Este cardiólogo español busca demostrar que enseñar a niños entre 3 y 6 años a tener una vida saludable es mejor estrategia que gastar millones atendiendo a enfermos cardíacos.
Valentín Fuster tenía planeado ser tenista. Pero un buen día, luego de entrenar duro, entendió que nunca sería tan bueno como el mejor tenista español. Entonces decidió aceptar esa realidad y darle otro sentido a su vida. Sería médico, como lo fueron sus dos abuelos. Más tarde se convirtió en cardiólogo.
Ver desfilar cientos de pacientes por su consultorio y las salas de urgencias del Hospital Monte Sinaí, en Nueva York, donde ha sido el director del Centro del Corazón, le enseñó que el mejor camino para atajar la epidemia de enfermedades cardiovasculares era la prevención. Y eso significaba trabajar con los niños.
En el mundo, cada año 17 millones de personas mueren por enfermedades cardiovasculares y se estima que para el 2030 sean unos 23 millones. En el caso colombiano, según el Ministerio de Salud, el infarto es la primera causa de muerte de los colombianos. Los datos más recientes señalan que por esta causa mueren al año unas 29.000 personas, en su mayoría hombres (16.000 casos). Esto quiere decir que, en promedio, cada día 80 personas fallecen por esta enfermedad.
“La conducta de los adultos se genera entre los tres a los seis años. Esa es la ventana de oportunidad”, explica Fuster en el documental El corazón resiliente, en el que la directora Susan Froemke narra el esfuerzo de Fuster por demostrar, a través de un estudio que se inició en Colombia y se extendió a España, Kenia y otros países, cómo la educación entre los niños puede cambiar la dirección de la epidemia de enfermedades cardiovasculares.
Sí Colombia, el programa impulsado por Fuster con el apoyo de la Fundación Cardioinfantil, Fundación Mario Santo Domingo, Fundación Science, Health, Education, la Escuela de medicina del Hospital Monte Sinaí y Movilizarte, parte de mediciones de la salud cardiovascular de niños y jóvenes, y de una encuesta sobre conocimientos, actitudes y hábitos en torno al cuerpo y el corazón, la actividad física, la alimentación y la gestión de emociones, para plantear una intervención pedagógica. El entrenamiento que reciben los niños incluye información sobre alimentación, cómo funcionan el corazón y el sistema cardiovascular, los riesgos del sedentarismo y los beneficios de la actividad física, y las formas asertivas de manejar sus emociones.
“La hipótesis que se quiere demostrar es que en la edad adulta e incluso en la vejez estos niños tendrán una mejor salud cardiovascular y, por ende, una mejor y mayor calidad y expectativa de vida”, explican los coordinadores del programa en Colombia.
En mayo de 2009, un grupo de 1.216 niños en Bogotá recibió el entrenamiento. A partir de ahí, el equipo de médicos los ha seguido con el objetivo de evaluar cómo su vida y su salud se van diferenciando de la de niños que no recibieron ese entrenamiento. Inicialmente, los niños se evaluaron dos veces al año en un período de 36 meses. Tanto los niños de preescolar como sus padres mostraron una tendencia positiva posterior a la intervención.
El objetivo del estudio es hacer esto por más de 20 años. “La perseverancia es la clave de este trabajo”, le explica Fuster a sus colaboradores, que tienen la difícil tarea de no perder contacto con los niños y sus padres a medida que pasa el tiempo. Solo si logran demostrar en un extenso periodo de tiempo que esa mínima intervención educativa tuvo un impacto en la tasa de enfermedades cardiovasculares, podrán insistir ante gobiernos y sistemas educativos que es necesario hacer las cosas de otra manera.
En España se replicó el estudio y se han involucrado 48 colegios con una población de 27.000 niños y niñas. En Colombia, el programa se ha ido expandiendo hasta llegar a 25.000 participantes. La iniciativa también se ha ampliado a otros países como Estados Unidos, México, Perú y Kenia.
Fuster no se cansa de insistir a donde va, que todo el esfuerzo de prevención se debe enfocar en los niños.