La estudiante Larissa compara para #MEX_MANIA los sistemas educativos en México y Alemania. Su intercambio académico en la Universidad de Guanajuato le hizo ver el sistema universitario germano con otros ojos.
Toda estancia en el exterior nos hace vivir nuevas experiencias, grandes y pequeñas aventuras y, en el mejor de los casos, nos invita a la reflexión. El tiempo que pasamos lejos de nuestro país deja su huella en nosotros. Cambia nuestra perspectiva sobre nuestra patria. Y nos damos cuenta de que damos por sentadas muchas cosas.
Después de mi estancia en México, lo primero que me llamó la atención negativamente en Alemania fue la falta de filas de espera o colas. No es que aquí nadie se forme, pero a dondequiera que yo iba en México, todo funcionaba de forma mucho más estructurada. Si bien este sistema de espera no me convenció de inmediato, al poco tiempo llegué a apreciarlo. Durante seis meses, las colas se convirtieron en parte de mi vida cotidiana. Ya sea en el banco, en la parada del autobús o en el puesto de tacos, uno se forma en todos lados.
De regreso en Alemania, intenté en vano formar filas. Lamentablemente me di cuenta de que la gente no se formaba detrás de mí, sino que muchas veces trataba de colarse. Lo más gracioso es que ningún mexicano me quería creer que en la Alemania organizada pudiera haber "tanto caos”. Por otro lado, ningún alemán puede imaginarse las increíbles dimensiones de las filas de espera en México.
Estudiantes alemanes bajo constante presión
Más allá de lo cotidiano, tras un intercambio también cambia la perspectiva sobre cosas fundamentales: hoy día, veo nuestro sistema educativo con otros ojos. Fase de exámenes, trabajos de investigación y fecha de entrega son algunos de los términos más temidos por los estudiantes germanos. Al final del semestre, la vida cambia drásticamente: el estrés y el miedo a fracasar están a la orden del día.
En México, mis compañeros de la universidad y yo tuvimos que estudiar mucho y prepararnos para las clases. Estoy segura de que no estudiábamos menos que en Alemania, sin embargo, no sentíamos constantemente ese miedo a fracasar.
En el país latinoamericano se escriben ensayos a lo largo del semestre, que son calificados, se exponen ponencias y se presentan exámenes finales. Este sistema fue muy refrescante para mí. Y es que de Alemania estaba acostumbrada a que mi destino dependiera de un día determinado, porque solo tenemos una oportunidad para presentar un buen examen. De lo contrario, tenemos que repetir el curso el semestre siguiente.
¿Quién está mejor preparado?
Si un estudiante se siente mal, sufre por amor o está cansado el día del examen, lo arriesga todo. El principal argumento es que tenemos que estar preparados para la estresante vida laboral. Pero, ¿realmente estamos mejor preparados que nuestros colegas mexicanos? Lo dudo.
Por otro lado, algo que realmente llegué a apreciar son las clases de idiomas extranjeros en las universidades germanas. La mayoría de la literatura especializada en mi carrera está en inglés o en español, dependiendo del origen de los autores. En México, en cambio, cada texto es traducido al español.
Si un texto no existía en español, simplemente no era leído. Una de mis docentes comparó esta situación con una censura indirecta. Puesto que no todos los textos son traducidos al español, determinadas personas no tienen la posibilidad de leerlos en inglés.
El idioma, una herramienta esencial
Lamentablemente el bajo nivel de los cursos de idioma y la falta de recursos para viajes de aprendizaje idiomático no son una excepción en México. En Alemania, en cambio, tenemos la suerte de ser instruidos en idiomas extranjeros por profesores que, en su mayoría, tuvieron la oportunidad de profundizar sus conocimientos idiomáticos en el exterior. Los idiomas unen a las personas y nos permiten adquirir nuevos conocimientos.
Asimismo es una parte importante de nuestra identidad como miembros de un conjunto. Es el principal eslabón para integrarse en una nueva sociedad y crear un sentido de pertenencia a un grupo. El idioma también es esencial en el debate sobre nuestra "crisis de refugiados”, cuyos comienzos solo seguí desde la distancia en México.
Me alegra que durante mi estancia en el extranjero haya podido experimentar personalmente la complejidad del idioma, la cultura y la identidad. Ahora puedo aplicar mis experiencias a la realidad alemana. Todos los factores están relacionados, y la educación, como herramienta de comunicación, es primordial. ¿O acaso uno no aprende a formar filas en la escuela?