Las manifestaciones que enfrenta Chile, desde el viernes pasado, son un baño de realismo a las palabras del presidente Sebastián Piñera, quien días atrás señalaba, con evidente orgullo, que el país era un oasis en medio de una Latinoamérica convulsionada. Durante tres días lo que ha reinado en Santiago de Chile, y en diversas regiones, en cambio, es un caos con muertos y heridos. Dicho escenario ha generado una crisis y un desorden no menor en el gobierno.
Una de las cosas que más ha llamado la atención, desde el punto de vista político y comunicacional, es precisamente la falta de coordinación del Ejecutivo ante la crisis, el endurecimiento del discurso frente al problema, la ausencia de propuestas sobre la mesa para aplacar el descontento, y sobre todo, la tardanza para actuar ante el desbordamiento.
Ejemplos sobre lo anterior son variados, pero quizás el más elocuente fue este lunes por la mañana cuando el general Javier Iturriaga -encargado del estado de emergencia- le quitó el piso al mismo presidente de la república, ante los medios de comunicación, señalando que él no estaba en una guerra, concepto utilizado ("guerra") por el primer mandatario en la apertura de su discurso, la noche anterior.
Pero aquello solo es un desaguisado más, ya que los errores comenzaron el mismo viernes cuando el presidente, en medio de la crisis y el agudizamiento del conflicto (con altas dosis de violencia) asistió a una pizzería de la capital para celebrar un cumpleaños de un miembro de su familia. El timming político de él y de sus asesores (aunque en Palacio suele comentarse que Piñera no es muy dado a escuchar o dejarse aconsejar) fue un error evidente y grueso. La imagen del primer mandatario en el restaurante, mientras la capital entraba en colapso, no tuvo marcha atrás.
Por otra parte, las vocerías no han sido del todo oportunas y el lenguaje suele ser reiterativo, quemando, creo, los cartuchos de una locución que suele resultar, pero que, sin embargo, tiene un punto de inflexión: resulta o se va al despeñadero. En este sentido, el ministro del Interior, Andrés Chadwick, no afloja en el relato y parece ser que el gobierno seguirá en aquella dirección. Las explicaciones o reinterpretaciones de parte del Ejecutivo, respecto al diagnóstico que hizo el presidente el domingo (sobre la guerra), tampoco son las mejores. Chadwick frente a ello señaló que era una expresión de autoridad y decisión para darle tranquilidad y seguridad a los ciudadanos. No se entiende, definitivamente. Por el momento, no se ha posicionado una vocería que apunte a diálogos, respuestas o compromisos.
Hasta el lenguaje no verbal ha estado al debe, a tal punto que una de las pocas imágenes que ha publicado el gobierno a través de sus RRSS es una foto del presidente rodeado de militares, en medio de una especie de oficina improvisada con cables colgando. Definitivamente, no parece una oficina de un comité de crisis. Seguro que una foto con civiles, políticos y/o militares, trabajando en conjunto, entregaba una señal más potente al país.
Por lo pronto, las manifestaciones continúan. Veremos si la retórica del gobierno -entendida como estrategia- centrada exclusivamente en el orden público (que, por cierto, debe enfocarse en ella, pero, a mi entender, no de manera única) logra penetrar en la población o, por el contrario, suma otro componente: dar ciertas señalas o propuestas concretas al malestar de quienes han salido a manifestarse. La última vocería de Cecilia Pérez, este lunes, pasado el mediodía, fue otra oportunidad perdida.