A lo largo de estos últimos ocho meses hemos podido experimentar y observar los alcances y resultados de las dos cumbres intercoreanas, en abril y mayo, celebradas en Panmunjom y, además, el histórico encuentro de junio, en Singapur, entre Donald Trump y Kim Jong-un. Han sido tres reuniones que -y gracias a su difusión global-, han concentrado la atención del mundo. Sin embargo, pese a estas, existe una visión compartida: la desnuclearización no está avanzando a la velocidad que se pensó que se desarrollaría.
Esta situación depende de dos variables que se potencian entre ellas: los cálculos e interpretación diferentes que cada uno de los países ha hecho y hace sobre el objetivo central de la desnuclearización y, sin duda, la desconfianza histórica y profundamente arraigada que existe, especialmente, entre Corea del Norte y los Estados Unidos.
Corea del Norte acusa a Estados Unidos de no querer concretar la declaración del fin oficial de la guerra de la Península de Corea; mientras que Estados Unidos culpa a Corea del Norte de no dar señales claras sobre la desnuclearización.
Claramente, este dilema entre Donald Trump y Kim Jong-un requiere que se repotencie el rol que hasta ahora ha jugado Corea del Sur. Porque pese al retroceso generado por la suspensión de la visita de Pompeo a Pyongyang, y con ello el enfriamiento de una posible segunda cumbre entre Estados Unidos-Corea del Norte, ha sido la firme posición de mediador de Corea del Sur.
Corea del Sur ya había tenido un papel central para evitar que el encuentro de junio, en Singapur, se suspendiera; es más, luego que Donald Trump anunciara la cancelación de la reunión, Corea del Sur logró convencer a Kim Jong-un de no suspender el encuentro, compeliendo a la contraparte a reunirse. Hoy, en un ambiente enrarecido por la alta incertidumbre que mantiene a norcoreanos y estadounidenses sumergidos en el dilema del primer paso, Corea del sur ha vuelto a empujar, comprometiendo a su vecino a concretar la tercera cumbre en Pyongyang, entre el 18 y el 20 de Septiembre.
No caben dudas del rol que está jugando Corea del Sur, uno de los actores más interesados en avanzar y resolver el problema de la nuclearización de la península. Ha logrado dar oxígeno al proceso, flexibilizar las posiciones y generar un acercamiento con grados de confianza, que de otro modo sería imposible entre estos dos viejos enemigos.
La mala noticia es que Corea del Sur no podrá seguir siendo un permanente mediador. Por lo tanto, la desnuclearización requiere de un mayor compromiso de norcoreanos y norteamericanos. Los segundos, alentados a que el tema puede llegar a ser un factor decisivo en las elecciones legislativas de noviembre de 2018, deberían calcular fríamente que este es el momento apropiado para, en pro de mayor seguridad y desarrollo económico, negociar sobre su proceso de desnuclearización. Los primeros, sopesando el riesgo que esto implica, deberían entender que el rol mediador de Corea del Sur se acaba, y que deben aprovechar este momentum, mejorando su posición al promover una mejor cooperación entre ambos países.
Sin duda, un trabajo conjunto entre norcoreanos y norteamericanos, puede producir que ambos ganen, y reducir una tensión innecesaria para la región y la comunidad global.