Byron: 20 días de nacido. A las 6 de la tarde, su madre camina 25 minutos con él en brazos para llevarlo a la unidad de salud más cercana. Reporta fiebre de 40 grados. El médico lo envía a casa con una receta de paracetamol y un chequeo en 24 horas. A las 12 horas, la madre regresa pues el paracetamol no le ha bajado la fiebre al pequeño, está pálido y tiene manchas rojas en el cuerpo. Lo derivan al hospital de niños más del país. Recorre 2 horas en bus con el pequeño y llega a la emergencia.
10 am. Le toman los datos y la temperatura. Le dicen que espere turno.
2 pm. Byron respira con dificultad y está morado. Su madre llama la atención de las enfermeras, le dicen que espere.
6 pm. Byron convulsiona en brazos de su madre. Ella grita pidiendo ayuda. Los médicos llegan. Byron ingresa a cuidados intensivos por 2 semanas y es dado de alta 1 mes después. Fue diagnosticado con meningitis.
Sobrevive pero las secuelas son varias: visión limitada, sordera en un oído, cojera en la pierna derecha. Según los médicos, ha tenido suerte.
Javier: 16 días de nacido. Su madre llama al médico a las 2 am de la madrugada y le dice que el bebé tiene fiebre. El médico le da paracetamol y le pide que llame a las 8 am.
6 am. La madre llama al pediatra y le reporta que la medicina no hace efecto, Javier tiene 40 grados de fiebre. El médico le pide que se vean en el hospital privado, ahí los estará esperando.
7 am. Se realiza una punción lumbar al pequeño y se le toma una vena para bajarle la fiebre con suero. Javier es ingresado.
2 pm. Se reciben los resultados de la punción, Javier tiene meningitis. A pesar de gravedad del diagnóstico Javier sale del hospital 2 semanas después sin secuelas.
Mientras velo el sueño de mi hijo Javier, diagnosticado con meningitis, recibo la llamada de Dina. Dina trabaja como empleada doméstica en la casa de un familiar. Me cuenta la historia de su ahora adolescente Byron. “Javier va a estar bien”, me dice. “En el privado le andan rápido a las cosas graves y eso de la meningitis es cuestión de horas”. Sus palabras me hicieron recordar al médico cuando nos comunicó el diagnóstico: “Es una enfermedad grave pero la hemos detectado rápido. En estos casos, unas horas hacen la diferencia”.
La diferencia de tiempo entre la consulta de Dina y la mía y los respectivos diagnósticos fue de 12 horas. Por 12 horas Byron ha tenido que vivir con discapacidad y asistir a terapias durante toda su infancia. Esas 12 horas las paga mi seguro médico, que Dina no pudo tener debido a su condición laboral informal, y se vio obligada a hacer uso de un sistema de salud ineficiente.
En las consultas realizadas por el PNUD El Salvador para identificar las dimensiones de carencia de la pobreza, la salud aparece como una de las preocupaciones mayores de las familias: su fuente mayor y más temida de vulnerabilidad es la enfermedad. No pueden enfermarse, dicen, pues la atención tarda tantas horas que perderían un día de trabajo para asistir a la clínica.
La pobreza es también horas de espera para recibir atención médica, horas de camino para llegar al centro especializado más cercano. La pobreza, la enfermedad y sistemas de salud ineficientes pueden ser el augurio de la muerte precoz.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.