Ahora que las economías emergentes se suman a esta crisis de más de cinco años consecutivos sin que las economías desarrolladas hayan reportado signos de recuperación sólida y sostenida para reemplazarlas, los desafíos para las economías latinoamericanas que en mayor o menor medida estuvieron dependiendo de las rentas de recursos naturales, son muy significativos; las condiciones para asumir un segundo shock externo comparable al de 2009 son mucho menos favorables, tanto que Venezuela, Argentina y ahora también Brasil son la mejor ilustración de aquello a lo que la región vuelve a enfrentarse en tan poco tiempo.
El caso de Bolivia parecería marcar la diferencia en este contexto. Las autoridades de gobierno permanecen inmutables y persisten en su actitud optimista –por decir lo menos- para asumir una crisis de considerable magnitud. Sin embargo, las señales que han enviado el Ministro de Economía y Finanzas Públicas y el presidente del Banco Central han sido contradictorias: Arce Catacora ha afirmado que la política de tipo de cambio fijo de los últimos 27 meses podría sufrir modificaciones de hasta diez puntos sólo en 2014, y a solamente tres días Marcelo Zabalaga sostuvo que tal política no sufrirá cambio alguno, agravando toda consecuencia de sobre expectativas en la población.
Si algo positivo puede reconocérsele al gobierno de Morales es precisamente el tipo de cambio fijo, primero porque es un mecanismo de alerta inmediata ante la caída del valor de una moneda extranjera, y luego porque pone en evidencia al Banco Central respecto de si está devolviendo una cantidad de billetes extranjeros por nacionales menor a la que se le ha entregado. Sin embargo, como el gobierno de Morales lo ha entendido exactamente al revés, este mecanismo ha terminado jugándole en contra al delatar los déficits estructurales del modelo o la insostenibilidad de una serie de medidas típicamente populistas de cara a nuevas elecciones generales, como la fijación de un máximo al crédito para vivienda o el incremento permanente del salario mínimo, para terminar improvisando una pseudo devaluación con el nombre de doble aguinaldo.
Las lecciones de la Gran Recesión ponen el problema de manifiesto: probablemente François Mitterrand nunca imaginó que el euro, creación suya, sería el que terminaría impidiendo que el populismo largoplacista europeo (léase Estado de Bienestar) siga creciendo. Aunque a trancas y barrancas, y con la eliminación previa del nacionalismo monetario, el euro ha terminado operando como un mecanismo imperfecto de patrón oro que asfixia el gasto desbocado de los ministros de Hacienda, e impide las “devaluaciones competitivas” que probablemente recuerden con nostalgia ministros como Solchaga con la peseta durante el gobierno de Felipe González en la España de 1993.
Esto quiere decir que si a pesar de la crisis la Unión Europea tiene alguna ventaja sobre las economías de Estados Unidos y América Latina, es que los distintos países que la conforman no pueden recurrir a la política de nacionalismo monetario de revaluaciones y devaluaciones como las que administran la Reserva Federal y los distintos bancos centrales alrededor de la región latinoamericana. Así pues, luego de que se temiera su rompimiento en 2011, hoy el euro ha llegado incluso a convertirse en un refugio frente al envilecimiento monetario generalizado también de las economías emergentes.
Es cierto que algunos países de América Latina están mejor preparados que en el pasado por el fortalecimiento de sus instituciones democráticas, la apertura comercial y el relativo respeto por los derechos de propiedad privada, pero aquellas instituciones que tentaron al político latinoamericano promedio en el pasado, cuando justos terminaron pagando por pecadores, hoy siguen vigentes incluso en esos países. Al igual que ayer, la economía regional sigue siendo susceptible de las recurrentes manipulaciones cambiarias que en un inicio permitieron un auge que, al ser insostenible, luego llevaron sus monedas al colapso, el desabastecimiento, las protestas y la represión. Ojalá el gobierno boliviano se equivocara tanto como Mitterrand con el euro, que terminó operando como pseudo patrón oro en el fin del populismo largoplacista europeo, y decidiera sostener el tipo de cambio fijo limitando -o incluso haciendo retroceder- el populismo cortoplacista para flexibilizar el aparato productivo y el sector laboral como legítima e inteligente estrategia ante cualquier shock externo.