densa, más sólida, más profunda. Y aprovechando la distancia para hacerla más honda.

- Tiempo de tormentas es autobiográfica. Cuando uno va leyendo acerca de la relación entre Boris y Gabriel puede pensar que mucho es ficción, o no. ¿Rubén ha sido la contención para tu desenfreno?
- Rubén escogió Gabriel como su nombre de ficción. El que le había puesto originalmente no le gustó y lo cambió. No creo que tengamos roles tan subrayados. No entiendo por qué todo el mundo quiere ponerle roles a las parejas como la nuestra. Me parece anticuado. Los dos somos Libras, somos varones, más o menos de la misma edad. Él trabaja en su oficio y yo en el mío. Nos queremos mucho, pero también porque nuestros padres se querían igual. No hay más.

Nueva Atlántida

- En una reciente entrevista declaraste: "El fracaso de Venezuela como país es algo que no viene de ahora ni se puede acusar solo a los dirigentes actuales”, ¿por qué?
- Porque los dirigentes actuales son producto de la corrupción y el fracaso como políticos de los antiguos. Es un país condenado a estar bajo el mando de personas que solo quieren sacar provecho. Nunca han visto de lo que es capaz la corrupción, hasta ahora que están hundidos.

- ¿Ha sido el petróleo una fatalidad para Venezuela?
- El petróleo no nos ha enseñado a ser mejores sino a hundirnos, ni siquiera en su búsqueda sino como experimento. Por un puñado de años fuimos una gloria de país, el futuro de Latinoamérica. Y ese sueño lo propició el petróleo. Pero al cabo de muy poco, el mismo petróleo lo convirtió en pesadilla. Y ahora en una nueva Atlántida.

- Estar en Miss Venezuela fue uno de tus sueños que se hizo realidad. ¿El escándalo actual alrededor del concurso es parte de la degradación de Venezuela?
- No estoy tan de acuerdo con esa idea de los sueños que se hacen realidad. El Miss Venezuela sale, como concurso y como retrato de nuestra sociedad, la venezolana, en muchas de mis novelas y ensayos. En un momento dado, al menos para mi generación, pudo ser parte del ADN cultural.

Por eso, sí fue un gran logro profesional no solo ser convocado cuatro veces como presentador invitado, sino aportar algo al concurso que fue mi bajada de las escaleras. Fue genial. Admiro haber trabajado a las órdenes de Joaquin Riviera y de Osmel Sousa, dos genios del entretenimiento.

- En los comienzos de Hugo Chávez se oía decir… “tranquilos, Cuba no es Venezuela”. ¿La culpa de lo que pasa en Venezuela la tienen los cubanos?
- Yo creo que es hora de admitir que la culpa de lo que sucede en nuestro país es nuestra. Los venezolanos nunca hemos aprendido a querer a Venezuela. Creemos, como la mayoría de las cosas, que es un regalo, que se puede quedar allí muriendo sin que nadie le quite el envoltorio. Fue un gran error abstenerse en las elecciones del año 1998 que le dieron el triunfo a Chávez. Nos abstuvimos porque no le dimos importancia a lo que pasaba, creíamos que sería como una gripe. Y ahora tenemos neumonía.

Miami

- ¿Respiras libertad en este Estados Unidos, donde vives ahora?
- No respiro la misma libertad que tengo en España, indiscutiblemente. España es una de las democracias más vivas, agitadas, madura y joven al mismo tiempo. Contradictoria, y que hace de esa contradicción una de sus mejores señas de identificación. Esa vivacidad y colorido, no lo encuentro en Estados Unidos, que es un país más grande, lento de movimientos, mucho más riguroso, con una vigilancia extrema. Un sentido del NO completamente voraz. Pero encuentro muy importante, vivir y trabajar entre ambas democracias.

- El vodka, al cual te has cambiado en Miami, ¿es tan “glamouroso” como un gin tonic?
- Nada supera al gin tonic. Lo mejor es que España convirtió el gin tonic en la bebida nacional. Así como los venezolanos lo hicieron con el scotch. Los españoles consideran al gin tonic como un digestivo. Es maravilloso. Una de las grandes diferencias que encuentro como español en Estados Unidos, es que en España la comida es educación y aquí es un trámite. A mis amigos españoles les horroriza ver gente comiendo paella en Versailles de noche, por ejemplo.

- En una de las entrevistas que diste para promocionar en España Tiempo de tormentas, dijiste que “la gente de Miami es por fuera bellísima y por dentro horrible”. ¿Cuánto de ironía había en la frase?
- Bueno, en realidad expliqué que había preparado junto a mi hermana un bizcocho de chocolate y una tortilla de patatas. Ambos quedaron bellísimos por fuera y un desastre por dentro. Y lo comparé con mucha gente que ves en Miami, perfectos por fuera y por dentro en caos. Es una ciudad llena de apariencias, donde es fácil mentir y acostumbrarte a vivir dentro de esa mentira. A algunos amigos esto les resulta inquietante y por eso se marchan. A mí, en cambio, es lo que más me atrae de esta ciudad. Un pueblo repleto de falsas verdades es casi un paraíso para un escritor.

- En 2018, ¿cambiarías algo de tu epitafio, “Él las conoció a todas”?
- No. Lamentablemente tendría que aceptar el machismo del plural y masculinizarlo: “Los conocí a todos”.

Autores

Ania Liste/ Diario Las Américas