En marzo del 2010, la derecha chilena, a través de Sebastián Piñera, y tras cincuenta años, llegó a la presidencia de la república. Tres años después, el 17 de julio, su mejor carta para acceder nuevamente a la primera magistratura del país, Pablo Longueira Montes, declina seguir en competencia pese a haber desplazado en la UDI a Laurence Golborne Riveros y ganando la primaria de su sector frente a Andrés Allamand Zavala.
Lo anterior, podría llevar a un razonamiento equivocado sobre las elecciones presidenciales de cuatro meses más, entendiendo como barométrico su resultado; esto es que nadie le podría ganar hoy a Michelle Bachelet, la candidata de centro izquierda. Por sí mismo, esto no aparece como un efecto de la renuncia de Longueira; más bien es el fantasma que recorre la política chilena desde que la ex presidenta entregó la banda presidencial a Piñera.
En cambio, el efecto sí podría radicar en las elecciones al Congreso Nacional, que son simultáneas con la presidencial e introducen incertidumbre sobre la posibilidad de que la Nueva Mayoría llegue a doblar en algunos distritos y circunscripciones a los candidatos de los partidos Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN), situación que por las exigencias que establece el sistema mayoritario binominal, aparecía hace pocos días como improbable. Si lo anterior ocurre, la posibilidad de desarmar pieza por pieza el modelo político y económico actual es sustantiva y aleja -de paso-, la necesidad de reformas vía asamblea constituyente.
Si lo anterior se internaliza en los sectores de derecha, entonces estaremos frente a la “suma de todos los miedos”. La frase es una adaptación de la ya clásica afirmación de Sir Winston Leonard Spencer-Churchill: “puedes tomar al más galante marinero, al más intrépido aviador o al más audaz soldado, ponlos en una mesa juntos ¿qué obtienes? La suma de sus miedos”.
El efecto dominó que puede tener la renuncia de Longueira sobre los resultados electorales y posteriormente sobre las reformas que se están planteando, tienen en la realidad un triangulo de hierro que no está compuesto por soldados como parafraseaba Churchill, sino en la versión más criolla: esto es el Presidente, el Congreso y los partidos. Un cambio en los dos primeros generaría que otro componente ingresara al triangulo: los “grupos de interés”. Estos, a su vez, buscarán defender los intereses alcanzados y establecerán presión en el legítimo juego de intereses y egoísmo.
Si mantengo dos y entra uno, entonces los grupos de interés podrían competir y desplazar al Congreso -que contaría con mayoría de partidos proclives a Bachelet-, como espacio de deliberación y se verían tentados a llevar este proceso al palacio de la Moneda. El tema pasa, entonces, a los llamados “dominios de políticas” (policy domains), donde lo relevante pasan a ser los temas de salud, educación, sector financiero y así sucesivamente. O sea, la agenda de reformas que postula la candidata Bachelet.