La política en la era de la ubicuidad de la información es sobre narrativas: visiones contrastantes del mundo con fines electorales, que exageran las diferencias y atenúan las coincidencias, todo en aras de capturar el apoyo ciudadano y su voto. La esencia de la política no ha cambiado, pero la velocidad del mensaje, las redes sociales y la confrontación que le es inherente a la comunicación instantánea, producen efectos muy distintos a los de la era de la política directa o unidireccional, por vía de la televisión. El resultado es una permanente confrontación que no contribuye a avanzar los objetivos que todos los políticos dicen querer lograr, como paz, seguridad, crecimiento económico y estabilidad.
A lo largo de las últimas cuatro décadas, los mexicanos hemos vivido dos narrativas contrastantes: una que exalta la transformación que han producido las reformas estructurales que se comenzaron a implementar a partir de mediados de los ochenta y otra que denigra la realidad actual, reprueba las reformas y enaltece un pasado idílico. Entre esas dos narrativas existe una realidad, que es la que vive la población de manera cotidiana y que probablemente entraña algo de cada una de esas posiciones extremas, que naturalmente impacta la percepción que la ciudadanía tiene de la política, del gobierno y del futuro.
La narrativa del éxito reformador es muy clara: las reformas permitieron romper con la era de las crisis financieras, estabilizaron la economía, sentaron las bases para un crecimiento elevado y sostenido y eliminaron a la inflación como un factor de preocupación. Según esta visión del mundo, la integración de la economía mexicana a los circuitos internacionales de tecnología, comercio e inversión ha permitido que México se convirtiera en una potencia exportadora, construyera una industria moderna, convertida en una de las más competitivas del mundo y que todo el personal asociado a este segmento de la economía cuente con empleos mejor remunerados y con mayores prestaciones. Entidades como Querétaro y Aguascalientes son ejemplos de lo que una buena estrategia de desarrollo puede ofrecerle a la ciudadanía y al país y muestran que, de seguir por el camino adoptado, el país se consolidará como una economía pujante con un sistema político democrático gobernado por un Estado de derecho cabal.
La narrativa del caos económico, ecológico y social resalta la pobreza que han traído consigo las reformas, la falta de crecimiento económico (un mero 2% en promedio), la inseguridad en que vive la población y los malos empleos, inciertos y sin prestaciones, que caracterizan a la mayoría de los mexicanos. El punto de partida de esta narrativa es el elevado crecimiento económico que caracterizó a la década de los setenta, la paz social que se vivía y la seguridad pública que era la norma. Oaxaca, Guerrero y Chiapas muestran los pésimos resultados de las reformas, la pobreza que caracteriza a esas entidades y la desigualdad que se acumula y acusa de manera creciente en el país. En lugar de logros y oportunidades, esta narrativa resalta la corrupción, la inseguridad, la impunidad y los excesos de los gobernantes en todos sus niveles y dimensiones. Su propuesta es retornar a la era, y las estrategias, que hacían posible la estabilidad de antaño, lo que fortalecería la democracia y la participación ciudadana. Los problemas comenzaron justo cuando se viró el camino con las reformas de los ochenta, mismas que tienen que ser canceladas para restaurar la capacidad de crecimiento económico y desarrollo social.
Cada uno corregirá y adjetivará la descripción de estas narrativas, pero lo importante es que, por su naturaleza, se busca polarizar: para unos todo está bien, para otros todo está mal. Para los primeros lo importante es hacer más de lo mismo; para los otros hay que cambiarlo todo. Si uno analiza los datos concretos, las diferencias son menos pasmosas de lo que la narrativa sugiere, pero lo relevante es menos la narrativa -que concentra toda la atención- que la realidad de la vida cotidiana.
Una visión más objetiva de las últimas décadas sugeriría que la economía mexicana muestra una extraordinaria diversidad, que hay regiones creciendo a más del 7% en tanto que otras se rezagan; que la mayor parte de quienes están empleados viven en relativa precariedad; que la inseguridad nada tiene que ver con las reformas sino con la falta de una transformación del propio gobierno y sistema político; y que no es posible retornar al pasado, pero que más de lo mismo claramente tampoco resuelve nada. También, que el país no va en la dirección de la democracia o el Estado de derecho. Quizá más importante, los problemas del país son reales y trascienden a las narrativas que polarizan pero no resuelven.
El gran éxito de Salinas en sus primeros cinco años de gobierno fue que logró que hubiera una sola narrativa y que la población mirara hacia adelante para hacerla realidad. Su fracaso en el sexto año no tuvo que ver con las reformas mismas, pero provocó la confrontación de narrativas que polarizan y generan desconfianza. AMLO avanzaría mucho más si se dedicara a sumar y cerrar esa brecha tan destructiva.