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China: socialismo asiático o dragón capitalista
Mar, 28/01/2014 - 12:47

José Ignacio Moreno León

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José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

Desde hace cuatro décadas China rompió con los resabios de la economía comunista y los nefastos experimentos de ingeniería social impulsados por Mao Zedong.

Durante su régimen, hegemónico y genocida, al ritmo de la radicalización ideológica, apoyada al final por el ejército y las milicias rojas en un ambiente de anarquía política y de lucha por el poder, se realizó la detención y ejecución de más de 400 mil personas, incluyendo intelectuales, académicos y pequeños y medianos comerciantes, para totalizar durante todo su período dictatorial un genocidio estimado en más de 55 millones de seres humanos. 

A partir de la muerte de Mao en 1976, tras intensos conflictos políticos y sociales, a finales de 1978 se iniciaron cambios fundamentales en la orientación económica de ese país bajo un nuevo liderazgo propiciado inicialmente por Zhao Siyang como primer ministro, seguido por Den Xiaoping, Jiang Zeming y, más recientemente, por Hu Jintao. Este último, en octubre de 2010, presentó ante el Décimo Séptimo Comité Central del partido comunista el nuevo Plan de desarrollo para el periodo 2011-2015. En el se profundizan las reformas orientadas hacia la modernización de la economía del gigante asiático.

En ese Plan, que constituye el doceavo Plan Quinquenal Chino, se plantea expandir la apertura de la nación e impulsar una economía abierta fundamentada en el perfeccionamiento de la economía de mercado, así como reforzar la competitividad en el sector industrial apuntalada en una educación de excelencia a todos los niveles del sistema educativo, en el desarrollo científico, tecnológico y en la innovación. El Plan también prevé que el sector privado alcance un mayor desarrollo hasta que logre, inclusive, llegar a representar la mayor parte de la economía del país. Ello se fundamenta en el apoyo que en el Plan se le asegura a la inversión privada, aunque puntualizando la necesidad del compromiso social de las empresas. Importante énfasis se hace además en mejorar la calidad de la inversión extranjera, en un desarrollo amigable con el medio ambiente y en la promoción de la cultura de la conservación ecológica. Frente a los sonados casos de corrupción - frecuentes en ese régimen- se señala la necesidad de intensificar los esfuerzos para combatir esa lacra y asegurar la transparencia en la gestión gubernamental.

China, como se refleja en los documentos de la referida magna reunión de su cúpula política, ha sabido aprovechar el papel fundamental del mercado en la asignación de recursos con logros muy relevantes en la productividad social, un notable mejoramiento de la calidad de vida de su población y, sobre todo, un marcado incremento de su influencia internacional. Durante los primeros 25 años de las reformas, la economía china creció a una tasa promedio de 9,7%, habiendo alcanzado en 2007 un incremento del PIB de 11,4%. Para 2008 China ya poseía las mayores reservas de divisas del mundo, el 60% en bonos de los Estados Unidos, convirtiéndose así en el primer financista del déficit externo del país norteamericano. 

Actualmente China ocupa el primer lugar como polo de atracción de la inversión extranjera y es el primer objetivo de las grandes corporaciones internacionales. Su tasa de inflación de 2012 fue de apenas el 2,6%, con un crecimiento del PIB de 7,8%, y el incremento en sus divisas extranjeras de US$130.000 millones. En el país se han generado notables ejemplos de concentración de riqueza; ello lo demuestra el hecho de que para el 2012 ya había más de 960 jóvenes empresarios mil millonarios en dólares.

Ante los resultados referidos, conviene observar que el discurso socialista chino se refleja básicamente en la férrea hegemonía política que mantiene el partido comunista en el gobierno. Aunque impulsa importantes reformas sociales, el sistema sigue presentando un acentuado autoritarismo, serias limitaciones a la libertad de expresión y frecuentes violaciones a los derechos humanos. No obstante, el modelo de desarrollo que se ha venido aplicando en lo económico durante las últimas cuatro décadas se puede catalogar como una forma de acentuado capitalismo -dragón capitalista o capitalismo salvaje- pues su productividad y competitividad internacional se han fundamentado básicamente en la masiva utilización de una mano de obra con salarios de miseria (por debajo del equivalente a los US$100 mensuales), sin reconocimiento de horas extras ni beneficios adicionales, como las existentes en las modernas economías occidentales. Por lo tanto, podríamos concluir que el modelo chino es socialista en lo político, pero en lo económico es un fiel reflejo del muy criticado capitalismo salvaje que se ha superado en países avanzados. 

La gran interrogante que surge es si China podría mantener su asombroso crecimiento y competitividad internacional si adoptara un modelo democrático, en el que su fuerza laboral pueda lograr los niveles remunerativos y los beneficios legales de los que gozan los países más avanzados.

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.

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