La atmósfera política en Chile continúa entre juicios, presiones y un nerviosismo que se percibe, incluso, en las más altas autoridades del orden institucional. Y es que la crisis no parece encontrar un punto de resolución y, por el contrario, cada semana se conocen más irregularidades y casos de corruptela que ponen a prueba la credibilidad de nuestro sistema. Por ello, algunos académicos y políticos han comenzado a proponer una batería de leyes reguladoras a favor de la probidad y la transparencia. Incluso, propuestas que hasta hace poco tiempo se consideraban involutivas o, en su defecto, ajenas a nuestra historia política reciente -como, por ejemplo, un proceso constituyente- hoy se avizoran tangibles.
Pero sobre ese tema hablaremos en otra oportunidad, ya que me parece oportuno destacar otra materia: la relación económica de la centro-izquierda chilena, la otrora elogiada Concertación, con el empresariado ligado a la dictadura. Me restrinjo, en esta oportunidad, al campo de la izquierda, ya que es conocida la relación entre la derecha y un grueso del sector empresarial, incluyendo a los hombres de negocios que aún ven en la obra de Pinochet un valioso aporte a la nación. Es más, una parte no menor de la derecha entiende dicha relación como una reciprocidad natural. Y aunque no lo comparto, uno lo puede entender.
El problema, en mi percepción, se origina cuando la centro-izquierda chilena, aquella que decidió con coraje político enfrentar a la dictadura y recuperar la democracia y consolidar una transición, resolvió -bajo términos que aún desconocemos en su integridad- que el financiamiento de sus campañas corriera por cuenta de quienes, de una u otra forma, apoyaron o se enriquecieron bajo una dictadura. Sí, con aquel régimen autoritario al que combatieron con tanto esmero, incluso con consecuencias irremediables.
Si observamos la actual crisis política chilena desde una perspectiva general, nos encontramos con que las críticas tienen el foco puesto en lo inmediato, es decir, en las acusaciones, los juicios y los dictámenes. Aún no emergen con fuerza los cuestionamientos a la prudencia de los hechos. Los pocos comentarios críticos señalan que un sector de la centro-izquierda perdió el orgullo o el respeto. Sin embargo, no quisiera calificarlo en dichos términos (y menos aplicar la moralina aleccionadora), ya que para mí un sector no menor de la Concertación perdió simplemente su esencia, es decir, una serie de características imprescindibles para que, como dice su definición, algo o alguien sea lo que es. Como apuntaban los alquimistas, "el principio fundamental de la composición de los cuerpos". Cuando se pierde el norte, los viajeros piden la ayuda de la brújula, pero cuando se pierde la esencia de las convicciones -de por qué hacemos lo que hacemos-, creo que el camino simplemente se evapora.
Cuando un político de la centro-izquierda acepta albergar dineros de quienes se comprometieron con el autoritarismo ("cómplices pasivos" le llamó el otrora presidente Piñera) o por quienes, en muchos casos, se adueñaron dudosamente de empresas del Estado, significa que aquel político se perdió en la nebulosa de su construcción identitaria, menoscabando, por cierto, su respetada lucha política en favor de la democracia (que tanto les gusta recordar a sus nietos los domingos). Debe ser, a lo menos, incómodo dejarse financiar y tutelar por lo que deseas cambiar ¿Qué debe pasar para que abandonen de esa manera sus convicciones, acepten financiamiento, y finalmente, se rijan por los designios de sus adversarios ligados, además, a un pasado antidemocrático?
Y no es que quiera presumir de inocencia política o rasgar vestiduras con este hecho, ya que es evidente que siempre ha habido acuerdos políticos, muchos de ellos dolorosos, y más aún en épocas transicionales como fue el caso chileno. Es lógico que en la transacción y negociación política, con juegos de roles y conflicto de por medio, se tengan que entregar ciertas garantías y posiciones políticas o ideológicas en beneficio de acuerdos generales. Pero distinto es abandonar la esencia y las convicciones políticas en favor del financiamiento de unas cuantas carreras políticas. Más que suma cero, la ecuación no resulta.
Pese a todo lo anterior, aún no escuchamos una reflexión convincente que dé cuenta del error. No queremos hogueras, ni juicios en las plazas públicas, pero se espera que ciertos políticos de la centro-izquierda apercibidos, o que en un futuro cercano lo serán, se sinceren en sus posiciones y con quienes le depositaron su confianza. Por el momento, parece difícil, ya que aún están en la lógica de soslayar el conflicto interno -el que más duele-, el personal, aquel que repercute en la soledad de las reflexiones. Por el momento, seguimos preguntándonos ¿qué tuvo que pasar?