La miniserie Chernobyl de HBO/Sky ha despertado de nuevo el interés en el peor accidente nuclear de la historia, ocurrido en Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, en abril de 1986. Pese a que algunos han cuestionado inexactitudes y licencias del guion, la trama tiene lecciones sobre el daño que producen a las sociedades la pichicatería en temas prioritarios y la falta de transparencia.
En un momento culminante del drama histórico, el investigador Valeri Legásov (protagonizado por Jared Harris) revela la existencia de una falla de diseño en los reactores RBMK, ideados por la URSS, misma que se había querido ocultar.
“Somos el único país del mundo que construye reactores nucleares enfriados por agua, moderados por grafito, con un coeficiente vacío positivo”, dice Legásov. Y después de un momento de silencio, explica la razón: “Porque es más barato”. Ahorrar en cuestiones esenciales puede ser desastroso, incluso mortal.
Para México, la historia de Chernóbil trae recuerdos funestos, pues en 1987 la Conasupo importó desde Irlanda 45 mil toneladas de leche en polvo contaminada por la radiación de la planta.
Descubierto el peligro, por la valiente intervención del vicealmirante Manuel Rodríguez Gordillo, de la Armada de México –a quien entrevisté ayer en Imagen Radio–, el gobierno federal anunció que la leche sería regresada a Irlanda, pero los barcos que la llevaban hicieron puerto en Tampico, donde fue nuevamente descargada, subida en trenes y distribuida en todo el país.
En los siguientes diez años, el cáncer infantil en México subió 300%. Igual que los ahorros sin ton ni son, la corrupción también puede matar.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.