Las protestas en demanda de elecciones adelantadas y ayuda humanitaria interrumpieron el curso del año escolar y mantuvieron a muchos pequeños escondidos en sus casas o expuestos violencia.
A principios de julio, los hermanos Jeremías, de 8 años, y Victoria, de 3, estaban en pijama y se preparaban para dormir cuando un cilindro de gas lacrimógeno atravesó la ventana de su cocina, haciendo añicos el cristal.
Uniformados de la Guardia Nacional (la policía militarizada de Venezuela) estaban asaltando su edificio en una ciudad montañosa cerca de Caracas, en busca de activistas opositores que protestaban desde hacía tres meses contra el presidente Nicolás Maduro.
En medio de los gritos e insultos de los vecinos, los soldados irrumpieron en la torre y arrestaron a docenas de jóvenes, según relató Gabriela, la madre de los niños.
Gabriela y su esposo Yorth escondieron a sus hijos en el armario de su habitación, mientras el departamento se llenaba de una densa nube de gas, después de que entraron en el lugar un total de siete proyectiles.
Los efectivos no llegaron a entrar a su casa, pero la aturdida familia fue incapaz de dormir esa noche y el apartamento apestó por días. Lo peor fue que el incidente cambió a los niños.
Jeremías empezó a llorar y suplicar que abandonaran Venezuela. Su hermana menor, que antes ni siquiera tenía miedo a la oscuridad, se mostraba aterrorizada cada vez que oía un ruido fuerte, como la caída de un objeto, un camión o un trueno.
“Decía ‘la guardia nos está atacando’ y lloraba”, dijo Gabriela, un ama de casa de 30 años con formación de enfermera. “Fue el detonante para decir: hay que sacar a los niños de acá, porque si no va a ser peor para ellos a nivel psicológico”.
Un mes después del episodio, la familia vendió lo que pudo, llenó tres maletas y salió del país en autobús con unos 250 dólares en el bolsillos, para unirse a la marea de venezolanos que huyen de su país.
Por temor a represalias, Gabriela pidió que su apellido y su nuevo país de residencia no fueran revelados.
Impacto duradero
El caso de sus hijos pone de manifiesto el duradero impacto psicológico que la crisis económica y política del país sudamericano está teniendo en su infancia y juventud.
Venezuela, dueña de las reservas de crudo más grandes del mundo, está sumida en una crisis que se ha profundizado en los últimos años, mientras Maduro -el sucesor del líder socialista Hugo Chávez- presiona con fuerza a la oposición, en medio de una parálisis financiera que para los economistas es consecuencia de los controles del Gobierno.
Los varios meses de protestas opositoras que azotaron al país recientemente, en demanda de elecciones presidenciales adelantadas y ayuda humanitaria contra la escasez, interrumpió el curso del año escolar y mantuvo a muchos niños escondidos en sus casas o expuestos a escenas violentas.
Y la recesión paralizante ha generado escasez de productos como leche y pañales, mientras que la acelerada inflación significa que los juguetes o los uniformes escolares están fuera del alcance de muchas familias.
No hay datos recientes que examinen o contabilicen los efectos psicológicos que ha tenido la agitación sobre los niños venezolanos, pero maestros, psicólogos, activistas de derechos humanos y dos docenas de padres entrevistados por Reuters, sugieren que podría ser una carga intensa.
“Tenemos unos niños que desde muy temprana edad se están teniendo que plantear cómo sobrevivir”, dijo el psicólogo Abel Saraiba, de la organización de defensa de los derechos infantiles Cecodap. El profesional agregó que casi la mitad de sus 50 pacientes presenta síntomas relacionados con la crisis.
Los niños son más propensos a la ansiedad, la agresividad y la depresión, y también podrían presentar dificultades para relacionarse con sus iguales, porque perciben el mundo exterior como un lugar hostil. Esto podría convertirse en otro obstáculo en el desarrollo y recuperación del país.
Maduro acusa a la oposición de traumatizar a los niños y al resto de los venezolanos con sus protestas, que acabaron regularmente en enfrentamientos violentos, con manifestantes encapuchados lanzando piedras y cócteles molotov contra uniformados con gases lacrimógenos y cañones de agua.
El mandatario alega que su Gobierno, que no respondió a una solicitud de información, ha hecho mucho por la infancia, señalando a las orquestas juveniles, programas deportivos y campamentos vacacionales.
“Mamá, ¿cuándo viene la caja de alimentos?”
Sin embargo, la falta de alimentos asequibles -un kilo de arroz cuesta alrededor del 20 por ciento del salario mínimo mensual- es lo que está poniendo más presión sobre los niños de las familias con menos recursos.
Algunos padres no tienen otra opción que llevar consigo a sus hijos a las largas filas para comprar comida; o incluso enviarlos a trabajar o mendigar. Dicen que ahora los juegos infantiles incluyen parodias sobre encontrar comida en el supermercado.
En los casos más dramáticos, los niños sufren desnutrición y otras enfermedades graves.
El camarero Víctor Córdova, que vive en el barrio pobre más grande de Caracas, Petare, se reparte entre tres empleos, mientras su esposa Yennifer cuida de sus tres hijas y a su pequeño niño en su diminuta casa.
Las niñas a veces despiertan a sus padres en medio de la noche pidiendo comida y pasan gran parte del día preguntando cuándo llegarán las cajas de alimentos básicos que subvenciona el Gobierno.
“Siempre preguntan ‘mamá, ¿cuándo viene la caja? ¿En la caja viene la lechita?'. No se les sale de la cabeza”, dijo Yennifer de 26 años, meciendo al pequeño Aaron.
“Les digo que no se preocupen por eso, nada más que se preocupen por estudiar. Pero son esponjas, absorben demasiado rápido”, agregó.
Una minoría de padres, horrorizados por el colapso de la otrora pujante Venezuela petrolera, intenta ocultar la crisis a sus hijos.
La contadora Suset Gutiérrez le dice a sus dos hijos en la decaída localidad industrial de Ciudad Guayana, que los disparos de los delincuentes que se escuchan de noche son fuegos artificiales de fiestas o neumáticos de autos que estallan.
“Toca variar porque han querido saber de esas fiestas”, dijo Gutiérrez, de 47 años. Sus niños también la interrogan sobre la falta de leche o pasta. “Me ha tocado inventar que es porque las vacas se han enfermado o que por las lluvias no hay trigo en otros países”, complementó.
Fuera de Venezuela, Gabriela y su esposo, quien solía trabajar como administrador de empresas, ha encontrado trabajo vendiendo flores y en un café. La madre dice que ha notado la mejoría sostenida de sus hijos.
Una vez que la familia logre mayor estabilidad económica, Gabriela agregó que buscará ayuda psicológica para ellos. “Están feliz. El más grandecito me dice: ¡mira hay chucherías (golosinas) acá!”, dijo riendo. “Pero si uno le medio asoma la posibilidad de volver a Venezuela, empieza a llorar”.