El análisis e interpretación de las elecciones estadounidenses proliferan en los distintos medios a nivel mundial. Se destaca la ventaja final obtenida por Obama, tanto en el voto popular como la cómoda mayoría obtenida en el Colegio Electoral, y la derrota inesperada para el equipo de Romney, quien esperaba una resultado estrecho y la probabilidad de zanjar la elección por medios judiciales, para lo cual tenía un equipo de abogados y una cuantiosa cantidad de recursos para destinarlos a este fin. Las fortalezas de Obama, que no solo logra llevar al votante a los locales con una enorme cantidad de voluntarios focalizados en los Estados bisagra, donde el voto es impredecible y la percepción ciudadana está definida por aspectos centrados en cuestiones pragmáticas y valores que recogen una tendencia a la transversalidad en términos del tipo de sociedad que ellos necesitan para proyectarse y disminuir la incertidumbre, se resumen en una demostración efectiva de liderazgo representada en el manejo del Huracán Sandy, la constante mejoría de los indicadores económicos, especialmente desempleo y crecimiento industrial, y una propuesta de diálogo en lo interno y externo, con una visión integradora resguardando los intereses nacionales de Estados Unidos.
No cabe duda que la sociedad estadounidense está en un proceso de adaptación y cambio a los nuevos escenarios valóricos, económicos y comerciales del futuro. Este cambio implica un mayor pragmatismo en las decisiones políticas de los ciudadanos, sin abandonar su simpatía o cercanía con las posiciones tradicionales, pero incorporando un criterio de diversidad, eficiencia y en especial de “Buen Gobierno” basado en principios de gobernanza que implica mayor participación, transparencia y credibilidad. Estos elementos definen el apoyo obtenido por Obama desde una visión individual y concreta, asociada a la percepción del entorno inmediato de cada elector, obviamente motivado por un equipo de campaña focalizado y activo.
Por ello, no es de extrañar que ambos candidatos se dirigiesen específicamente a los indecisos, es decir, aquellos que están en una actitud más analítica a partir de su realidad inmediata y donde la disminución de la incertidumbre futura fuese suficientemente creíble. Este elector es el que percibe que la política requiere de coherencia entre lo que se dice y se hace. Y a pesar que Obama no ha dado cumplimiento a todas sus promesas de campaña, su discurso de necesitar tiempo para concretarlas, sin agregar elementos distractores de naturaleza retórica, termina captando el apoyo electoral recibido.
Romney, por su parte, ofrecía un cambio que era muy atractivo en términos de mejoramiento económico y medidas sociales que planteaban una alternativa, pero que requerían una modificación importante desde el legislativo y desarmar políticas ya en proceso de implementación. Es allí donde la credibilidad respecto a su capacidad de dialogar y negociar al interior del sistema y la mayor incertidumbre frente a un cambio cuantitativo y cualitativo de lo emprendido se confrontaba con la exigencia de certezas mínimas para apostar por un cambio incierto.
En suma, Obama gana por liderazgo, credibilidad y coherencia entre el electorado indeciso de características pragmáticas y que busca certezas.
Los escenarios que enfrenta Obama en este segundo gobierno los podemos separar entre aquellos de naturaleza doméstica (interna) y aquellos asociados a su política exterior.
Escenarios domésticos. Las prioridades parecieran ser bastante claras. Por una parte, están aquellas relacionadas con la disminución del desempleo, el aumento del crecimiento industrial, el fortalecimiento del sector inmobiliario con todas las regulaciones que se han incorporado y donde se precisa una recuperación mas rápida. Por otra parte, la regulación financiera será un desafío importante pues significa implementar un nuevo marco de acción para las corporaciones y entidades financieras tendiente a evitar situaciones como la derivada de la denominada “burbuja inmobiliaria”.
