"Pero esta contradicción estructural, lejos de constituir un panorama estático, engendró un indetenible juego de fuerzas sociales que he graficado bajo la figura de desborde popular cuando, ante la incapacidad del Estado para resolver las demandas sociales y políticas de la población, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX acabaron rebasándolo y acorralándolo" (José Matos Mar, antropólogo peruano)
Cuando el antropólogo peruano José Matos Mar esgrime su concepto "desborde popular", se refiere a los profundos cambios que vivió el Perú durante la República y al reconocimiento de una "sociedad de rostro plural, urbano, migrante, provinciano, policlasista, emprendedor, multilingüe y multiétnico, que había surgido como una presencia masiva del Perú discriminado y olvidado en el mundo urbano". El mundo urbano representaba lo citadino, los directos beneficiados de los servicios del Estado centralista por naturaleza, en ese contexto.
El nuevo "mundo urbano", en el actual contexto latinoamericano, sigue estando concentrado básicamente en las grandes ciudades de nuestros países, aún con tendencias centralistas, y comprende a esa élite de la población que se ha beneficiado directamente del crecimiento económico. Se tiene acceso a servicios de salud, educación y a un estatus de vida de alto nivel, ofrecidos de forma privada a quienes tienen los recursos para pagar los costos, los mismos que suelen ser muy onerosos e imposibles de afrontar con sueldos mínimos.
El "mundo olvidado y discriminado" ya no solo alcanza a las zonas rurales de nuestros países, sino que se ha concentrado en las ciudades principales, afectando a un conglomerado de personas que subsisten a duras penas y que no han visto una mejora significativa en su calidad de vida. Por el contrario, observan el encarecimiento de los servicios públicos, mientras se alejan cada vez más del nivel de vida de la élite.
También sigue existiendo un porcentaje importante de migrantes, pero ya no solo de las provincias locales, sino provenientes de países vecinos donde la situación económica y la seguridad son aún más precarias.
Hoy en día, esa presencia masiva "olvidada y discriminada" por el "mundo urbano" se manifiesta de igual manera en todo el continente y amenaza con derribar el orden establecido, entendiendo que ese orden no responde más al beneficio de las mayorías, sino que, por el contrario, ha fracasado en su intento de lograr una paz social que vaya de la mano del crecimiento económico.
Por eso, ha llegado el momento de repensar el modelo económico que ha dominado a la región en los últimos años y reconocer que la clase política no ha sido capaz de lograr un desarrollo económico que alcance a todos y no solo beneficie a un grupo reducido de personas, generando una mayor desigualdad entre las personas.
Ponemos especial énfasis en la igualdad de las personas porque la academia sueca que entrega el premio Nobel de economía acaba de galardonar a los científicos sociales Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer por sus trabajos experimentales orientados a reducir la pobreza, pero con un enfoque de reducción de las desigualdades, por ejemplo, en el acceso a la educación y la salud.
En una de sus propuestas experimentales en un barrio de Marruecos, demuestran que a pesar de que el acceso al agua potable puede hacer una mejora significativa en la calidad de vida de las personas, el problema no radica en el agua, sino en los trámites burocráticos tan engorrosos que no permitían que las familias pobres pudieran gozar del beneficio, por su incapacidad para pasar esa barrera. Este tema de los trámites burocráticos ha sido tratado en el Pérú, con amplitud, por Hernando de Soto.
Muchas de las soluciones de sentido común propuestas por los científicos sociales galardonados ya habían sido mencionadas por otros estudiosos sociales como Michael Cernea en su obra "Primero la gente. Variables sociológicas en el desarrollo rural", que analizaba las razones por las cuales muchos proyectos de cooperación internacional, promovidos por el Banco Mundial, habían fracasado, al ignorar la opinión y participación de los protagonistas. De los propios beneficiarios, así como de las instituciones formales, pero sobre todo informales que funcionaban en su vida diaria.
La realidad ha demostrado cómo en el caso de Chile, tomado como modelo de prosperidad en la región, por mediciones como el PIB, también esconde otra realidad más cruda: por un lado, un aumento de las desigualdades entre las personas y la reducción de beneficios sociales a la población en general; por otro, la existencia de una clase media que debiera haber sido el motor económico de la nación, pero que sin embargo es vapuleada con sueldos miserables, pésimos servicios de salud y educación, entre otros aspectos negativos.
Es importante hacer crecer la torta económica para que todos nos beneficiemos, porque si las ganancias se concentran solo en un grupo privilegiado y no existen mecanismos para una mejora de la sociedad en general, incluyendo los más pobres, equivale a ir construyendo una bomba social que amenaza con explotar en cualquier momento.
Las opciones de izquierda también han fracasado en la región de manera rotunda al carecer de una política que permita expandir la economía y han ahuyentado la inversión privada, logrando que sus políticas económicas perjudiquen sobre todo a los más pobres. Es conocido que existen élites de dirigentes políticos y empresarios advenedizos que se benefician, pero la población en general sufre las consecuencias de las malas decisiones.
El caso de Venezuela es el más crudo ejemplo de fracaso en la región de este modelo y que ha provocado el masivo éxodo de su gente. También tenemos otros países con tendencia de izquierda, como Bolivia, que amparado en sus riquezas naturales buscan mantener su sistema ante la aparente estabilidad macroeconómica, pero que, sin embargo, ya da muestras de descontento popular ante los casos de corrupción y la decisión de no dejar el poder de sus líderes.
En el Perú, el panorama aún es incierto con los recientes hechos políticos producidos como la disolución del Congreso, el mismo que tenía una de las tasas de desaprobación de la población más altas de los últimos años. Esto no significa un cambio que se pueda traducir, en un mediano plazo, en una mejora económica y social. La izquierda local reclama un rol protagónico en el cambio de Constitución y de modelo económico, pero decide sacrificar sus propias ideas al fusionarse con grupos políticos opuestos a sus ideales con tal de sobrevivir y participar en las próximas contiendas electorales.
Ante este panorama actual, pareciera ser que el cambio de modelo económico no vendrá propuesto con argumentos robustos por parte del sector político en el corto plazo. Necesitamos un mayor involucramiento de la sociedad civil peruana, a través de sus intelectuales y líderes. También se requiere de que la academia deje su cómoda posición de observadora neutral y tome partido por un rumbo nacional a puertas del bicentenario. La solución está en nosotros mismos, pero debemos atrevernos a tomar las riendas de nuestros propios destinos y no estar esperanzados en la figura de un mesías político que nos salve.
Es el momento de los jóvenes y de la población civil, que levante sus demandas de forma constructiva y contribuya decididamente a lograr un mejor país, con crecimiento económico, sin duda, pero también con una política social que procure reducir esa desigualdad que amenaza con seguir creciendo de forma exponencial ante cualquier mejora en el PIB.