Los derrocamientos de Fernando Lugo en Paraguay y Manuel Zelaya en Honduras estuvieron en manos de parlamentos que, en nombre de la "democracia", pusieron fin a un proyecto de renovación en ambos países, buscando una vuelta a la "normalidad" como la conseguida en el caso paraguayo a través del triunfo del tradicional Partido Colorado.
Lo derrocaron. Lo hicieron en nombre de la democracia. Lo marginaron. Realizaron elecciones. Las ganaron. Así fue el golpe de Estado parlamentario contra Lugo. Perfecto.
Los golpes de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay hay que analizarlos en un contexto regional donde ya no se presentan burdas asonadas militares encabezadas por generales que cierran el Congreso, prohíben partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación y guardan las urnas indefinidamente. Tanto en Honduras como en Paraguay fue el Parlamento el que acusó a sendos presidentes de ser ellos los que violaban la constitución nacional y se los destituyó en nombre de la “democracia”. Para corroborar su “vocación democrática” en los dos países se mantuvo el cronograma electoral establecido y obtener, entre otras cosas, legitimidad internacional. Sabían que a los que habían apartado del poder les costaría recuperarse del golpe recibido.
Cuando los dos partidos tradicionales del Paraguay destituyeron a Fernando Lugo a través de un golpe de Estado parlamentario eran conscientes de que esto significaría un duro revés para todos los que estaban comprometidos con el proyecto de Lugo. En el caso de Honduras, Manuel Zelaya intentó resistir de diversas maneras con el apoyo de varios gobiernos latinoamericanos para regresar al poder, aunque no lo logró. En el Paraguay, los gobiernos de Mercosur y Unasur no pudieron hacer casi nada por la propia incapacidad del destituido presidente y la debilidad de los movimientos sociales para articular una resistencia al golpe. Lugo ni siquiera había sido expulsado del país. Solo restaba esperar que se realizaran elecciones el 21 de abril según lo previsto y que éstas fueran –en apariencia- “normales” para reincorporar al Paraguay a los organismos internacionales. Tal cual sucedió con Honduras.
Sin embargo, aunque Lugo pudo presentarse como candidato a senador y recorrer el país lo hizo desde un lugar de absoluta debilidad. En primer lugar, perdió el control del aparato estatal que le hubiera permitido realizar una campaña electoral apoyando a su candidato como presidente de la nación, con todo el peso simbólico que eso conlleva. En segundo lugar, se presentó con la intrínseca debilidad de derrocado y derrotado. Por otra parte, las derrotas traen divisiones y las fuerzas que apoyaron a Lugo presentaron tres candidatos a la presidencia y diferentes listas para el parlamento. En 2008, Fernando Lugo obtuvo el 40% de los votos; el 21 de abril, su candidato ni siquiera llegó al 4%, aunque él consiguió ser elegido como senador.
Los colorados están convencidos de que todo ha vuelto a la “normalidad”. Pero ya existe un antecedente que demuestra que es posible derrotarlos.
*Esta columna fue publicada originalmente en agencia Télam.