Sin embargo, el mayor desafío es evitar el llamado “abismo fiscal” que implica equilibrar la política fiscal, lo cual exige negociar con el Congreso un acuerdo que posibilite las definiciones respecto a los recortes de gasto y aumento de impuestos que entran en vigor en enero de 2013. Según el informe del FMI, en 2013 la deuda se empinaría a un 110%. El punto crucial es evitar las condiciones de recesión que llevarían a una crisis no solo económica sino a una rápida deslegitimación del nuevo periodo de Obama con las evidentes consecuencias a la gobernabilidad.
Las alternativas están asociadas a dos posibilidades. Por una parte, buscar nuevamente una solución transitoria que postergue las definiciones y permita el funcionamiento del gobierno o subir el techo del endeudamiento fiscal con cargo a futuros ingresos derivados del ajuste presupuestario entre otras medidas. Obama necesita generar confianza el mundo financiero.
Probablemente estos meses antes de asumir el nuevo periodo será el mejor momento para acometer las negociaciones con el Congreso. Si bien esta negociación ya se realizó anteriormente con el resultado ya conocido, el escenario post elecciones establece un nuevo contexto donde el partido republicano está debilitado por la derrota electoral y en virtud de sus propias promesas de campaña, donde existen espacios de convergencia con lo planteado por los demócratas. Está en una posición distinta para negociar, quedando la iniciativa y capacidad de sacar adelante el acuerdo en el equipo que Barak Obama designe para tales efectos. Si la negociación es razonablemente exitosa, el nuevo periodo que comienza el 20 de enero de 2013 tendrá muy buenos augurios, tranquilizando a al sistema financiero y abriendo mejores posibilidades de una recuperación sostenida.
Escenarios internacionales. Con el triunfo de Obama la cuestión que está presente en los análisis son los puntos de continuidad y cambio que tendrá la Política Exterior de Estados Unidos. En términos generales, la situación de Corea del Norte y de Irán constituyen los parámetros a partir de los cuales se plantea la estrategia de manejo de conflictos y el rol que Estados Unidos tendrá. Ello implica una actitud de tolerancia cero respecto a la posibilidad de un desarrollo nuclear efectivo para uso militar de parte de ambos países, lo que es compartido íntegramente por los países occidentales representados en el Consejo de Seguridad de la ONU (Francia e Inglaterra), además de las naciones de la Unión Europea. En una posición distinta –aunque no de apoyo a este desarrollo nuclear de uso militar- están China y Rusia, para quienes estos focos de conflicto se relacionan con sus espacios de influencias, sus intereses geoestratégicos y por último con una base de negociación política con occidente. En esta área se profundizarán las presiones para un diálogo y mantener un ambiente de tensión controlada. Términos similares se aplican a la situación palestino-israelí.
Con respecto a Siria y su guerra civil, el esfuerzo se concentrará en evitar su contagio al resto de la región y apoyar las acciones orientadas a generar condiciones para un nuevo gobierno de transición, implicando en ello una intervención más directa de Estados Unidos. Lo relevante respecto a esta zona geoestratégica es que cualquier solución que se desee implementar no sólo significa el acuerdo de la ONU sino que antes de ello es requisito un acuerdo negociado con China y Rusia, que se erigen como factores desequilibrantes en defensa de sus propios intereses en la zona, relacionados con la protección de intereses geoestratégicos y de proyección de poder mundial.
En un sentido geoeconómico y geoestratégico, la principal preocupación de Estados Unidos es China, tanto por el crecimiento y desarrollo industrial experimentado en las últimas décadas como también por el creciente grado de dependencia de Estados Unidos de su economía. Uno de los puntos de convergencia entre ambos candidatos fue la necesidad de un diseño proteccionista de la economía estadounidense respecto a la China, razón por la cual cabe esperar medidas concretas en el mediano plazo que generarán cambios en las relaciones comerciales.
Uno de los ejes de este cambio estará asociado a la propiedad intelectual como también mayores exigencias financieras por el sistema internacional respecto a la transparencia de sus cifras macroeconómicas y política monetaria, cuestiones que están en el tapete desde hace un tiempo, pero sí lograr acuerdos sustantivos. Ahora Obama tiene la posibilidad –y la necesidad- de avanzar en medidas específicas que cooperen a la economía local y establezcan nuevos parámetros en el relacionamiento con China.
