El terremoto del sábado 16 de abril de 2016 sacude la conciencia de millones de ecuatorianos. El movimiento telúrico abrió un surco profundo, un antes y un después que hoy apenas se visualiza en el país. Las nubes del dolor, la borrasca que deja la impotencia, el sino fatal del desamparo o la simple resignación impiden ver lo que está ante nuestros ojos: el Ecuador no es -no puede ser- el mismo del 15 de abril.
Algo importante se mueve en las entrañas de la sociedad y emergen nuevos códigos de convivencia, después de sufrir el horror de la muerte colectiva. Por fortuna, los jóvenes, claramente, emergen como la antena social más sensible que está captando esta transición histórica; transición que por ahora no tiene forma ni fondo; que carece de expresión coherente y empaque político estructurado. Pero todo converge hacia un mismo hecho: la extraordinaria solidaridad colectiva que brotó instantáneamente, por fuera de las estructuras partidistas, políticas, corporativas y gremialistas, apenas se supo que la tragedia natural castigó sin piedad a gran parte del país. A los tiempos vemos un hecho excepcional, gatillado por un desastre natural: el poder en su conjunto tuvo que correr detrás de la sociedad para no perder el tren. Es decir, el terremoto de 7,8 grados sacudió no solo el suelo ecuatoriano, sino también las pesadas y polvorientas alfombras del poder, empezando por las parroquias...
Si bien la sociedad ecuatoriana sufre en este momento un shock colosal por las enormes pérdidas humanas y materiales, también asiste a una transición social etérea e imperceptible, que tomará forma con el pasar del tiempo, siempre y cuando el cincel político caiga en manos de nuevos líderes que surgirán en épocas no muy lejanas. Este proceso es seguro e inevitable porque, en la última década, en el Ecuador se han creado las condiciones sociales, culturales y económicas para una transición generacional sin precedentes que llegará al plano político. (Solo pensemos en los 12 mil jóvenes preparados en universidades de primer nivel mundial, que son testigos de lo que estamos viviendo). Este terremoto solo ha dejado ver la punta del iceberg. Así se mueve la Historia y así es como se comportan las sociedades humanas.
Tragedia humana y política o política y tragedia humana. Nadie sabe aún cuánto costará la reconstrucción de las ciudades e infraestructura en general afectadas por el terremoto del 16 de abril. El presidente Correa dio un dato referencial: 3% del PIB del país, o sea, unos US$3.000 millones. Mucha plata perdida. Mucha plata por conseguir. Mucha plata por financiar. Mucha plata, en definitiva, para un país dolarizado hace 16 años, que vende su petróleo a un precio que anda por las canillas. No nos engañemos ni engañemos a terceros: la plaga está presente y hay que enfrentarla, pero antes hay que reconocer que nos está picando por los cuatro costados y luego buscar el remedio. No es al revés.
A esta hora, aparte de la prioridad ética y moral de rescatar con vida a la mayor cantidad de personas, en paralelo, el gobierno traza en línea gruesa su estrategia post catástrofe, para hacer frente a las devastadoras consecuencias del desastre natural. Y lo hace -debe saberlo- frente a una sociedad más consciente, que tomó la delantera enarbolando su mayor divisa: la solidaridad real, humana, descontaminada de cualquier mezquindad política. Esto es algo excepcional, casi único en América Latina y nadie puede ignorar los alcances éticos de la mano extendida por el pueblo ecuatoriano que no esperó ni un minuto para actuar en favor de sus congéneres. Con esta noble actitud, que marca un hito en la historia reciente del Ecuador, la masa anónima inicialmente dejó atrás a las grandes corporaciones políticas (a todas), como siempre lentas y opacas para reaccionar; ignoró de un tajo a los poderosos grupos económicos, financieros y empresariales que, por cierto, demostraron una vez más que lo suyo es el lucro despiadado y voraz, maquillado cínicamente con pintas milimétricas de "responsabilidad social".
No es momento de tomar el bisturí para entrar al fondo del proceso político electoral que se avecina en Ecuador. Ya tendremos tiempo y espacio para esta tarea. Pero tal como funcionan las cosas en el país, se puede decir con razonable certeza que la tragedia nacional que enluta al país por el terremoto del 16 de abril, ya se instaló en la agenda de la clase política ecuatoriana en su conjunto.
Por eso, lo que para muchos damnificados pudiera significar una bálsamo de vida, para otros es una interesada carta subliminal de apoyo con piola. Lo que para los más necesitados es comida y agua para sobrevivir el día a día, para otros resultan bulliciosas caravanas propagandísticas que corren raudas por las vías, mostrando los colores que insinúan la tienda política a la que se deben, etc. Pues bien, ante esto, dejémonos de niñerías y recordemos una vez más la lección: la política es como un dios, es decir, está en todas partes aunque muchos no la pueden ver. Pero ahí se mantiene; existe, funciona, procesa, actúa de la mano de sus operadores, los políticos de oficio.
La enésima lección de pragmatismo economicista. En este contexto, el gobierno ecuatoriano -asumiendo costos y beneficios- ha trazado su línea de acción financiera para tratar de hallarle una salida económica a la actual crisis humanitaria del país, la cual se resume en las líneas siguientes:
a.- Buscar recursos externos para financiar la construcción-reconstrucción de las zonas afectadas, accediendo a: i) nuevos créditos de contingencia, como los US$600 millones anunciados por el Presidente. Son fondos que fluirán desde las arcas del Banco Mundial, la CAF y el BID, una vez establecidas las condiciones, los plazos, etc.; ii) fondos de ayuda y cooperación no reembolsables, provenientes de gobiernos amigos, entes supraestatales y organismos internacionales, para los casos de desastre a gran escala como los derivados del terremoto. (El aporte de la ONU se destaca en ese sentido).
b.- Buscar recursos internos con el mismo propósito, recurriendo a: i) una serie de medidas tributarias para levantar fondos adicionales a los presupuestados, dada la emergencia nacional; ii) la venta de activos estatales que pudieran interesar a inversionistas privados (privatizaciones).
En la próxima entrega analizaremos las cifras, el entorno macroeconómico del Ecuador y el escenario político subyacente.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda Suelta.