La percepción de los chilenos sobre la evolución de su realidad es muy optimista. En cambio, la referente a la evolución de la sociedad es pesimista. En la encuesta Bicentenario 2012 UC/Adimark, más del 60% de las personas considera que sus ingresos, trabajo y vivienda son mucho mejores que los de sus padres, y más del 85% estima que la educación y los ingresos de sus hijos serán aún mejores.
A la par, la encuesta muestra un deterioro en la expectativa de eliminar la pobreza, del 42% a 36%; en la posibilidad de resolver el problema de la educación, de 56% a 43%; o en mejorar la desigualdad del ingreso, de 37% a 24%.
Por su parte, la reciente encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP) muestra que el 48% de los encuestados cree que el éxito económico depende de su esfuerzo y solo el 4% considera que ello depende de la ayuda del Estado.
¿Por qué esta dicotomía? La evolución del conjunto no podría ser negativa si la mayoría ha visto y espera mejorar. ¿Por qué nuestros políticos destacan lo negativo, ignoran lo positivo y arriesgan el avance? ¿Por qué enfatizan el rol del Estado cuando la percepción de los individuos es escéptica al respecto y no confía en los políticos?
Sin duda, la percepción de las personas sobre sí mismas es la certera y los hechos lo corroboran. Los progresos de Chile en todas las dimensiones sociales y económicas son notables. Recientemente, la OMS ha informado que hicimos un notable avance en expectativa de vida en mujeres mayores de 50 años, muy cerca del avance de Japón.
Asimismo, las mejores comunicaciones debieran facilitar conocer y compartir la experiencia individual mayoritaria y hacerla coincidir con la visión sobre la sociedad. Pero la realidad no es así y esto podría explicar esta dicotomía. Las comunicaciones difunden pocos enfoques, que grupos minoritarios transmiten con mucha intensidad.
En Chile esto se ha potenciado, pues parte de los líderes se han plegado a ello, porque han querido reflotar la utopía de destruir todo para imponer su visión, o porque es más fácil seguir, que enfrentar, lo que pareciera ser la corriente. Lo grave de este proceso es que se erosionen de forma irreflexiva las bases del progreso que vivimos.
Pareciera que ante escenas fuertes, especialmente en política y aunque sean destructivas, el argumento racional y los datos no sirven; pero son la única fuente para evitar la decadencia y por ello es útil mirar las cifras.
Un tema central de la agenda política hoy es la desigualdad y sus dos consignas dadas por ciertas: Chile es uno de los países más desiguales y no mejora. Ambas afirmaciones son falsas. Más aún, la experiencia personal y los datos dicen que los pobres han mejorado notablemente en aspectos esenciales como mortalidad, acceso a servicios básicos, educación, salud, vivienda, etc.
La desigualdad es un concepto abstracto. En la práctica se mide vía ingresos y usando el coeficiente de Gini y los índices 10/10 y 20/20. Es el uso de estos indicadores el que ha fomentado la idea de ser el peor país y estar empeorando.
Pero no es correcto comparar Chile con Cuba o países africanos por este medio, ya que al estar el control de los recursos fuera del mercado y en manos de una élite ínfima, hace irrelevante la medición. Burundi, donde menos del 2% de la población tiene electricidad en su casa, tiene un Gini similar al de Suiza. Además los países utilizan distintas metodologías entre sí y en el tiempo, lo que dificulta la comparación en casos menos extremos.
Pero aun con estas diferencias, Chile, de acuerdo a la Cepal, aparece como el 8° menor Gini entre 17 países de América Latina y el Caribe. Por otra parte, si se deshace el ajuste por cuentas nacionales, que aumenta artificialmente la desigualdad medida en el país, somos el 3° de menor desigualdad.
En un reciente estudio del instituto Libertad y Desarrollo (LyD) se avanza en analizar la metodología de las cifras oficiales. La serie se construye no solo con ingresos autónomos, sino con los monetarios y transferencias no monetarias —como beneficios de salud y educación—, que en nuestro país son focalizados y no generalizados como en la Unión Europea (UE), y por lo que no considerarlos distorsiona las comparaciones.
El resultado es que el índice 10/10 se reduce a menos de 1/3 y el Gini disminuye en 10 puntos porcentuales, comparables a varios países de la UE. Respecto de la trayectoria de la distribución del ingreso, otro estudio de LyD utiliza la encuesta de empleo de la Universidad de Chile que existe desde 1957, la serie comparable más larga de empleo e ingresos familiares de Chile.
En base a ella, tanto el Gini como el índice 10/10 tienen su menor valor para todo ese período en junio 2010 y la tendencia reciente es a la baja, a la par con las mayores tasas de crecimiento y creación de empleo. Esta correlación estrecha entre desempleo y desigualdad se da durante todo el período y es coincidente con la percepción de las personas que su mejoría depende de su esfuerzo: si logran trabajar y el desempleo disminuye, la desigualdad lo hace también. Más razón para considerar erradas las propuestas de mayor injerencia y gasto público, que estrangulan el crecimiento, el empleo productivo y la ética del trabajo.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos El Cato.org.