El panorama electoral quedó despejado en Ecuador: el próximo 2 de abril el país sabrá quién es el sucesor de Rafael Correa, tras un prolongado corre-ve-y-dile entre la candidatura oficialista de Lenín Moreno (centroizquierda) y la del banquero Guillermo Lasso (derecha extrema).
Los datos oficiales, escrutado el 100% de votos, y el crispado entorno que precedió al anuncio de los resultados, colocan a este país andino de 16 millones de habitantes en la antesala de una indeseable guerra abierta, que con el pasar de los días crecerá en intensidad, en diatribas, en acusaciones de doble vía, en confrontación.
Las cifras son reveladoras y merecen un estudio detenido (los estrategas de cada candidatura estarán en eso).
Pero al no ser ese el objetivo de este texto, solo un par de reflexiones al respecto (tomando como referente el cuadro adjunto):
1.- A Moreno le faltó poco para ganar en una vuelta (alrededor de 65 mil votos), lo cual es bueno y malo. Bueno, porque su candidatura mostró un fuerte músculo electoral, que lo necesitará como nunca para intentar ganar -sin atenuantes ni sombras de duda- las elecciones presidenciales. Y es malo, porque, dígase lo que se diga, falló la estrategia político-mediática de ganar en un solo envión. Ante esto, el candidato de Alianza PAÍS (AP) y su equipo rearman las fichas mientras cruzan el desierto, desde el discurso hasta la búsqueda de alianzas. En ese sentido, Moreno necesitará extender un poco más la mano política -como dijo al regresar al país- para alcanzar los votos suficientes que le garanticen un triunfo contundente. Más aún, después de que el presidente Correa le puso una vara alta, Moreno tiene la misión de sacar 2 millones de votos de ventaja sobre su oponente. Pero esta estrategia conlleva un problema: en sus entrañas late el costo ineludible de hacer concesiones políticas, sobre todo ante actores sociales y políticos capaces de abrir la compuerta electoral, por ahora represada a los intereses de Alianza País. Por tanto, el equipo de campaña de Moreno tiene el desafío de reforzar la gestión política, al tiempo de evitar el verbo descarriado y el tono destemplado de algunos personajes próximos a esa candidatura.
2.- A Lasso, curiosamente, le bastó perder, incluso se victimizó y no le vino mal quedar a casi 12 puntos de la meta ideal, porque lo suyo, en rigor, nunca fue ganar en primera vuelta (no porque no quisiera, simplemente porque no podía). En lo inmediato, el candidato de CREO siempre quiso quitarse de encima a las seis candidaturas restantes, para instalarse en la ronda final como el único elemento aglutinador de una tendencia que -se supone- es contestataria por antonomasia y coherente como ninguna otra. El candidato del Opus Dei no tejió mal su trama. Una vez allí, como en efecto sucedió, Lasso frenó la dispersión electoral de los opositores y puso en marcha la segunda fase de su plan: ir a la conquista de las fuerzas políticas y electorales cargadas de anticorreísmo en todas sus formas (visceral, moderado, pasivo, etc.). Es decir, el candidato-banquero trabaja desde la semana pasada sobre otra plataforma que para algunos analistas se antoja básica, pero que al tenor de la mirada del candidato tiene sentido práctico: apoderarse de las mayores fuerzas anti-oficialistas de cara a la segunda vuelta, como ya ocurrió con el regalo anticipado de los votos socialcristianos de Jaime Nebot y Cynthia Viteri. La suya, por tanto, es una compleja estrategia anti, disfrazada de una táctica elemental, la del pro. "El lobo vestido de cordero". Así podría definirse su plan electoral en términos de piadosa religiosidad.
3.- Esta guerra electoral, cuyo desenlace se conocerá a inicios de abril, empezó con la divulgación de las primeras cifras de las encuestadoras que trabajan a destajo (por ende, con la misma facilidad y no menor desparpajo, dan como favorito al candidato "x" como al "y"). En este contexto de perplejidad electoral colectiva, poco a poco los ecuatorianos ven inflamarse el verbo arrasador de personajes de medio pelo que cierran las calles con venia municipal ("incendiaremos Quito" si no se hace tal o cual cosa). También se machaca con la cantaleta lassista de liquidar "el estado gallinazo" creado por el gobierno actual. Ahí no termina el pugilato. La candidatura oficialista -por razones que alguien deberá explicar- tiende también a diluir la urgencia nacional del debate profundo, trascendente y serio, en cuyo lugar ha preferido destacar por ahora la denuncia del reparto de panes caros entre los opositores callejeros, y la subversión electoral a cargo de ciertos "pelucones" capitalinos que convergen a través de sus teléfonos celulares "de alta gama".
4.- El resultado global de todo lo anterior es verdaderamente lamentable para la sociedad ecuatoriana en su conjunto. Se está enajenando deliberadamente al elector en un momento crucial para el país, a través de todos los medios de comunicación y de las desbordadas redes sociales. Esta situación ha generado una asimetría social de alto riesgo para el futuro inmediato. De hecho, este momento no existe un contrapeso conceptual -ideas claras, valores definidos- que cobije al elector. El votante carece realmente de una sólida escafandra electoral que le permita discernir a fondo sobre lo que está en juego -ni más ni menos, el futuro político, económico y social del Ecuador- ya que se encuentra sitiado por las voces irascibles e intolerantes de quienes están encandilados por el micrófono, sublimados por la cámara de TV, obsesionados por el poder, o prestos a hacerse de él a como dé lugar... Así están las cosas en estos momentos en Ecuador.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta... apuntes de Hernán Ramos.