“Logan”, la última película de la saga de X-Men, nos confronta con los dilemas éticos y sociales de la manipulación genética.
Juan Diego Soler, El Espectador. Logan, la última entrega de la saga X-Men, que ha recaudado más de US$ 450 millones en los cines de todo el mundo, es la historia de un futuro distópico en el que los superhéroes se extinguen. Sus hazañas solamente existen en las páginas de las revistas de cómics y la mayoría de ellos ha desaparecido. Los únicos que sobreviven lo hacen en la clandestinidad y allí se enfrentan a los oscuros recuerdos del pasado y al implacable paso del tiempo.
Los X-Men, también conocidos como los Hombres X en español, surgieron en las páginas de Marvel Comics durante los años 60, siguiendo el éxito de personajes como el Hombre Araña, Thor o Iron Man. Sin embargo, en contraste con sus predecesores, estos nuevos superhéroes no obtenían sus poderes al ser mordidos por una araña radiactiva o por efecto de una fuerza sobrenatural, sino que simplemente nacían con poderes por efecto de una mutación genética que se hacía evidente durante la adolescencia y los separaba de los humanos corrientes. Sin saberlo, Stan Lee y Jack Kirby, los creadores del cómic, habían creado una saga que no solamente apelaba a los clásicos esquemas de lucha entre el bien y el mal sino que además desarrollaba historias sobre los prejuicios arraigados en el temor hacia quienes consideramos diferentes.
¿Cómo reaccionaba la sociedad de las historietas a la aparición de los mutantes? No muy distinto a como reacciona nuestra sociedad ante lo desconocido. Los poderes de los mutantes del cómic aparecían como una amenaza para el orden social y para los humanos. Por un lado, el Gobierno instauraba leyes para registrar y controlar a esta nueva categoría de ciudadanos, muchas veces rechazados en el seno de sus propias familias. Por otro lado, algunos mutantes, víctimas de la discriminación o simplemente abusando de sus habilidades, usaban sus poderes para romper la ley y aterrorizar a los humanos, alimentando así la desconfianza entre los unos y los otros.
En biología, una mutación es el cambio en la organización de la información genética. Estos cambios, que se presentan de manera espontánea y súbita, producen variaciones en las características de los individuos, aunque estas no necesariamente se transmiten a la descendencia. En la vida real, las mutaciones no resultan en la capacidad para controlar el magnetismo o el clima, como en el caso de algunos de los personajes de X-Men, pero constituyen la fuente de la variabilidad genética que produce la evolución de las especies y puede o no determinar su supervivencia.
El genoma humano, la secuencia de información genética codificada en los 23 pares de cromosomas en el núcleo de la células de cada humano, acumula aproximadamente 64 nuevas mutaciones cada generación. De hecho, cada uno de nosotros tiene en promedio 400 “fallas” en su información genética, que en últimas nos identifican como individuos. Todos sufrimos mutaciones, la mayoría de ellas sin consecuencias, como por ejemplo la heterocromía, la condición que daba a David Bowie un color distinto en el iris de sus ojos. Sin embargo, otras están relacionadas con la predisposición a condiciones médicas, como el cáncer y enfermedades crónicas. Por esa razón las mutaciones humanas son cuidadosamente identificadas y clasificadas por los investigadores en bases de datos.
En mayo de 2013, Angelina Jolie, reconocida actriz y madre de seis hijos, se sometió a una doble mastectomía luego de que un estudio genético revelara que una mutación en su gen BRCA1 la exponía a un 87 % de riesgo de cáncer de seno y 50 % de cáncer de ovario. Este es quizás el caso más conocido, pero es sin duda apenas un ejemplo de una práctica que, con el descenso en el precio de los estudios genéticos, comienza a extenderse.
Esta medicina del futuro con la habilidad para prevenir enfermedades también conlleva importantes dilemas éticos. ¿Cómo altera la vida de una persona saber la información que está escrita en sus genes y que puede determinar su esperanza de vida? ¿Quién puede tener acceso a esa información y cómo puede utilizarla? ¿Estamos ante un futuro en el cual nuestros genes son todo lo que alguien necesita conocer para decidir cuáles son nuestras posibilidades?
En el universo de los X-Men, en donde las mutaciones genéticas dan superpoderes a algunos individuos, también producen su aislamiento de la sociedad y el conflicto con quienes se consideran humanos “normales”. Es muy poco probable que las mutaciones reales produzcan individuos con la habilidad de recuperarse de cualquier daño físico o con inmensas capacidades telepáticas, como Logan o Charles Xavier, pero, como en temas como la diversidad de género, los derechos de las minorías y el temor conspirativo, el cómic sirve como un espejo roto de nuestra propia realidad. No es descabellado pensar en un futuro en el cual nuestra información genética determine la forma en que se organiza nuestra sociedad. Tampoco está muy alejado de la realidad preguntarse quién y cómo controlará la información en nuestros genes. Como es habitual en las visiones del futuro, más allá de la acción vertiginosa se esconde nuestra profunda inquietud en el presente.