Seguramente, amigo lector, está usted al tanto del caso de Daphne Fernández, la joven de 18 años de edad que sostiene haber sido violada por un grupo de muchachos conocido como Los Porkys de Costa de Oro, Veracruz. Como a usted, estimado lector, a mí no me consta que lo que Daphne dice sea cierto. Creo, eso sí, que Daphne dice la verdad, sin duda. No obstante, no es eso lo que deseo resaltar, sino que el caso en cuestión es una muestra de mucho de lo que está mal en México.
Daphne y su familia no denunciaron a los agresores inmediatamente. ¿Por qué? Porque pensaban que era inútil. ¿Alguien podría reprocharles esto? ¿Usted ha denunciado todos los delitos que ha sufrido, amable lector? Yo no. Y no lo he hecho justo por el motivo por el que Daphne y sus familiares no se acercaron a la autoridad prontamente. ¿Qué nos dice esto? Que, en México, hay “autoridades” que bien que cobran sus salarios, que bien que gozan sus prestaciones, pero que no sirven a la sociedad. Nada nuevo, pues, pero sí muy doloroso.
Cuando Daphne finalmente se acercó a la autoridad e, inclusive, presentó un video en el que sus supuestos agresores parecen aceptar lo que hicieron, el gobierno de Veracruz no actuó con celeridad. Incluso, el fiscal general del estado, Luis Bravo Contreras, declaró que dicho video no podía tomarse como prueba de nada. Concedamos que el fiscal tiene razón: muy bien. En ese caso, ¿el video tampoco podía considerarse como una invitación para que la autoridad investigara rápida y diligentemente lo que había pasado? De hecho, ¿la declaración de Daphne en sí misma —dejemos de lado el video— no era suficiente para que, por lo menos, las autoridades llamaran a declarar a quienes ella acusa? Daphne y su familia tenían razón, lamentablemente: acudir a las autoridades no sirvió de nada.
Una vez que el caso se dio a conocer en los medios, Daphne —sí: Daphne— comenzó a ser agredida en redes sociales y en los foros de las páginas web de varios periódicos. En esencia, según quienes la han agredido, lo que realmente pasó es que Daphne no fue violentada sexualmente sino que, con su consentimiento, tuvo relaciones con los supuestos violadores y, ahora, inventó lo de la violación. Y si eso no fue lo que pasó, entonces lo que ocurrió es que Daphne estaba vestida provocativamente, fuera de su casa durante la noche y en un “antro”, por lo que es su culpa —sí: su culpa— que la hayan violado. Los ataques que Daphne ha padecido dejan claro que, en nuestro país, hay quienes piensan que las mujeres “buscan” ser víctimas de abuso sexual, “buscan” ser violadas y, por lo tanto, eso es lo que se merecen. ¿Cuándo dejaremos atrás este tipo de ideas tan fuera de lugar? Ahora bien, ¿por qué las autoridades no actuaron rápidamente cuando Daphne denunció? No es difícil imaginar que, dado que los supuestos agresores son jóvenes de familias pudientes y bien conectadas políticamente, el gobierno de Veracruz los protegió activamente o, por lo menos, por omisión. Impunidad pura, pues: uno de nuestros peores males.
Y ahora que, por fin, el gobierno veracruzano decidió actuar en contra de Los Porkys, ¿en dónde están estos? Uno está en su casa; contra él, el gobierno de Veracruz no planea actuar; se supone que no agredió a Daphne. Los otros se escaparon del país. ¿El gobierno veracruzano les dio tiempo para escapar? Me inclino a pensar que sí. Pero todo eso, aun siendo lo grave que es, no es lo peor: ¿cuántas Daphnes más hay en México? ¿Cuándo, por fin, dejaremos de ser lo que somos? ¡Cómo dueles, México!
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.