La historia de América Latina y el Caribe desde la colonización europea está vinculada y referenciada a los países que formaron parte de dicha epopeya. El debate respecto de su significado tiene hasta el día de hoy numerosas aristas complejas y por lo general está planteado desde la antinomia colonizador vs. colonizado o europeos vs. pueblos indígenas originarios en sus múltiples matices. Sin embargo, los millones de esclavos negros traídos del África conforman un tercer elemento muchas veces olvidado o marginado, como si esa población no hubiera formado parte de esta historia o fuera un efecto “no deseado”.
En el inconsciente colectivo el África se aparece como el continente donde sólo hay hambre y desnutrición, guerras y masacres; aunque sus riquezas naturales atraen a las multinacionales más importantes del planeta. Existe una clara contradicción entre la construcción del “olvido” mediático y la fuerte presencia de poderosas empresas que -en numerosas ocasiones- provocan las guerras, matanzas y hambrunas, mientras contribuyen a reforzar los estereotipos en un círculo vicioso.
No es de extrañar que América Latina y el Caribe no hayan sido ajenos al “olvido” del África, ya que sus clases dominantes son herederas de la colonización europea y siempre se referenciaron en el “viejo continente”, despreciando a los descendientes de los esclavos traídos a la fuerza. Aún se continúa postergando al África o se lo observa a través de una óptica meramente comercial y funcional.
Algunos gobiernos latinoamericanos en estos últimos años han demostrado que si existe voluntad política se puede modificar la relación entre los continentes. El reciente viaje de Dilma Rousseff a Etiopía para participar del 50 aniversario de la Unión Africana es un reflejo de este cambio que ya fue impulsado por Lula da Silva durante su presidencia. Si bien es cierto que los vínculos históricos entre el Brasil y el África son más que evidentes, se necesitó de la voluntad política de Lula para estrechar los vínculos con el continente que está cruzando el Océano Atlántico, y mucho más cerca que Estados Unidos o China. Es así que Brasil quintuplicó su relación comercial en la última década, tiene cooperación técnica con numerosos países y embajadas en la mayoría de ellos.
En Adis Abeba, la capital de Etiopía, Dilma dijo que “Brasil ve al continente africano como hermano y vecino con el cual tiene profundas semejanzas y afinidades” y que intenta establecer una vinculación “sur-sur”, que deje atrás la mera búsqueda de negocios para algunas empresas. Para reforzar sus dichos decidió condonar deudas de casi US$900 millones a doce países.
Hay muchas razones para vincularse con el África. Los lazos históricos y culturales son un sobrado motivo, y si se piensa estratégicamente en un mundo multipolar es indispensable cruzar el Atlántico, porque África –a fin y al cabo- no está tan lejos.
*Esta columna fue publicada originalmente en agencia Télam.