Si preguntáramos a un grupo de personas qué es la innovación, seguramente obtendríamos una gran variedad de respuestas, que incluirían palabras como invención, creatividad, tecnología o patentes. Todas estas acepciones son correctas, pero lo cierto es que si la innovación no logra comercializarse exitosamente difícilmente podrá considerarse como tal y, lo más importante, poca trascendencia tendrá en el desarrollo socioeconómico de los países.
Esta afirmación cobra especial relevancia si la trasladamos a América Latina, donde se registra una fuerte dependencia a las materias primas y donde el déficit histórico en innovación limita los esfuerzos de diversificación y crecimiento económico.
La escasez de innovación en Latinoamérica se traduce en que las empresas no crecen tanto como sus pares en regiones más avanzadas, y tampoco producen tanto. Otra consecuencia es que nuestras empresas no generan el suficiente empleo de calidad, y muchas siguen ofreciendo ya no empleos mal remunerados, sino trabajos informales que merman la capacidad fiscal de los Estados.
Bajo esta óptica quedan claros dos temas esenciales relacionados con la importancia de la innovación para el aumento de la productividad: en primer lugar, las empresas son quienes impulsan la innovación, ya que son ellas las que desarrollan y comercializan nuevos productos y procesos con la ayuda de los agentes de conocimiento e inventores. En este sentido, el sector privado ejecuta la innovación con el apoyo del sector académico, y el sector público genera los habilitadores para facilitar su desarrollo.
En segundo lugar, la innovación no tiene que ser exclusivamente tecnológica. Con tal de que la empresa introduzca algo que se considere nuevo en el mercado y lo comercialice, esto ya es innovación. Un estudio hecho por la Universidad de Harvard, basado en la industria manufacturera en los Estados Unidos, concluye que casi el 70% de la innovación es incremental, es decir, que mejora productos existentes para clientes existentes. Por su parte, un 20% de la innovación es evolutiva: genera nuevos productos para clientes existentes o los mismos productos para clientes nuevos. Y el restante 10% de la innovación es disruptiva, es decir, genera nuevos productos a nuevos clientes. De esta manera, si una empresa mejora significativamente sus productos y/o procesos, ya sea con un empaque nuevo o mediante un nuevo canal de distribución, está innovando.
Contrariamente a lo que podría asumirse, la falta de innovación en América Latina no solo implica a las pequeñas y medianas empresas. De hecho, las multinacionales latinoamericanas también registran déficits de innovación en relación a las multinacionales extranjeras. Esta situación evidencia que en la mayoría de los casos, las empresas salen al exterior para vender el mismo producto, y no tanto para conectarse a las cadenas de valor.
Inversiones necesarias. En los países de la OCDE el 70% de la inversión en innovación proviene de las empresas, en significativo contraste con los países de América Latina, donde solo el 40% de las empresas invierte en innovación. De esta manera, para poder llegar a alcanzar los niveles de productividad de los países de la OCDE, la región no solo tiene que invertir cuatro veces más de lo que invierte actualmente, sino que las empresas tendrían que invertir 10 veces más de lo que hacen actualmente. Por ende, para nuestra región es fundamental desarrollar un sistema propicio para que las empresas cuenten con incentivos para invertir diez veces más de lo que invierten hoy en día en innovación.
Con el objetivo de articular y fortalecer los sistemas de innovación en América Latina, CAF –Banco de Desarrollo de América Latina- lanzó el Programa de Innovación Empresarial para mejorar las capacidades de I+D+i de las empresas innovadoras, centros de investigación y sistemas de innovación nacionales. Adicionalmente, el programa persigue impulsar la productividad regional y, paralelamente, alinear a los actores del sistema de innovación alrededor de una agenda común.
Estos esfuerzos pretenden acercar la innovación regional a los niveles registrados en los países de la OCDE, donde la mayoría de la inversión en innovación proviene del sector privado y donde
la inversión de las empresas es el principal motor de la innovación. De todas formas, la inversión del sector público es de gran importancia para generar habilitadores, como mejores instituciones, incentivos fiscales, desarrollo en tecnologías de la información y la comunicación (TIC), becas para doctorados, entre otros, pero es importante resaltar que la innovación recae en las empresas.
De cara al futuro será imprescindible articular la innovación de forma que pueda comercializarse exitosamente y, con ello, propiciar mejoras sociales y económicas que beneficien a todos los latinoamericanos.