1).- Una de las palabras de las que más esperamos es sin duda de la palabra "igualdad".
De "igualdad" creo yo que provendrá también "igualado", que es vocablo excluyente y pendenciero y que no resulta amistoso en la conversación corriente ni en el articulismo de opinión.
Voltaire, que no era un fatalista, concluyó sin embargo en que "el género humano, tal y como es, no puede subsistir a menos que exista una infinidad de hombres útiles que no posean nada de nada, ya que, ciertamente, un hombre satisfecho no abandonará su tierra para venir a trabajar a la vuestra, y si necesitáis un par de zapatos, no será un dignatario del Consejo de Estado quien os los hará. La igualdad es, pues, la cosa más natural y al mismo tiempo la más quimérica".
La contraparte de "igualdad" viene a ser "desigualdad" y acerca de esta última suelen discurrir algunos economistas con tanto fatalismo como impasibilidad.
De ella suele decirse impávidamente que es un hecho de la naturaleza y que si se hacen las cosas debidas la desigualdad no obstaculizará el desarrollo.
Para ello se han apoyado con frecuencia en la sacralización de la famosa "U" invertida de Kuznets.
¿Quién rayos es Kuznets?, se preguntará usted.
Pues, verá, Simón Kuznets (1901, 1985) fue un hombre que con mucha probidad dedicó su talento a estudiar los ciclos del desarrollo económico y a quien por ello le otorgaron el premio Nobel de economía en 1971.
Según la versión canónica que algunos economistas truchimanes han hecho de la "U" invertida de Kuznets, la desigualdad es ni más ni menos que una etapa inevitable de la marcha hacia el progreso. No hay nada que hacer, salvo esperar el advenimiento del desarrollo. Ella se irá sola cuando el desarrollo nos alcance.
De acuerdo con esto, en los primeros estadios del desarrollo ocurren polarizaciones sociales que luego se van moderando.
Hay economistas de la cepa "neoclásica optimista" que sugieren, además, que la acumulación de recursos en pocas manos es cosa buena porque, llegado el momento, favorecerá el desarrollo al crear mayor capacidad de inversión.
Esta "cosmogonía del desarrollo económico" tiene especial interés para nosotros en América Latina porque somos considerados unánimemente por todos los expertos, y según todas las tablas de todos los organismos competentes, como la región más desigual del planeta.
2).- Si la tesis de los ortodoxos duros fuese cierta, la región debería contar con tasas de inversión muy altas, gracias a las "acumulaciones en pocas manos" que ha generado. El hecho escueto es que no se las ve por ningún lado. La "U" invertida no parece funcionar para la región.
En honor a la verdad, Kuznets jamás pretendió que su vocal invertida fuese aplicable a los países no desarrollados. De hecho, advirtió expresamente sobre el error implícito en generalizar las conclusiones que extrajo.
Lo cierto es que el "modo latinoamericano de ser desigual" nos ha convertido en un caso de estudio de los impactos regresivos de la desigualdad. ¿Por qué le va tan mal a un continente con tantas potencialidades económicas y humanas? ¿Por qué esos resultados económicos tan poco halagüeños y esos déficits sociales tan agudos?
El consenso de una masa considerable de especialistas es que uno de los factores ha sido, justamente, la desigualdad y su ascenso vertiginoso en las últimas décadas, pese a un crecimiento de las clases medias nunca antes visto. Llegan a afirmar que una elevada desigualdad puede constituir en sí misma un formidable obstáculo para el crecimiento.
Al respecto, Albert Berry señaló hace años cómo "la mayoría de los países latinoamericanos que han introducido reformas económicas pro mercado, en el curso de las dos últimas décadas, han sufrido también serios incrementos en las desigualdades. Esta coincidencia sistemática en el tiempo (reformas en pro del mercado, aumento de la desigualdad) sugiere que dicha reforma ha sido una de las causas del empeoramiento de la distribución".
La de Berry es una opinión palpablemente debatible hoy día -vistos los contraejemplos de Chile y Brasil-, mas lo cierto es que la desigualdad no se modera ni cede por sí sola. Al contrario, cuando surgen circuitos de desigualdad en áreas claves, estos muestran una malvada cualidad "contaminante" al generar circuitos de desigualdad en otras áreas.
Por ejemplo, las desigualdades en ocupación y distribución de ingresos conspiran contra las reformas educativas. Asimismo, las desigualdades en educación ensanchan las brechas en el mercado del trabajo.
Las desigualdades alimentan la diabólica dualidad fundamental de nuestras sociedades, aquella que enfrenta a los "felices pocos" con los muchos excluidos.
Y poco avanzaremos en el camino de combatirlas con los referenda inconstitucionales del chavismo, por un lado, y las actitudes punitivas de la élite "ilustrada" contra quienquiera discrepe de los consensos liberales, por el otro.
Son apenas dos ejemplos de la ceguera sectaria que conjura el desastre.
Sin vigorosas, bien concebidas y todavía mejor concertadas acciones en contrario, que comprometan a todos los sectores, estas polarizaciones solo lograrán crecer y ampliarse indefinida y angustiosamente.
*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.