Salvo algunas excepciones, en América Latina las materias primas siguen dominando. En el caso de países como Venezuela, Perú y Ecuador, éstas superaron 75% del total de exportaciones en 2009. De ahí que la innovación se haya vuelto un eje central de las agendas regionales. Sabemos que es un vector clave para la productividad, la competitividad y el desarrollo económico.
Los commodities, en todo caso, no son una maldición. Aparte de la bonanza económica cíclica, existen casos de valor agregado. La alta gastronomía peruana, los biocombustibles brasileños, las tecnologías empleadas por los grupos mineros chilenos o por una parapetrolera como la ítalo-argentina Tenaris (uno de los líderes mundiales en producción de tubos para la perforación off-shore) tienen algo en común: han incorporado innovación y tecnología.
La región debiera aprender de países como Canadá o Noruega, que se han diversificado desde sus clústers de recursos naturales. Noruega dispone hoy de más de 200 empresas de punta vinculadas a la logística o los servicios energéticos. Brasil está buscando emular este ejemplo, fomentando una mayor eficiencia de los proveedores locales de Petrobras y buscando construir plataformas petroleras en el país.
Uno de los obstáculos en América Latina es que, a pesar de la creciente profundidad de los mercados financieros y de la densidad bancaria, son mucho más escasos y estrechos los mercados de venture capital (VC, capital semilla) y de private equity (PE, fondos de inversiones de capital privado), que son aceleradores importantes de la innovación y la diversificación empresarial. Salvo excepciones, se trata de instrumentos con un bajo nivel de desarrollo.
En México, por ejemplo, los fondos de pensiones tienen sólo US$800 millones invertidos en PE, diez veces menos de lo que les permite la ley. En Brasil la inversión en estos instrumentos es de apenas 2% de los US$275.000 millones que gestionan los fondos de pensión. Salvo excepciones, como Intel Capital, que tiene una pequeña actividad de VC/PE en la región, las grandes empresas tecnológicas no se han desplegado todavía en América Latina, una región que es una cantera inmensa de creatividad y talento.
En total la inversión en innovación y desarrollo en la región es inferior a 0,5% del PIB, salvo en Brasil, Chile y México, donde oscila entre 0,5% y 1%. Además, el grueso procede del sector público (65% del total), cuando en las economías más avanzadas es exactamente lo contrario.
La buena noticia es que las cosas están cambiando: la innovación está ahora en la agenda de gobiernos y empresarios, y se están impulsando programas e instituciones para acelerar los cambios.
Varios gobiernos se están dotando de un amplio abanico de políticas para promover inversiones en infraestructura, nuevas fuentes de energía, tecnología de la información o biotecnología. En Brasil, el banco de desarrollo Bndes juega un papel clave y dispone de una filial, Bndes Participações, que busca socios en el sector privado y que fomenta el VC y el PE. En Chile, Corfo está haciendo lo mismo. Desde Colombia se lanzó un amplio y ambicioso proyecto de diversificación productiva. Costa Rica sigue posicionando sus clústers tecnológicos y sanitarios.
El financiamiento privado también se está desarrollando. En 2009, la Asociación Regional de VC/PE (Lavca) registró 163 fondos que operan en la región con inversiones de US$3.300 millones. Existen ahora varias gestoras especializadas, como LatinIdea en México, o Aconcagua Ventures en Argentina. En Brasil uno de los mayores inversionistas es Gavea Investimentos, fundado y dirigido por Arminio Fraga, el ex gobernador del Banco Central y gestor de Soros en Nueva York. La administradora global Advent International levantó este año el mayor fondo de PE/VC dedicado a la región, recaudando US$1.700 millones. El fondo está especializado en tecnología, medios y telecomunicaciones.
El mes pasado, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo escribió en AméricaEconomía que la década 2010 bien podría ser la de América Latina. Una de las claves para que suceda será la capacidad para innovar y desarrollar, no sólo nuevos productos sino también nuevos procesos. Lo que estamos presenciando invita al optimismo.