Alianza País (AP), el movimiento político gobernante en Ecuador desde hace 85 meses, recibió la noche de este domingo su peor derrota estratégica desde que llegó al poder en enero de 2007. El golpe, advertido con aborrecido interés por los insufribles encuestólogos (unos, ligeros de cascos, otros, sueltos de pluma), y comentado en voz baja por los enterados de oficio, deviene profundo, contundente, aleccionador. Veamos por qué:
1.- El golpe profundo: según datos preliminares, en lo esencial, AP acaba de perder dos plazas políticas poderosas y emblemáticas (Quito y Cuenca), consideradas a priori, por algunos dirigentes miopes y sectarios, como una porción de sus "activos fijos", y quizá por eso mismo, tratadas electoralmente como patio trasero de alguna hacienda pública. A la pérdida de las alcaldías de estas dos ciudades referenciales se conecta un viejo karma que prácticamente se atornilló al imaginario colectivo de miles de cautivos electores: el enésimo triunfo socialcristiano en Guayaquil, ciudad que amenaza con convertirse en la cofradía mayor de la derecha tradicional ecuatoriana, no tanto ya en la capital económica del Ecuador. No en vano Jaime Nebot volvió a levantar la voz y acusó con el dedo al poder central, en parte, por fidelidad con su talante, pero sobre todo envalentonado por la derrota de AP en Quito y Cuenca. Al crearse este importantísimo trípode político anti-AP (las tres ciudades más importantes del país no están bajo control del gobierno), la derecha en general podrá reacomodar sus cargas. El gobierno de AP tendrá que hacer lo mismo, aunque el discurso oficial busque neutralizar la derrota apelando al triunfo cuantitativo en otras muchas plazas locales y regionales.
2.- El golpe contundente: pintemos con brocha gruesa los grandes números electorales. En primer lugar, se destaca la importante diferencia de votos entre el Alcalde electo y el Alcalde derrotado de Quito. Esa brecha abre un abanico para mil lecturas. Una de ellas: Mauricio Rodas capitalizó el descontento colectivo de vivir en una bella e histórica ciudad que, no obstante, se ha convertido en un horrible parqueadero público por obra y desgracia de un puñado de concesionarios (a quienes nadie pone un dedo encima), corresponsables de que 550 mil vehículos rueden por las mismas calles estrechas de siempre de la capital ecuatoriana. Y si bien la derrota del ciudadano ante el aluvión vehicular no es culpa entera de los vendedores de autos, nadie puede ignorar que el telón de fondo es el modelo consumista que agobia a la sociedad ecuatoriana, apalancado a su vez en una dolarización que tanto se protege hoy como antes se descalificaba. Mírense varias muestras cotidianas del paisaje desolador que afecta al ciudadano capitalino al cual el gobierno de AP tiene por beneficiario de su revolución: la odiosa zona azul se convirtió en sinónimo del abuso estandarizado de unos señores de cuadriculado; el nuevo policía municipal de tránsito personifica el poder arrogante trasladado a las calles; las empolvadas ciclovías muestran el vacío estructural de un buen concepto social; las multas caras y despiadadas se leen como la mano municipal que entra al bolsillo del ciudadano y le despluma a plena luz del día... Esto, Augusto Barrera no pudo, no quiso, o no pudo ni quiso ver. Y cuando intentó revertir el desastre anunciado, fue tarde. Su aparato de propaganda logró exactamente lo opuesto: desnudó groseramente la debilidad de su candidatura, entregó prenda y estimuló el discurso de su oponente. Por donde se vea, tan fatal error político tenía que pasar factura. Eso ocurrió este 23 de febrero de 2014.
A su vez, Mauricio Rodas, nuevo "outsider" de vieja escuela, apostillando un discurso elemental, edulcorado por sus curtidos chefs del marketing político, no tuvo que esforzase mucho para instalar el "anti" necesario y suficiente para derrotar a Barrera en Quito, y por extensión, al gobierno, en el mismísimo corazón político del Ecuador. El "anti-multas" fue el mensaje a los hastiados conductores capitalinos; el "anti-impuestos" fue el mensaje a los enojados contribuyentes. Estos dos "antis" fueron el acertijo electoral que ni Barrera ni el propio gobierno de AP pudieron descifrar...
3.- El golpe aleccionador: en política, como en toda actividad humana, se gana y se pierde. Ese juego dialéctico permite al político acoplar su discurso al momento del triunfo o la derrota. El político se asemeja al corcho: domina el arte de flotar aún en las aguas más turbias y agitadas. El ganador político siempre tiene muchos padrinos; el perdedor, pocos priostes. En filas de Alianza País (AP), Augusto Barrera -político sin carisma y heredero de algunos vicios propios de la "partidocracia-, es el perdedor táctico de la jornada electoral de este domingo. Pero el gran perdedor estratégico es el gobierno liderado por Rafael Correa.
Barrera quizá pague cara su derrota. El ostracismo y la petrificación políticas son ahora su horizonte natural. Un escalón más arriba, las cosas son más complejas. El poder central perdió una de sus retaguardias vitales en un momento crucial del proceso político de AP (migración hacia otra matriz productiva, mega-inversiones públicas en marcha, búsqueda de relevos políticos para remozar el cuadro de mando ante futuras elecciones, etc.). El discurso autocrítico del presidente es relevador. "Cometimos errores que la derecha detectó y supo aprovechar", dijo en tono de cierta resignación. Cierto. Pero el resto de la historia -la más difícil- está por dilucidarse. Y tiene que ver con la corrección de fallas profundas; tiene que ver con el sectarismo dentro de AP denunciado por el propio mandatario; tiene que ver con esa conducta arrogante de mirar a los demás por encima del hombro, etc. Eso no se cura con Barrera en el cadalso...
Mirando el reverso de la moneda, el panorama tampoco es fácil. Mauricio Rodas, como sujeto político, es apenas una pieza del poderoso engranaje ganador, montado con muchos recursos sobre una gran plataforma mediática. Esta combinación atenúa parcialmente el mérito del ganador y descubre también su naturaleza intrínseca. Pero no nos confundamos: no es poca cosa lo que Rodas acaba de lograr -derrotar a la inmensa maquinaria oficial en una plaza altamente politizada-, tampoco es escaso el recurso material, económico y humano empleado en el empeño. Sin embargo, su peso específico se irá calibrando en el tiempo, en tanto sea capaz de cumplir con sus ofertas electorales, y sobre todo, en la medida en que sepa responder a la ambiciosa agenda represada de sus padrinos políticos. Atrincherado como estará en uno de los cargos públicos de mayor peso dentro del mapa nacional del poder político, la alcaldía de Quito, Rodas se convirtió en el ganador táctico, pero la derecha tradicional resultó la vencedora estratégica.
Queda claro entonces que algunas coordenadas importantes del juego político ecuatoriano han sufrido un fuerte remezón...