Por Macarena Salosny, directora de Admisión de Smart Coach.
Vivimos una era en la que los conocimientos técnicos cambian con una increíble rapidez gracias a los avances de la tecnología, la innovación y el descubrimiento permanente de nuevas formas para hacer labores que durante años se mantuvieron en status quo.
Y esta realidad afortunadamente también la están comprendiendo las organizaciones, donde ya no es primordial contratar por el coeficiente intelectual, sino a evaluar y capacitar la inteligencia emocional para así alcanzar los objetivos y metas dentro de los equipos de trabajo.
Existe una percepción social de que las mujeres tenemos un mayor desarrollo de este tipo de inteligencia, que consiste en habilidades para apreciar y expresar de manera coherente las emociones propias y las de los demás; pero esta creencia se basa en que tendemos a confundir la inteligencia emocional con la emotividad y comunicación, características que se asocian más a nuestro género.
Sin embargo, todos conocemos a personas que manejan muchos datos y son intelectualmente hábiles, pero que aun así los consideramos unos idiotas, ¿no? Según el estudio del psicólogo Jack Block de la Universidad de Berkeley podemos reconocer a una persona que es emocionalmente inteligente dependiendo su sexo, por las siguientes características.
Los hombres son socialmente equilibrados, alegres, adoptan responsabilidades y son cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica, se sienten a gusto consigo mismos y con sus semejantes. Ponen atención a sus necesidades y a las de los demás. Por otro lado, las mujeres tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin culpa ni rodeos, poseen una visión positiva de sí mismas y su vida tiene sentido. Son abiertas y sociables, y expresan sus sentimientos adecuadamente y soportan bien la tensión.
¿En qué nos aporta?
El desarrollo de nuestra inteligencia emocional comprenderá de mejor manera los sentimientos de los demás, tanto en las áreas comerciales, como en las de atención al cliente. Además, sirve para tolerar de mejor manera las presiones y frustraciones que soportamos en el trabajo, sobre todo en tareas de planificación y control. Y finalmente beneficia en adoptar una actitud empática y social que nos brindará mayores posibilidades de desarrollo personal orientados al trabajo en equipo.
Asimismo, es liberador saber que vivimos en una era en la que la inteligencia racional ya no es un predictor del éxito que tendremos tanto en nuestra vida personal como en nuestro desempeño profesional, pero el desafío radica ahora en conectarnos con nosotros mismos para aprender, y eso requiere más fuerza de voluntad y persistencia que aprender fórmulas en Excel o a utilizar el último software de la empresa… pero también conlleva múltiples beneficios que mejorarán nuestra calidad de vida en este mundo hiperconectado hacia fuera.