Por Maribel Ramírez Coronel, periodista en temas de economía y salud para El Economista.
La resistencia a los medicamentos antimicrobianos, incluidos los antibióticos, derivada del abuso y mal uso de los medicamentos antiinfecciosos, no es cualquier cosa. Representa un serio y preocupante problema al grado de que podrían estar llevando a poner en riesgo los avances logrados en la medicina en los últimos 120 años; es decir, desde 1897 cuando la penicilina vino a cambiar la realidad de la humanidad al permitir con su llegada tratar infecciones y evitar que causaran la muerte a millones de personas.
Conforme ha ido elevándose el número de patógenos multirresistentes, los científicos han ido perfilando el grave riesgo de que dejen de existir antibióticos que verdaderamente puedan combatir a bacterias y diversidad de bichos cada vez más potentes y resistentes. Ante la ausencia de antibióticos eficaces, simplemente los pasos alcanzados con el éxito de la cirugía mayor y la quimioterapia se verían comprometidos.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año 480.000 personas presentan resistencia a múltiples antibióticos, y se está notando igualmente que esta farmacorresistencia empieza a complicar la lucha contra el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y el paludismo. También empieza a ser notoria la resistencia a medicamentos para tratar tuberculosis, malaria, VIH y gripe.
La situación es delicada en el continente americano, donde los antibióticos son usados en exceso no sólo por pacientes sino también por médicos e históricamente fueron vendidos de manera inapropiada sin mayor control. Aun cuando en varios países ya han impuesto controles para evitar la venta discriminada de antibióticos sin receta, aún falta mucho por evitar la automedicación y el abuso. Y es que mucha gente aún no alcanza a comprender la gravedad de que su organismo se vuelva resistente a los antibióticos.
La OMS viene haciendo consciencia desde hace años sobre este problema porque está derivando en prolongación de la enfermedad, la necesidad de más pruebas y la utilización de fármacos más caros.
El problema, como dijo la directora de la OMS, Margaret Chan, es que no podemos darnos el lujo de perder el actual arsenal de antibióticos porque en el corto plazo no se están desarrollando muchos nuevos.
Además, el requerir antibióticos cada vez más potentes tiende a aumentar el costo de la atención sanitaria porque para pacientes con infecciones resistentes las terapias a recurrir deben ser más especializadas, más fuertes y más costosas.
En Latinoamérica, las mayores resistencias son a bacterias como E. coli con las cefalosporinas de tercera generación y las fluoroquinolonas, dos antibióticos importantes y de uso general. La resistencia a cefalosporinas de tercera generación en K. pneumoniae también es alto y generalizado.
Hay alto porcentaje de infecciones por Staphylococcus aureus resistentes a la meticilina; ello significa que los tratamientos con antibióticos comunes no funcionan.
El desafío es que las personas utilicen los antibióticos únicamente cuando los prescriba el médico y completen el tratamiento aun cuando se sientan mejor. Para los profesionales de la salud, debe haber mayor consciencia de prevenir y controlar las infecciones sin recurrir siempre al antibiótico como primera instancia.