En parte por lo anterior, y asociado a tener el ajedrez mundial más claro respecto a las piezas (actores) internacionales con los cuales se deberá relacionar las nuevas autoridades Chinas, es que no puede considerarse casualidad que el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino se inicie dos días después de las elecciones estadounidense. Consideremos que este Congreso será determinante en la definición de las estrategias y acciones políticas, económicas y sociales de este gigante asiático en los próximos cinco años, lo cual coincide con el nuevo periodo de Obama.
La importancia de este Congreso en las relaciones Chino-EEUU se explica por si sola en los siguientes términos. En este Congreso participan 2.270 y deberán remplazar a su actual dirigencia, encabezada por el Presidente Hu Jintao, de 69 años, por una nueva generación de políticos chinos liderados por el vicepresidente Xi Jinping, diez años más joven que él, quien se convertirá en el próximo Presiente de China, una vez sea ratificado en la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional (Parlamento), prevista para marzo de 2013.
China ha terminado una etapa político, económica y tecnológica y debe comenzar en la que debe transformar su modelo de crecimiento económico e insertar cambios en su institucionalidad política, debido a la necesidad de complementar el crecimiento económico con las inclusión social postergada en todos estos años. De esta forma se espera la aprobación de políticas tendientes a lograr la satisfacción de distintas necesidades de la población y mejorar su nivel de vida. También se espera estrategias más bien declarativas respecto a temas tan sensibles como medioambiente, equidad social y desarrollo sostenible, aun cuando el eje de debate interno será la corrupción que ha socavado la autoridad de la dirigencia del Partido Comunista Chino en el país.
Estas decisiones tendrán impacto en el escenario mundial de distintas formas y no serán indiferentes para América Latina, importante surtidor de materias primas y creciente consumidor de productos elaborados chinos.
En otras palabras, y conforme sea la estrategia que asuma en esta nuevo gobierno Obama, los términos comerciales de intercambios serán influidos por medidas proteccionistas de Estados Unidos, como también económicas y comerciales de parte de China que afectan de alguna forma la cuantía del comercio con este país asiático.
Respecto a América Latina, en concreto y mas allá del lugar que ocupe en su agenda, se debe reconocer que mantienen una relación definida país a país y se estructura bajo criterios similares con el resto del mundo y que es necesario entender. El siglo XXI para Estados Unidos se estructura a partir de la cooperación y dentro de ello se potencian las alianzas tendientes a fortalecer la economía global y su bienestar asociado como también la seguridad. En este contexto, la ecuación a satisfacer en se relaciona con los aportes cooperativos para generar mayor comercio y mejores condiciones de seguridad. Para ello, el instrumento central será el Trans-Pacific Partnership Agreement (TPP).
El TPP ha sido negociado con especiales medidas de reserva, desconociéndose su texto completo. Se refiere a las medidas orientadas a proteger la propiedad intelectual en todos los países signatarios y plantear cambios legislativos en el sistema de comercio mundial entre otras materias. Los once países que conformarían este acuerdo son: EE.UU., Australia, Perú, Malasia, Vietnam, Nueva Zelanda, Chile, Singapur, Brunei Darussalam, Canadá y México.
A ello se adiciona la necesidad que los aliados de Estados Unidos, entre ellos Chile, deberán cooperar para generar las condiciones de seguridad en el Océano Pacifico en cooperación con los demás países.
En suma, la elección estadounidense tendrá efectos múltiples y estará lejos de una mera continuidad sino que se posicionara como la plataforma de proyección estratégica de Estados Unidos y sus aliados para los próximos diez años, teniendo presente que hay un punto de pleno consenso entre demócratas y republicanos y su sociedad, como es el hecho de asumir que son lideres mundiales y desean mantener esa posición.
América Latina, o al menos los países que están en el TPP, enfrentan un escenario de definiciones importantes que no han sido socializadas y comunicadas en Chile ni en otros países y que tendrán directa incidencia en las expectativas nacionales en lo económico, comercial y tecnológico.