El presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), Bernardo Larraín, utiliza una imagen futbolística, "la cancha", para graficar que Chile pasa por un mal momento. Quizás confunde alegremente sus intereses con los intereses globales del país. Sostiene que "la cancha" no ayuda a generar cambios coherentes con el siglo XXI, las decisiones en materia medioambiental irían contra el desarrollo y, finalmente, en un rapto de sinceridad, apunta a lo que más le importa: las empresas no pueden desarrollarse si "la cancha de lo público" está deteriorada (El Mostrador, 25-06-19). Es preciso sincerarse: a Larraín le preocupa que puedan verse disminuidas las ganancias del gran empresariado.
El presidente de la Sofofa destaca que la mayor parte de las instituciones están en crisis, algunas emblemáticas, como el Poder Judicial, en Rancagua, y las FF.AA. En esto tiene razón. Pero no la tiene cuando mediatiza el comportamiento del mundo empresarial. En efecto, para él la responsabilidad empresarial en la crisis institucional de Chile son sólo "síntomas" y no una enfermedad: "… la relación entre la empresa y la política no siguió los conductos regulares", pero, según Larraín, estaríamos lejos de otros países donde hay presidentes detenidos. Por tanto, "no hay que ser autoflagelantes".
Se equivoca el presidente de la Sofofa en su autocomplacencia con los grandes empresarios, esos que él representa. En mi opinión, son los principales responsables de la crisis institucional de Chile. Consiguieron capturar a la clase política para que opere en su favor. Desde la primera hora de la transición a la democracia instalaron a varios políticos en los directorios de sus corporaciones. Posteriormente, gracias a su poder económico y al pago de campañas electorales han corrompido a otros tantos: los casos Penta, Soquimich y Corpesca son emblemáticos del accionar del empresariado para comprar políticos y colocarlos a su favor en los gobiernos y en el Parlamento. La ley de pesca es la evidencia más sólida.
Al mismo tiempo, en Chile ha quedado de manifiesto que las instituciones, en vez de proteger a la sociedad contra la corrupción, han optado por favorecer la impunidad. Ninguno de los empresarios y políticos partícipes de la corruptela en el financiamiento ilegal de la política se encuentran presos. Para mayor abundamiento, el Servicio de Impuestos Internos decidió suspender querellas penales contra esos empresarios y políticos que falsearon boletas de impuestos y, paralelamente, la fiscalía decidió terminar con las causas por financiamiento ilegal de la política, a cambio de modestas indemnizaciones.
Larraín Matte se equivoca al minimizar la corruptela empresarial y calificarla de "síntomas" y no de enfermedad. No pues. En Chile, como en otros países de la región, el gran empresariado ha tenido un accionar sistemático para ampliar sus ganancias, mediante la utilización de políticos venales, que se han rendido al dinero de las corporaciones. Y este comportamiento no está distante de otros países de Sudamérica. Se acerca bastante. Incluso, a diferencia de Chile, en Perú, Argentina y Brasil existen duras sanciones, incluida la cárcel, para corruptores y corruptos. Por ello no podemos ser autocomplacientes, sino tenemos la obligación de ser autoflagelantes.
Tampoco es "síntoma", sino enfermedad, que varios empresarios se coludan, acordando precios más elevados que los fijados por el mercado, afectando a los consumidores. Es lo que ha sucedido en el país en años recientes. Y, por tanto, en este caso también quien deteriora "la cancha" es el mundo empresarial, al cambiar las reglas del juego que jura defender; o sea, las leyes de la competencia. Han sido los casos de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (con los pañales y papel higiénico), los productores de pollos y las farmacéuticas.
La sociedad chilena espera que el presidente de la Sofofa coloque como prioridad de su agenda enseñarle a sus representados sobre responsabilidad social empresarial, que no esquilmen a los consumidores y no corrompan a los políticos. Y, la propia empresa de Larraín Matte, la CMPC, debiera predicar con el ejemplo. Es lo primero antes de echarle la culpa a "la cancha".
Tampoco conducen a muy buen destino las afirmaciones, sin argumentación, del presidente de la Sofofa sobre cambios para el siglo XXI, desarrollo y medio ambiente y la crisis de nuestras instituciones. Si se quiere ser consistente con el siglo XXI y favorecer el desarrollo, como dice Larraín, los empresarios debieran pensar en innovar y no seguir viviendo de la renta generada por las piedras de la minería, las astillas de madera y la captura de peces. Innovar exige invertir en ciencia y tecnología, para agregar valor a nuestros recursos naturales. Sólo así se ampliará la frontera productiva, mejorará la productividad y competitividad internacional.
Al mismo tiempo, el sector público necesita mayores recursos para invertir en ciencia y tecnología y también para mejorar la calidad de la educación. El empresariado y los parlamentarios no puede seguir con el reiterado lamento de los elevados impuestos. Ni siquiera Paul Romer, el premio Nobel de Economía, acepta el argumento de que mayores impuestos reducen la inversión. La plata está. Apenas 161 personas poseen el 20% de la riqueza nacional (Bolton Consulting Group).
"La cancha" se arregla ampliando la frontera productiva, gracias a la ciencia, la tecnología y educación. Los grandes empresarios no pueden seguir viviendo de las rentas. Tienen que trabajar más, procesar bienes, inventar servicios más sofisticados y avanzar más allá de la extracción de materias primas. Y la tarea del presidente de la Sofofa es decirles a sus asociados que se preocupen de invertir en inteligencia y que se quejen menos de los impuestos.
Por otra parte, el repetido discurso que las decisiones en materia medioambiental afectan el desarrollo es lo más lejano a los intereses de la ciudadanía, a los organismos internacionales y a las prioridades del siglo XXI. Por el contrario, es preciso vincular estrechamente la protección del medio ambiente al discurso del desarrollo.
Coincido con Larraín Matte en que Chile está mal. La economía ha perdido dinamismo, las principales instituciones están en crisis y los políticos han perdido credibilidad. Pero es preciso reconocer que los empresarios han cometido graves errores y que han sido factor del deterioro institucional. Es preciso rectificar. El presidente de la Sofofa tiene que ayudar a cambiar el comportamiento empresarial y no a proteger la corruptela y la colusión. También tiene que convencerse de que el desarrollo no es sólo crecimiento, sino sobre todo equilibrios sociales y medioambientales. Así se arregla "la cancha". Larraín Matte debe cambiar su discurso. Lo exige el siglo XXI.