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El agotamiento del modelo boliviano
Dom, 10/08/2014 - 16:12

Mauricio Ríos García

Bolivia: las tasas de interés y el peligro de regularlas
Mauricio Ríos García

Mauricio Ríos García es fundador y presidente de Crusoe Research, y analista internacional de SchiffGold. Al mismo tiempo se encuentra desarrollando su tesis doctoral en Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Cuenta con una maestría en Economía de la Escuela Austríaca por la misma universidad; realizó estudios de economía, filosofía política, sistemas comparativos de gobierno y políticas de transición y reformas estructurales en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile, y es economista por la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, Bolivia. Actualmente reside en Bolivia y dicta cátedra en tres universidades privadas distintas.

En agosto de 2013, cuando el 6,8% del PIB marcaría previsiblemente el pico del crecimiento económico de Bolivia, se planteó el desafío no sólo de cuestionar su sostenibilidad, sino además ofrecer una explicación en términos económicos y con carácter prospectivo. Aunque el principal responsable no se tomó por aludido desde entonces, no fueron pocos quienes tomaron la posta, pero a tan sólo un año, y con los nuevos datos que se presume son confiables, es necesario explicar lo que para muchos de ellos podría más bien constituir un enigma: si el crecimiento se debe al estímulo de la demanda interna, ¿cómo puede ser que a la vez que se ejecuta el mayor programa de gasto estatal que se ha registrado en el país, hoy la economía no sólo no registre un crecimiento aún mayor, sino que además la cifra del 5,5% para 2014 signifique una desaceleración de más de un punto porcentual del PIB?

Este aspecto pasa inadvertido, primero, porque el problema no es de demanda interna, sino de excesiva oferta monetaria; y luego porque además de tener efectos reales sobre la estructura productiva, este exceso no está impactando en la economía en términos agregados, sino inminentemente microeconómicos, al inducir a errores cualitativos de inversión.

La primera fuente de excesiva oferta monetaria tiene origen en el programa de gasto más grande desde la Segunda Guerra Mundial, y el estímulo monetario más grande de la historia de EE.UU. Las consecuencias de esta política son varias, entre ellas que impide la liquidación de los proyectos de la burbuja inmobiliaria, y que al no haber generado la inflación suficiente para reimpulsar el empleo como probablemente deseaban sus autores, en realidad ha ido a impulsar la cotización internacional de materias primas al alza que había tenido su inicio en la demanda asiática, hoy también en franca desaceleración.

La segunda fuente es la de la nacionalización de la moneda, que hoy alcanza más del 90%, a diferencia de 1986 cuando era el dólar el que alcanzaba esta cifra luego de su crisis más profunda: cuando el país exporta gas el Estado recibe dólares, y al acapararlos y contar con la prerrogativa de emisión monetaria, le entrega al público un número mayor de billetes nacionales cuyo valor es fácilmente manipulado.

Ahora bien, con la consigna de gastar cuanto sea posible, esta excesiva liquidez es introducida en la economía a través del gasto en proyectos de infraestructura pública y empresas estatales, y a través del sistema financiero en forma de créditos al sector privado. En ambos casos, con tasas de interés reducidas de manera arbitraria o incluso eliminadas por ser consideradas como un producto de la avaricia de la banca, se ha inducido al público a iniciar una serie de proyectos que no responden a la demanda efectiva real de mercado, cuyo tiempo de maduración está superando el tiempo al que los consumidores a su vez han sido estimulados a no esperar, o que simplemente no llegarán a concluirse nunca a falta del capital que el Estado dilapida en sus propios proyectos.

Y este problema ha terminado alterando el mismo orden lógico del crecimiento al acudir al endeudamiento externo mucho antes que al ahorro o el congelamiento del gasto, de registrar déficit o el previsible desplome de los precios de las materias primas para seguir con el gasto y el consumo desenfrenado. Peor aún, para cerrar toda brecha que se presenta se establecen políticas más comunes en escenarios recesivos como las devaluaciones monetarias que realmente constituyen los bonos, salarios mínimos, dobles aguinaldos, etc. Y, de hecho, incluso se anuncia desde principio de año una posible devaluación cambiaria tan fuerte como de al menos diez puntos solamente en lo que queda de 2014. La incertidumbre, claro, tendría que ser más evidente para los proyectos privados, porque el pasivo en el banco seguirá siendo el mismo cuando descubra que sus ganancias han sido hasta cierto punto artificiales por este factor.

Ciertamente no se trata de una situación desesperada como la de EE.UU., que no se ha recuperado después de siete años de crisis continua y luego de haber más que triplicado su base monetaria y reducido las tasas de interés al 0,25% en tan sólo 3 ó 4 años, pero a pesar de que la fiesta todavía puede detenerse sin medidas traumáticas, Bolivia tampoco es ni será una potencia continental por medio del estímulo de la demanda interna, sino todo lo contrario, cuando por la megalomaníaca obsesión por cifras extravagantes se ha generado una estructura productiva hipertrofiada, donde el gasto ya llega a superar toda capacidad de producir.

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