Los casos de malaria o paludismo crecieron un 76% en 2016, según los últimos datos oficiales disponibles.
Eduardo Santamaría, un soldador de 31 años, ha perdido la cuenta de cuántas veces ha debido acudir en busca de tratamiento contra la malaria. Su madre, su esposa y sus tres pequeños hijos han sufrido en los últimos meses la enfermedad, que avanza en Venezuela como un síntoma de su profunda crisis sanitaria.
"Está demasiado débil y ya el acetaminofén no le baja la fiebre", afirmó Santamaría a la entrada de un centro de salud en el sureño estado de Bolívar, junto a su hija Sarai.
A sus cinco años, la niña está infectada por el parásito que se transmite con la picadura de los mosquitos hembra del género Anopheles, que produce altas fiebres y dolores y mata a medio millón de personas al año en el mundo, en su mayoría niños.
Junto a Santamaría y su hija, unas 500 personas hacían fila bajo el sol ardiente para recibir el tratamiento en un desvencijado ambulatorio de un poblado humilde del sur del país, zona en la que, según especialistas consultados por Reuters, se origina un 20 por ciento de los casos nacionales.
Allí, los pacientes se acuestan en el piso para resistir los dolores y se tapan con sábanas para combatir los escalofríos. "Esto es como un campo de guerra", dijo Maury Villarroel, mientras abrazaba a su hija enferma de 11 años.
Los casos de malaria o paludismo crecieron un 76 por ciento en 2016, según los últimos datos oficiales disponibles, que reflejan cómo la aguda crisis económica del país ha golpeado la salud de la población. Y estimaciones privadas proyectan que el mal podría haber seguido avanzando rápidamente este año.
El caso de Venezuela fue mostrado en noviembre en el foro Malaria en las Américas 2017, convocado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
En el evento, desarrollado en Washington, especialistas advirtieron que se espera que el país contribuya con la mitad de los casos de malaria de la región este año. En el 2000, el aporte era de apenas el 2,5 por ciento de los reportes del continente.
Organismos no gubernamentales como la Sociedad Venezolana de Salud Pública y la Red Defendamos la Epidemiología Nacional registraron hasta octubre un salto con respecto al 2016 de un 42 por ciento en los casos del estado Bolívar, propenso al mosquito por ser una zona selvática, minera e industrial.
Venezuela, que tiene una de las mayores reservas petroleras del mundo, atraviesa ahora una aguda crisis con recesión, escasez de alimentos y medicinas, precios que suben cada semana y un parque industrial demasiado desmantelado como para asumir la fabricación de antipalúdicos y repelentes.
Críticos del presidente Nicolás Maduro dicen que el gobierno socialista ha asfixiado la economía con rígidos controles de cambio y precios, pero el mandatario alega que sus enemigos políticos sabotean la economía.
Una solicitud de información hecha al Gobierno no fue contestada.
Reventa de oro
Los médicos temen que la malaria, una enfermedad cuya incidencia viene en retroceso a nivel mundial, haya empezado a migrar hacia las ciudades más pobladas. En el caso del estado Bolívar, la enfermedad ha sido importada desde los centros de minería ilegal que abundan en la frontera con Colombia y Brasil.
"En las minas tienes una proporción muy alta de adultos jóvenes, pero en la ciudad tienes niños, embarazadas y el problema que eso representa es más complejo: es la familia entera en riesgo de enfermar", explicó José Félix Oletta, un médico y exministro de salud de Venezuela.
Ante la escasez de medicamentos, que la federación farmacéutica local cifra en un 85 por ciento, en el mercado negro y las redes sociales abundan ofertas de tratamientos.
"En la mina ofrecen las pastillas en un gramo y medio de oro", relató Yudith Sánchez, quien trabaja de cocinera en un yacimiento ilegal de oro en Bolívar. El precio del medicamento en oro equivale a más de cuatro salarios mínimos. "Tuve que sacar a mi esposo casi moribundo", explicó.
Maduro acusó recientemente a su homólogo colombiano, Juan Manuel Santos, de bloquear la compra de medicamentos contra la malaria, para cumplir supuestamente las sanciones financieras de Estados Unidos que prohíben a empresas de ese país hacer negocios con el gobierno de la nación petrolera. Dijo que las pastillas serían importadas de la India.
El ministro de salud del país vecino indicó luego que no interfieren en las ventas privadas de las farmacéuticas. En el pasado, grandes laboratorios se han quejado de que el Gobierno venezolano les adeuda miles de millones de dólares por compras.
Las autoridades anunciaron finalmente el mes pasado la llegada de 200.000 pastillas. Los pacientes deben ir hasta cuatro veces a su centro de salud más cercano para completar la dosis gratuita, que no se entrega completa, pues los funcionarios alegan que deben combatir la reventa.
No obstante, galenos consultados consideraron que los tratamientos podrían ser insuficientes para combatir la epidemia.
Para muchos, las infusiones de plantas como la quina, popularizada durante la época colonial por sus propiedades antipalúdicas, se ha convertido en la única opción.
"Esto es un caos y a falta de tratamiento lo único que nos queda es guarapos de monte, quina y chaparro, pero eso lo único que hace es calmar la fiebre", confesó Félix Domínguez, un comerciante de 26 años que hace seis meses llegó a Bolívar y ya contrajo la enfermedad.