1.- El "diminuto" Banco Territorial (BT) desapareció abruptamente del mapa financiero ecuatoriano sin que se conozcan -por ahora y en detalle- las causas últimas de su quiebra. Las autoridades justificaron el cierre de operaciones de dicha entidad, portadora de una larga historia desde finales del siglo XIX, cuando se hicieron públicos sus graves problemas: iliquidez (incapacidad para atender el pago de depósitos de sus clientes a corto plazo) e insolvencia (indicador financiero que relaciona su patrimonio técnico total con sus activos ponderados por riesgo; el BT quedó por debajo del mínimo requerido, es decir, menos del 9% de ley). En palabras morochas: el BT dejó de ser rentable como negocio y dejó de ser viable como banco, por tanto, por decisión de las autoridades, hoy va rumbo al bien nutrido cementerio bancario ecuatoriano.
2.- El BT es (fue) uno de los tantos bancos privados surgidos en la época del gran auge agroindustrial ecuatoriano, cuyo centro de gravedad fue la producción y exportación de cacao. Ahí, sus accionistas-fundadores hicieron fama, fortuna y no poca actividad política. El BT surgió en los días luminosos de la naciente plutocracia criolla y cuando se configuraban políticamente las oligarquías nativas que gobernaron a su antojo y conveniencia el Ecuador de entonces, ejerciendo el poder por largo trecho y angosta mira.
Por eso, en cierto modo, el 18 de marzo de 2013 es un día particularmente histórico: murió sin pena ni gloria uno de los representantes insignes de una época que dio forma y contenido a un Ecuador económico y político, tan plagado de inequidades sociales en medio de tanta riqueza creada, tan esquilmado en su bolsillo en medio de la eterna desesperanza... La muerte del BT representa además un hecho simbólico: cayó uno de los estandartes financiero-institucionales de las viejas oligarquías en retirada, justamente cuando el país vive los días de un espectacular auge consumista, en medio de una dolarización madura que sigue aguantando todos los desafíos, los del mercado y los de los manuales de economía.
3.- Cabe también anotar otra verdad, que si se contara parcialmente, terminaría siendo una mentira edulcorada: al momento de su muerte, la cuota de mercado del BT era pequeña, marginal (79.000 clientes; apenas cinco agencias en Quito y Guayaquil; activos y pasivos que no representan ni el 1% del valor acumulado del todo el sistema, etc.), de ahí que la onda expansiva del primer quiebre de un banco privado ecuatoriano, desde inicios del 2000 y en la agitada era del Twitter, no se haya hecho sentir más allá del sacudón que genera un temblor de baja intensidad, sobre el cual, con sentido común, autoridades y medios han tenido un discurso coincidente al tender a minimizar y encapsular el asunto. Pero, ojo, temblor hubo y las alertas han sido lanzadas a los cuatro puntos cardinales, alertas que nadie puede ignorar. Hoy, particularmente, la mira está puesta sobre los sistemas estatales y privados de control financiero y su eficiencia en el marco legal actual, sistemas que no pueden relajarse bajo ningún concepto. Pero la mirada pública recae también sobre el derrotero, decisiones y ejecutorias de las autoridades que monitorean el sistema bancario ecuatoriano.
4.- Al no conocer detalles pormenorizados ni antecedentes relevantes de la quiebra del BT, es muy difícil opinar en profundidad y con criterio consumado. El flujo de información sobre este tema es esencial para que se aclare todo ante todos, aunque por los antecedentes preliminares todo parece indicar que en las entrañas del banco algo andaba muy mal. Como sea, el informe de daños derivado de la quiebra del BT debe dejar lecciones claras y nítidas para actores y autoridades. Más aún, la catarsis urge frente a una sociedad entera que ya ha sufrido demasiado con quiebras bancarias anteriores (no olvidemos que, en materia bancaria, nunca se deja de aprender porque el mercado del dinero es el más gelatinoso, informe y mimetizable de cuantos habitan en el capitalismo de hoy).
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta, apuntes de Hernán Ramos.